Mostrando entradas con la etiqueta Arturo Pérez-Reverte. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Arturo Pérez-Reverte. Mostrar todas las entradas

13 de julio de 2015

El político y el limpiabotas

Leí hace unos días el librito España, república de trabajadores que el ruso y muy estalinista Ilia Ehrenburg escribió tras hacer un corto viaje por nuestro país en 1931: un libro amargo pero interesante, de útil lectura incluso ahora -o especialmente ahora-, que no traza el mejor retrato posible de la España de entonces, y critica el modo desastroso con que, según opinión de ese ilustre viajero -que al poco tiempo se convirtió en alta personalidad del régimen soviético-, los españoles encarábamos aquella todavía joven democracia: nuestro recién conquistado gobierno popular. Y cuando uno lee el libro, al fin publicado con su texto íntegro, se le caen bastantes palos del sombrajo. No porque la Rusia estalinista de entonces, por contraste, fuese precisamente el paraíso del proletariado; pero sí porque la descripción y opiniones de Ehrenburg, demoledoras, superficiales, disparatadas a veces, explican sin embargo muchas cosas de las que ocurrieron después. Eso convierte el libro en recomendable lectura para saber cómo se nos veía entonces desde fuera; y también, dicho sea de paso, para que templen su entusiasmo los simples que hoy describen la Segunda República como una Arcadia feliz rota sólo por obra y gracia de un par de obispos y cuatro generales malvados. Aquello nos lo cargamos entre todos, desde luego. Y el libro de Ehrenburg, aunque parcial y relativo, torpe a menudo, relaciona bien algunos porqués.

Pero, en realidad, de lo que yo quiero hablarles hoy es de limpiabotas. De una anécdota reciente que retuve quizá porque en ese momento, hace sólo unos días, me encontraba leyendo lo de Ehrenburg, y el libro se refiere también a los limpiabotas de aquellos años, criticando la obsesión de los españoles de entonces por llevar los zapatos limpios y relucientes. Unos cuantos muertos de hambre, viene a decir, pasaban la tarde entera con una peseta haciendo tertulia en una mesa de café, pero en cuanto disponían de alguna calderilla, todos llamaban altivamente al limpiabotas. La lectura de esas líneas me hizo pensar en lo que los tiempos han cambiado, y en la práctica desaparición en España del útil oficio de limpia. Hay quien se alegra de ello, pues lo considera denigrante y servil, pero no comparto esa opinión. Llevar los zapatos limpios, de casa o de fuera, sobre todo si son un par de buenos zapatos, es una magnífica tarjeta de presentación; pero es que, además, ese trabajo, como otro cualquiera, da de comer a gente que se gana dignamente su jornal. Remarco lo de dignamente, pues nunca vi nada deshonroso en el oficio de limpiabotas u otros similares. Al contrario, recurro a ellos cuando los necesito, conozco a varios hasta casi la amistad, y algunos -como uno de la Campana de Sevilla, ex legionario, ya fallecido, al que hace años dediqué un artículo- pueden dar lecciones de dignidad a la mayor parte de sus clientes, como las daba Alfonso, el cerillero del café Gijón, o las da Luís, el melancólico y profesional limpiabotas del Palace de Madrid, que lleva su oficio con estoica imperturbabilidad y sólo se lamenta, cuando hay confianza, de que cada vez hay más clientes con zapatillas deportivas, y eso no hay cristo que lo embetune. 

Sobre Luís, el limpia, es la anécdota. Porque estaba yo el otro día por allí, presentando libros y de charla con Miguel, el más impecable maître de restaurante del mundo, cuando advertí que un político de los que viven con suite o frecuentan el Palace -y no precisamente de su bolsillo-, de ésos que basan su negocio en proclamar lo poco españoles que son y lo menos que van a serlo cuando puedan, estaba allí sentado, leyendo el periódico mientras Luís le limpiaba los zapatos. Y lo miré, claro, pensando: tiene flecos la cosa. Cualquiera puede limpiarse los zapatos, si lo necesita. Puede y debe hacerlo. Todo el que pase por aquí, que es el hotel más elegante de Madrid, o se detenga en plena calle, ante los boleros mejicanos que atienden en la Gran Vía, por ejemplo. Pero no un político, rediós, en este lugar, a cien pasos del Parlamento. No ese fulano, que lleva más de veinte años enrocado aquí por la cara, pisando moqueta, y ahí sigue, haciéndose limpiar los zapatos en público, con absoluta indiferencia, dándole igual lo que piense quien lo vea. Con total e indecorosa desvergüenza. Así que no pude contenerme y le dije al limpia, cuando el otro ya se levantaba: «Luís, esos zapatos los hemos limpiado y pagado a medias entre usted y yo». Y Luís, que es sabio y gallego hasta en los cepillos, me miró en silencio, guardó el betún en la caja, sacó un pañuelo arrugado, se sonó la nariz y no dijo nada. 

