Soy un
pecador, lo confieso.
El bien
ajeno me destroza, me despedaza, me desgarra.
Con cada sonrisa que veo a mi alrededor, algo muere en lo más
profundo de mi ser. No deseo el bien de nadie en mi entorno. Es sencillo de
expresar, pero difícil de sopesar, puesto que el fuego que crece en mi interior
es descomunal cada vez que veo que a otros le van las cosas sobre ruedas.
No tengo amigos, pero sí muchos conocidos. Hace unos días me
encontré con uno de ellos por la calle y me contó acerca de su último viaje
vacacional a las Islas Caimán. Según me dijo, disfrutó de lo lindo en las
paradisíacas playas caribeñas con su adorable pareja. Mientras me lo contaba,
se me fue produciendo un nudo en mi estómago que me dejaría sin apetito para lo
que restaba de día.
Tampoco hace mucho, recibí una llamada de un antiguo
compañero de la facultad. Pasaba por la ciudad y le apetecía verme. A mí no me
hacía mucha gracia la idea, puesto que seguramente me vendría con alguna buena
nueva que me amargaría la existencia. Y así fue. Me relató cómo había
conseguido un nuevo empleo, olvidando de este modo el trabajo basura que tenía
desde que terminamos los estudios. Yo era feliz viendo como este excompañero
tenía que trabajar a destajo para cobrar dos perras gordas en un campo
profesional que no era el suyo. Pero eso se acabó. Iba a empezar a trabajar
dentro de su perfil profesional en un trabajo mucho mejor remunerado y sin
tener que hacer horas extras. Como si se tratara de la teoría de los vasos
comunicantes, mi bienestar desapareció de un plumazo gracias a su prosperidad.
Al que ya no le descuelgo el teléfono es al amigo de la
infancia que siempre me llama para ir a hacer footing. Cuando solía salir con
él a correr siempre venía a mi casa para salir juntos en su cochazo que deseo
poseer. Ya cuando iniciábamos la marcha, era común que me contara acerca de su
vida amorosa. Todas las mujeres con las que ha estado las desearía para mí, por
lo que en mis entrañas siempre deseaba era que los asuntos de pareja le fueran mal.
Pero para mi desgracia, cada vez que yo me alegraba por ver cómo sus relaciones
se iban a pique, él siempre tenía la habilidad para sacar una sonrisa y
encontrar nueva pareja al poco tiempo.
Por todo ello, hoy en día prefiero salir solo y recorrer las
calles de la ciudad buscando vagabundos a los que admirar desde la más absoluta
felicidad.
Artículo reeditado: Originalmente publicado el 15 de Octubre de 2013.
Artículo reeditado: Originalmente publicado el 15 de Octubre de 2013.