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15 de abril de 2015

Ulises en Itaca 2


No fue éste el único desprecio que Ulises recibió en el palacio. Iro, un mendigo aceptado por todos habitualmente en el palacio como parásito, se propuso echarlo; tras insultarlo, Antínoo les incitó a una pelea entre ambos. Con la ayuda de Atenea, Ulises consiguió arrojar de la ciudad al mendigo. Cuando los pretendientes se retiraron, Ulises se acercó a Telémaco y le dijo: "Telémaco, es preciso llevar adentro las armas y engañar a los pretendientes cuando las echen de menos y te pregunten por ellas." Los dos llevaron los cascos, escudos y lanzas al interior del palacio.

También las esclavas que estaban al servicio de Penélope le injuriaron. Una de ellas, llamada Melanto, tenía relaciones con los pretendientes. La presencia de Ulises le importunaba, por lo que le envió fuera del palacio. Al enterarse Penélope, le reprendió su actitud e hizo entrara el anciano, su esposo, en su habitación. Este le relató, falsamente, que era cretense y había ofrecido hospitalidad a Ulises en su ciudad. Le pidió pruebas de lo que decía; él le detalló su forma de vestir. Ante la autenticidad de sus datos, Penélope comenzó a llorar de nuevo, mientras le aseguró que la llegada de su esposo estaba cercana. Desconfiando de sus palabras, no lo creyó; le confió, no obstante, sus planes para el futuro: colocaría en línea recta doce segures con unos anillos para hacer pasar, como solía Ulises, una flecha por todos ellos. Le confirmó que se casaría con aquel que manejase mejor su arco, lo armase e hiciera pasar la flecha por el ojo de las hachas. Ulises le respondió no difiriera por más tiempo ese certamen, ya que su esposo llegaría antes que ellos y les vencería.

Al día siguiente, la discreta Penélope se dirigió a los pretendientes de esta manera: "os propongo un certamen, pretendientes que solo pensáis en comer y beber; pondré aquí el gran arco de Ulises y aquel que más fácilmente lo maneje, lo tienda y haga pasar una flecha por el ojo de las doce segures, ése será el que yo elija por marido." Uno tras otro lo fueron intentando, pero nadie conseguía ni siquiera tensar el arco. Ya sólo faltaban los más fuertes, Eurímaco y Antínoo, cuando Ulises reveló a su fiel pastor Eumeo su verdadera personalidad, mostrándole la cicatriz de una herida que le había inferido un jabalí con sus colmillos en una cacería. El fiel siervo rompió en llanto y se abrazó a su señor. Ulises le indicó que en su momento cerrara las puertas del palacio y le pasara su arco, para, con él, matar a todos los pretendientes. Los dos últimos nobles también fracasaron en su intento. Ulises pidió permiso para probarlo. Ante la oposición de los pretendientes, Telémaco se lo permitió, a la vez que hizo volver a su madre a sus habitaciones, pues sabía lo que iba a acontecer. Entretanto, Eumeo ordenó a Euriclea, fiel esclava de Penélope, y a Fitelio, otro de los pastores, que cerrasen las puertas del palacio. Ulises armó el arco sin esfuerzo alguno, tomó una flecha, la disparó y la hizo pasar por los doce anillos. Consumó su venganza matándolos uno a uno.

Rápidamente Euriclea se lo hizo conocer a la prudente Penélope. Ésta bajó a la sala y le pareció ver a un Ulises rejuvenecido, pero todavía no estaba convencida de la verdadera personalidad del anciano.

Ulises ungió su cuerpo con aceite y vistió un lujoso manto y una túnica y para darse a conocer le explicó que la cama estaba hecha de un pino que él mismo había cortado y adornado con oro, plata y marfil. Al oír estas palabras, Penélope corrió hacia él derramando lágrimas, le echó los brazos alrededor del cuello y nunca más se separaron.