Arturo Pérez-Reverte 
Patente de corso - XLSemanal - 13/4/2015

15 de junio de 2015

Parejas Venecianas

"Parejas venecianas" (viejo artículo, en recuerdo de Pedro Zerolo, con quien alguna vez me crucé en Venecia)

Nunca antes me había fijado en la cantidad de parejas homosexuales que se ven paseando por Venecia. Los encuentras caminando por los puentes, a la orilla de los canales, cenando en los pequeños restaurantes del casco viejo. No suele tratarse de dúos espectaculares, sino todo lo contrario: gente discreta, tranquila, a menudo con aspecto educado. Mirando a los demás aprendes cantidad de cosas, y en el caso de estas parejas siempre me encanta sorprender sus gestos comedidos de confianza o afecto, el reparto convencional de roles que suele darse entre uno y otro, la ternura contenida que a menudo sientes flotar entre ellos, en su inmovilidad, en sus silencios. 

Pensaba en todo eso el otro día, a bordo del vaporetto que cubre el trayecto de San Marcos al Lido. Sobre la laguna soplaba un viento helado, los pasajeros íbamos encogidos de frío, y en un banco de la embarcación había una pareja, hombre y hombre, cuarentones, tranquilos. Se sentaban muy juntos, apoyado discretamente un hombro en el del compañero, en un intento por darse calor. Iban quietos y callados, mirando el agua verdegrís y el cielo color ceniza. Y en un momento determinado, cuando el barco hizo un movimiento y la luz y la gama de grises del paisaje se combinaron de pronto con extraordinaria belleza, los vi cambiar una sonrisa rápida, fugaz, parecida a un beso o una caricia. Parecían felices. Dos tipos con suerte, pensé. 

Aunque sea dentro de lo que cabe. Porque viéndolos allí, en aquella tarde glacial, a bordo de la embarcación que los llevaba a través de la laguna de esa ciudad cosmopolita, tolerante y sabia, imaginé cuántas horas amargas no estarían siendo vengadas en ese momento por aquella sonrisa. Largas adolescencias dando vueltas por los parques o los cines para descubrir el sexo, mientras otros jóvenes se enamoraban, escribían poemas o bailaban abrazados en las fiestas del Instituto. Noches de echarse a la calle soñando con un príncipe azul de la misma edad, para volver de madrugada hechos una mierda, llenos de asco y soledad. La imposibilidad de decirle a un hombre que tiene los ojos bonitos o una hermosa voz, porque, en vez de dar las gracias o sonreír, lo más probable es que le parta a uno la cara. Y cuando apetece salir, conocer, hablar, enamorarse o lo que sea, en vez de un café o un bar, verse condenado de por vida a los locales de ambiente, las madrugadas entre cuerpos danone empastillados, reinonas escandalosas y drag queens de vía estrecha. Salvo que alguno -muchos- lo tenga mal asumido y se autoconfine a la alternativa cutre de la sauna, la sala X, la revista de contactos y la sordidez del urinario público. 

