Pillow

Cuando veo tu trasero, ¡OH! luna perfecta llena de esplendor, redondez rojiza que me impulsa a balancearme entre los alféizares de las ventanas vigilando para que ningún ladrón de cuerpo pueda vulnerar su descanso y ose lanzarse a sus espléndidas piernas que encierran una locura candente que lo quemaría a él y me mataría a mí.
No obstante, cuando la veo en su exuberante desnudez agarrar la almohada y mecerla entre sus muslos, yo me siento estúpido de quedarme enganchado al ordenador. Observando su caudal que se convierte en retaguardia, siento pánico y siento al mismo tiempo que mi sexo hace escalada por mi cerebro; la emisión de la dopamina me produce un deseo incontrolable de poseerla, así dormida; mientras el sistema que llaman egocentrismo (opioideo), me produce placer, placer a raudales; chorreo sudor y lubrico de forma incontrolada. Al final como cantaba Hilario Camacho recurro a la masturbación. Ella, sin percatarse, dormita mostrándome sus contorneadas piernas que terminan en su espléndido trasero. Yo me vacío y sigo admirando lo que el destino me ha deparado y que sin embargo, a pesar de tenerla, no logro hacerla mía.

No te equivoques amigo lector, abrir sus piernas y acogerme lo hace cada noche, sus pechos todas las mañanas los desayuno y su trasero, fantástico trasero, me lo monto en la siesta. No, no, no es eso; lo que no llego alcanzar es el clímax de dos personas haciendo el amor, es como si mientras la poseo de forma sublime, incontrolable, incluso violentamente, inundándola por todos sus poros hasta quedar extenuado, ella da la sensación de no estar, haciendo vagar su mente y sonriendo, exactamente igual que cuando le hacen la manicura.

Nunca he pensado que no esté enamorada de mi ¿Me lo debería plantear?