Por Fernando MARÍN

Artículo reeditado: Originalmente publicado el 11 de Febrero de 2010.

13 de abril de 2015

Ulises en Itaca 1


Veinte años habían pasado desde su partida cuando el rey de los feacios Alcinoo, compadecido de las desgracias de Ulises, le condujo de nuevo a su querida Ítaca. En su desembarco, sin embargo, la diosa Atenea impidió que pudiera reconocer el lugar en el que se encontraba. Conocedora de todo, sabía que la situación de la isla en esta época era muy distinta a la de su salida. Los nobles se aprovechaban de la ausencia del rey para atormentar a Pénelope, su esposa; empobrecían el reino con opíparos banquetes en el palacio; cada uno, particularmente, se afanaba en tomarla como esposa y, de esta manera, hacerse con el poder; Telémaco estaba en Esparta esperando recibir del rey Menelao noticias de su padre.
Atenea buscaba la destrucción de los pretendientes al reino y por esta causa prohibió a su protegido dirigirse directamente al palacio; cambió su joven aspecto exterior por el de un anciano vagabundo. El primer encuentro tuvo lugar con Eumeo, anciano y fiel pastor de sus rebaños que lo acoge en su choza, mata a los mejores cerdos y le da de comer . Mientras Ulises repone sus fuerzas, Eumeo le da pruebas de la fidelidad a su antiguo rey y le comenta que únicamente acude al palacio cuando lo considera estrictamente necesario, ya que le enoja la actitud de los nobles hacia la reina Penélope.
Antes de la llegada de Ulises a Ítaca, Atenea había sugerido a Telémaco, que se encontraba en Esparta, regresase a su reino; le había anticipado que los nobles le habían preparado emboscadas en el mar para darle muerte y aconsejado que tomase un trayecto distinto al camino fijado, por tierra, para evitar sus ataques. Así lo hizo.
En el momento de su desembarco, el prudente Ulises ya lo había reconocido; pero no le reveló su auténtica personalidad hasta que el joven envió al pastor a comunicar a Penélope la llegada de su hijo. Juntos preparan un plan para acabar con la vida de los pretendientes: Telémaco iría a la mañana siguiente a palacio; el padre acudiría a los tres días con el pastor. Dejarían que le ultrajasen, prepararían las armas y, con la ayuda de Atenea, matarían a todos ellos.
La nave de los pretendientes llegó a Ítaca coincidiendo con la de Telémaco a su reino. Tras haberle sido comunicado a Antínoo que sus planes han sido fallidos y no han podido acabar con la vida del hijo de Ulises, éste les propuso en una reunión en la plaza de la ciudad darle muerte en el camino, apoderarse de sus bienes y repartírselos. Conoció Penélope las ideas de los nobles, pero en su debilidad nada podía hacer. A la mañana siguiente llegó Telémaco a palacio, no sin antes ordenar a Eumeo que condujese al anciano a la población para mendigar comida y bebida.
A los tres días, Eumeo condujo, conforme se le había ordenado, al anciano a la ciudad. Los arrogantes pretendientes se distraían arrojando discos y dardos frente al palacio; cuando llegó la hora de la comida, se dirigieron, según su costumbre, al interior. Telémaco dijo al pastor: "lleva este trozo de pan al forastero y aconséjale que pida a todos los pretendientes, que no es buena la vergüenza para un hombre necesitado." Así lo hizo; Antínoo, el más orgulloso de los nobles, fue el único que se negó a darle un solo trozo de comida. Ulises le afeó su comportamiento, aunque sólo logró que aquel le lanzase una silla a su espalda, sin hacerle caer al suelo.
Telémaco, con gran pena, se calló y este suceso llegó posteriormente a oídos de Penélope, quien hizo venir al anciano a su habitación para preguntarle por Ulises. Le respondió que le contestaría a la puesta del sol.

Por Fernando MARÍN

Artículo reeditado: Originalmente publicado el 10 de Febrero de 2010.