A veces pienso en lo afortunado, o lo sólido, o lo entero, que debe de ser un homosexual que consigue llegar a los cuarenta sin odiar desaforadamente a esta sociedad hipócrita, obsesionada por averiguar, juzgar y condenar con quién se mete, o no se mete, en la cama. Envidio la ecuanimidad, la sangre fría, de quien puede mantenerse sereno y seguir viviendo como si tal cosa, sin rencor, a lo suyo, en vez de echarse a la calle a volarle los huevos a la gente que por activa o por pasiva ha destrozado su vida, y sigue destrozando la de chicos de catorce o quince años que a diario, todavía hoy, siguen teniéndolo igual que él lo tuvo: las mismas angustias, los mismos chistes de maricones en la tele, el mismo desprecio alrededor, la misma soledad y la misma amargura. Envidio la lucidez y la calma de quienes, a pesar de todo, se mantienen fieles a sí mismos, sin estridencias pero también sin complejos: seres humanos por encima de todo. Gente que en tiempos como éstos, cuando todo el mundo, partidos, comunidades, grupos sociales, reivindica sus correspondientes deudas históricas, podría argumentar, con más derecho que muchos, la deuda impagada de tantos años de adolescencia perdidos, tantos golpes y vejaciones sufridas sin haber cometido jamás delito alguno, tanta rechifla y tanta afrenta grosera infligida por gentuza que, no ya en lo intelectual, sino en lo mas elemental y humano, se encuentra a un nivel abyecto, muy por debajo del suyo. 

Pensaba en todo eso mientras el barquito cruzaba la laguna y la pareja se mantenía inmóvil, el uno junto al otro, hombro con hombro. Y antes de volver a lo mío y olvidarlos, me pregunté cuántos fantasmas atormentados, cuántas infelices almas errantes no habrían dado cualquier cosa, incluso la vida, por estar en su lugar. Por estar allí, en Venecia, dándose calor en aquella fría tarde de sus vidas. 

Arturo Pérez-Reverte
El Semanal, 19 de enero de 1997

18 de mayo de 2015

Fabricando nuestra propia ratonera

Ninguna ratonera funciona sin la complicidad del ratón. Por lo menos, ésas clásicas de madera y alambre con un trocito de queso, que, cuando la bestezuela incauta hinca los dientes, disparan un resorte y atrapan al miserable roedor por el pescuezo. Y no está de más recordarlo a la hora de considerar en qué nos estamos convirtiendo, en España. En qué pandilla de gilipollas pretendemos transformar a los niños que un día, más pronto que tarde, tendrán nuestras vidas y nuestra vejez en sus manos. Lo mismo es que a veces me levanto atravesado y veo las cosas turbias, pero mucho me temo que buena parte de los esfuerzos educativos que hacemos en la actualidad -incompetencia cultural y chulería estéril del ministro Wert aparte- se encaminan a fabricar esa ratonera. A hacer que nuestros cachorros, y nuestro futuro con ellos, metan la cabeza en esa trampa de estupidez y demagogia imbécil, tan ajena a la realidad. Tan distante de la vida.

Algunas veces, en esta página, he mencionado ejemplos: los animales salvajes pasados por el filtro de los dibujos animados y el buenismo absurdo, capaces de convertir un puma mejicano, una serpiente de cascabel o un tiburón blanco en tiernas mascotas de compañía. O, ya en cosa de seres humanos, aquella fiesta escolar dedicada a los piratas que narré un día, en la que la maestra, al extrañarse algunos padres de que se prohibiera a los niños acudir con espadas o pistolas, argumentó: «Es que también había piratas buenos». Sin olvidar ese carnaval escolar dedicado al Oeste, donde se pedía expresamente a los padres que sus hijos acudieran sin pistolas, rifles, arcos ni flechas; y, más importante todavía, mejor disfrazados de indios que de vaqueros, para que los niños hijos de inmigrantes hispanoamericanos no se sintieran acomplejados, víctimas y en minoría.

Es como lo de los lobos, y se lo dice a ustedes un defensor acérrimo de estos animales. Porque una cosa es defender la existencia del lobo, que incluye su derecho a cazar y matar tal como ese depredador lo ejerce desde hace siglos -y también a ser matado cuando sus intereses chocan con los de los humanos-; y otra, vender a las criaturas la imagen de que el lobo es una criatura angelical, tan inofensiva como un perro de compañía. Que se lo pregunten a los ganaderos rurales de León y Asturias, a ver qué opinan, y si esas opiniones son aptas para incluirse en los libros de texto. O a mí mismo y algún compañero de otros tiempos, que podríamos contar con detalle lo que una manada de lobos hambrientos puede hacer con unos refugiados bosnios, niños incluidos, cuando éstos huyen dispersos por los bosques, sobre la nieve.

