No fue éste el único desprecio que Ulises recibió en el palacio. Iro, un mendigo aceptado por todos habitualmente en el palacio como parásito, se propuso echarlo; tras insultarlo, Antínoo les incitó a una pelea entre ambos. Con la ayuda de Atenea, Ulises consiguió arrojar de la ciudad al mendigo. Cuando los pretendientes se retiraron, Ulises se acercó a Telémaco y le dijo: "Telémaco, es preciso llevar adentro las armas y engañar a los pretendientes cuando las echen de menos y te pregunten por ellas." Los dos llevaron los cascos, escudos y lanzas al interior del palacio.
También las esclavas que estaban al servicio de Penélope le injuriaron. Una de ellas, llamada Melanto, tenía relaciones con los pretendientes. La presencia de Ulises le importunaba, por lo que le envió fuera del palacio. Al enterarse Penélope, le reprendió su actitud e hizo entrara el anciano, su esposo, en su habitación. Este le relató, falsamente, que era cretense y había ofrecido hospitalidad a Ulises en su ciudad. Le pidió pruebas de lo que decía; él le detalló su forma de vestir. Ante la autenticidad de sus datos, Penélope comenzó a llorar de nuevo, mientras le aseguró que la llegada de su esposo estaba cercana. Desconfiando de sus palabras, no lo creyó; le confió, no obstante, sus planes para el futuro: colocaría en línea recta doce segures con unos anillos para hacer pasar, como solía Ulises, una flecha por todos ellos. Le confirmó que se casaría con aquel que manejase mejor su arco, lo armase e hiciera pasar la flecha por el ojo de las hachas. Ulises le respondió no difiriera por más tiempo ese certamen, ya que su esposo llegaría antes que ellos y les vencería.
Al día siguiente, la discreta Penélope se dirigió a los pretendientes de esta manera: "os propongo un certamen, pretendientes que solo pensáis en comer y beber; pondré aquí el gran arco de Ulises y aquel que más fácilmente lo maneje, lo tienda y haga pasar una flecha por el ojo de las doce segures, ése será el que yo elija por marido." Uno tras otro lo fueron intentando, pero nadie conseguía ni siquiera tensar el arco. Ya sólo faltaban los más fuertes, Eurímaco y Antínoo, cuando Ulises reveló a su fiel pastor Eumeo su verdadera personalidad, mostrándole la cicatriz de una herida que le había inferido un jabalí con sus colmillos en una cacería. El fiel siervo rompió en llanto y se abrazó a su señor. Ulises le indicó que en su momento cerrara las puertas del palacio y le pasara su arco, para, con él, matar a todos los pretendientes. Los dos últimos nobles también fracasaron en su intento. Ulises pidió permiso para probarlo. Ante la oposición de los pretendientes, Telémaco se lo permitió, a la vez que hizo volver a su madre a sus habitaciones, pues sabía lo que iba a acontecer. Entretanto, Eumeo ordenó a Euriclea, fiel esclava de Penélope, y a Fitelio, otro de los pastores, que cerrasen las puertas del palacio. Ulises armó el arco sin esfuerzo alguno, tomó una flecha, la disparó y la hizo pasar por los doce anillos. Consumó su venganza matándolos uno a uno.
Rápidamente Euriclea se lo hizo conocer a la prudente Penélope. Ésta bajó a la sala y le pareció ver a un Ulises rejuvenecido, pero todavía no estaba convencida de la verdadera personalidad del anciano.
Ulises ungió su cuerpo con aceite y vistió un lujoso manto y una túnica y para darse a conocer le explicó que la cama estaba hecha de un pino que él mismo había cortado y adornado con oro, plata y marfil. Al oír estas palabras, Penélope corrió hacia él derramando lágrimas, le echó los brazos alrededor del cuello y nunca más se separaron.
Por Fernando MARÍN
Artículo reeditado: Originalmente publicado el 11 de Febrero de 2010.