Así que, en línea con lo que comento, permítanme dos o tres ejemplos más, últimas adquisiciones en cuanto a ratoneras y demagogia se refiere. Una proviene de algunos historiadores, desde luego no tan mediocres como Emilio de Diego o José Luis Corral -semejante exceso de caspa ya requiere hacer oposiciones-, pero sí lo bastante cantamañanas para empeñarse, desde hace algún tiempo, en desterrar el término Reconquista de la guerra de ocho siglos que en España se mantuvo contra el Islam, sustituyéndolo por el muy políticamente correcto Expansión de los reinos cristianos en la Península; que suena, en efecto, muy de ahora; como si todo hubiera transcurrido en elegantes negociaciones en torno a una mesa con cigarros puros y un cafelito. Échate un poquito para allá, Mohamed, haz el favor. O sea. Que me expando.

Podríamos seguir citando ejemplos, pero se me acaba la página. Aun así, creo que todavía caben dos. Uno es de hace poco, en un colegio de Madrid, cuando una profesora, llevada por la buena voluntad que caracteriza estos deliciosos tiempos, comunicó a sus alumnos que Cristóbal Colón no descubrió América, «porque ésta ya estaba allí con sus habitantes»; y lo que hizo Colón, y como tal debía figurar en los ejercicios de clase, so pena de mala nota, fue «llegar a América después de un largo viaje». Reconocerán ustedes que éste, como ejemplo de gilipollez docente, es excelso, y supera al de la Reconquista. Pero estoy seguro de que apreciarán más el que acaba de enviarme un padre, con fotocopia de un libro de texto en la que, lamentablemente, no figura el nombre de la editorial escolar responsable del asunto: «Antonio Machado fue elegido miembro de la Real Academia. Pasados unos años (no se especifica en qué nos estuvimos ocupando los españoles durante esos años) fue a Francia con su familia y allí vivió hasta su muerte». 

Arturo Pérez-Reverte
Patente de Corso - XLSemanal - 06/4/2015

4 de mayo de 2015

La sonrisa de un sinvergüenza

Hay una foto que es mi preferida a la hora de comprender lo que, en materia de corrupción política, ha venido pasando en España en las últimas décadas. En ella aparece un ex director general de Trabajo de la Junta de Andalucía -Javier Guerrero, se llama-, esposado, o así lo parece, camino de la cárcel entre dos guardias civiles. La foto recuerda vagamente a aquella antigua de El Lute atrapado tras su fuga, con el brazo vendado y entre tricornios, con la notable diferencia de que aquel infeliz robagallinas, elevado por la prensa de entonces a la categoría de hombre más buscado de España, tenía una expresión seria, triste, derrotada. Era el final de una escapada, y lo que el pobre Eleuterio tenía por delante, pintado en el rostro y sobre todo en los ojos de perro callejero apaleado, eran varios y oscuros años de prisión. La ruina de quien acaba de caerse con todo el equipo.

Sin embargo, la foto del tal Guerrero refleja algo por completo distinto. De entrada, los picoletos que lo conducen van tocados uno con gorra teresiana y otro con boina, y eso da un toque frívolo porque impone menos; hasta el punto de que uno acaba añorando, en esta clase de asuntos, los tricornios de charol y los bigotes clásicos para que, al menos en los periódicos y el telediario, los que hacen el paseíllo -que a veces es la única pena seria que acaban comiéndose- parezcan que van detenidos de verdad, y no a sacarse el carnet de identidad o a hacer un trámite cualquiera en el juzgado antes de regresar, sonrientes, a la puta calle.

Porque ahí está el otro detalle clave: la sonrisa. Que en la foto del tal Guerrero camino del talego, que comento, no es una sonrisa de disculpa, ni apesadumbrada, ni de circunstancias, de ésas que uno esboza cuando está hecho polvo y pretende mantener el tipo. Ni de lejos. La suya, acorde con el currículum del sujeto, es una sonrisa bajuna, casi regocijada; canalla en el sentido literal del término, según lo recoge el diccionario de la Real Academia: Gente baja, ruin. Persona despreciable y de malos procederes. Una sonrisa descarada de compadre que dirige a los periodistas como si éstos fueran colegas suyos de toda la vida, con cuyo trato está familiarizado hasta la desvergüenza. 

Porque ahí mismo está el punto. El detalle. En el gesto del golfo que, a través de las cámaras, sonríe a sus otros compadres, a los cómplices activos o pasivos, a los compañeros de partido y a los de los otros partidos, hermanados en la misma mierda. A los que sin distinción de siglas -eso son chorradas técnicas- sabe que lo comprenden y animan moralmente, igual que compartieron con él chollo e impunidad durante los diez, veinte o treinta años en que ejerció su golfería, culminada mediante el mismo sistema que hizo posible las tarjetas negras que algunos barajaron como naipes, la salida a bolsa de Bankia y la cínica campanita de Rato, las cacerías de empresarios y políticos compinchados, los ERE de la Junta, las preferentes que esquilmaron a miles de infelices, la ignorancia del honorable Artur Mas de que su papá tenía cuenta en Liechtenstein, las bolsas de basura andorrana de la señora Pujol, los trincones sindicatos de Toxo y Méndez -esos Pili y Mili del langostino-, el Jaguar que la ministra Ana Mato ignoraba que estuviera aparcado en su garaje, el sé fuerte, Pepe, colega -o como lo llamara-, que el presidente Rajoy dirigió a su entonces compadre Bárcenas. Etcétera. 

Y es que sí. En efecto. La foto del director general de Trabajo -del que tampoco los presidentes Chaves ni Griñán sabían nada- lo resume todo de maravilla. Éramos chusma, dice su sonrisa desvergonzada. Éramos pijolinos con dinero que querían vivir aún mejor, o grises funcionarios sin futuro, o mediocres profesionales, o tiñalpas analfabetos sin otro oficio ni beneficio que arrimarse a los que mandaban. Y enloquecimos de codicia cuando nos pusieron delante, por la cara, la caja del dinero abierta y la posibilidad, nunca antes soñada, de meter la mano dentro. Y entramos a saco, naturalmente: coches, ropa, viajes, juergas. Era el sistema, era el estilo, eran las reglas. Era la ocasión de nuestra vida, y quizá nunca fuéramos a vernos en otra semejante. Bailando sevillanas en la caseta de la feria. Por eso sonríen, demasiados, como lo hace ese tal Guerrero. Fíjense bien en la foto, porque está en Internet y merece la pena. Va el tío entre dos guardias civiles, pero se está acordando de las putas, de la cocaína que mandaba a comprar a su chófer, y piensa «que me quiten lo bailado». Y encima, al salir de la cárcel, que con algo de suerte será dentro de poco rato, igual en su pueblo lo reeligen como alcalde y le ríen los chistes en el bar. No sería la primera vez. 

Arturo Pérez-Reverte
Patente de corso - XLSemanal - 09/3/2015

16 de marzo de 2015

Esas jóvenes hijas de puta

Supongo que a muchos se les habrá olvidado ya, si es que se enteraron. Por eso voy a hacer de aguafiestas, y recordarlo. Entre otras cosas, y más a menudo que muchas, el ser humano es cruel y es cobarde. Pero, por razones de conveniencia, tiene memoria flaca y sólo se acuerda de su propia crueldad y su cobardía cuando le interesa. Quizá debido a eso, la palabra remordimiento es de las menos complacientes que el hombre conoce, cuando la conoce. De las menos compatibles con su egoísmo y su bajeza moral. Por eso es la que menos consulta en el diccionario. La que menos utiliza. La que menos pronuncia.

Hace dos años, Carla Díaz Magnien, una adolescente desesperada, acosada de manera infame por dos compañeras de clase, se suicidó tirándose por un acantilado en Gijón. Y hace ahora unas semanas, un juez condenó a las dos acosadoras a la estúpida pena -no por estupidez del juez, que ahí no me meto, sino de las leyes vigentes en este disparatado país- de cuatro meses de trabajos socioeducativos. Ésas son todas las plumas que ambas pájaras dejan en este episodio. Detrás, una chica muerta, una familia destrozada, una madre enloquecida por el dolor y la injusticia, y unos vecinos, colegio y sociedad que, como de costumbre, tras las condolencias de oficio, dejan atrás el asunto y siguen tranquilos su vida.

Pero hagan el favor. Vuelvan ustedes atrás y piensen. Imaginen. Una chiquilla de catorce años, antipática para algunas compañeras, a la que insultaban a diario utilizando su estrabismo -«Carla, topacio, un ojo para acá y otro para el espacio»-, a la que alguna vez obligaron a refugiarse en los baños para escapar de agresiones, a la que llamaban bollera, a la que amenazaban con esa falta de piedad que ciertos hijos e hijas de la grandísima puta, a la espera de madurar en esplendorosos adultos, desarrollan ya desde bien jovencitos. Desde niños. Que se lo pregunten, si no, a los miles de homosexuales que todavía, pese al buen rollo que todos tenemos ahora, o decimos tener, aún sufren desprecio y acoso en el colegio. O a los gorditos, a los torpes, a los tímidos, a los cuatro ojos que no tienen los medios o la entereza de hacerse respetar a hostia limpia. Y a eso, claro, a la crueldad de las que oficiaron de verdugos, añadamos la actitud miserable del resto: la cobardía, el lavarse las manos. La indiferencia de los compañeros de clase, testigos del acoso pero dejando -anuncio de los muy miserables ciudadanos que serán en el futuro- que las cosas siguieran su curso. El silencio de los borregos, o las borregas, que nunca consideran la tragedia asunto suyo, a menos que les toque a ellos. Y el colegio, claro. Esos dignos profesores, resultado directo de la sociedad disparatada en la que vivimos, cuya escarmentada vocación consiste en pasar inadvertidos, no meterse en problemas con los padres y cobrar a fin de mes. Los que vieron lo que ocurría y miraron a otro lado, argumentando lo de siempre: «Son cosas de crías». Líos de niñas. Y mientras, Carla, pidiendo a su hermana mayor que la acompañara a la puerta del colegio. La pobre. Para protegerla.

Faltaba, claro, el Gólgota de las redes sociales. El territorio donde toda vileza, toda ruindad, tiene su asiento impune. Allí, la crucifixión de Carla fue completa. Insultos, calumnias, coro de divertidos tuiteros que, como tiburones, acudieron al olor de la sangre. Más bromas, más mofas. Más ojos bizcos, más bollera. Y los que sabían, y los que no saben, que son la mayor parte, pero se lo pasan de cine con la masacre, riendo a costa del asunto. La habitual risa de las ratas. Hasta que, incapaz de soportarlo, con el mundo encima, tal como puede caerte cuando tienes catorce años, Carla no pudo más, caminó hasta el borde de un acantilado y se arrojó por él.

Ignoro cómo fue la reacción posterior en su colegio. Imagino, como siempre, a las compis de clase abrazadas entre lágrimas como en las series de televisión, cosa que les encanta, haciéndose fotos con los móviles mientras pondrían mensajitos en plan Carla no te olvidamos, y muñequitos de peluche, y velas encendidas y flores, y todas esas gilipolleces con las que despedimos, barato, a los infelices a quienes suelen despachar nuestra cobardía, envidia, incompetencia, crueldad, desidia o estupidez. Pero, en fin. Ya que hay sentencia de por medio, espero que, con ella en la mano, la madre de Carla le saque ahora, por vía judicial, los tuétanos a ese colegio miserable que fue cómplice pasivo de la canallada cometida con su hija. Porque al final, ni escozores ni arrepentimientos ni gaitas en vinagre. En este mundo de mierda, lo único que de verdad duele, de verdad castiga, de verdad remuerde, es que te saquen la pasta. 

Arturo Pérez-Reverte – Patente de Corso

9 de febrero de 2015

El hombre que amó a Sharon Stone

Algunos de ustedes lo conocieron. Era pequeñito y leal, con patillas que se le juntaban con el bigote. Y pintor. Y narrador. Y un poeta magnífico, tan generoso que dejaba de lado su propia obra para estudiar y dar a conocer la de otros. Durante muchos años, con Juan Eslava Galán y conmigo, se estuvo sentando ante una botella de algo para hablar de literatura, de amistad o de mujeres, su tema favorito. De joven era capaz de levantarle un ligue a un colega en tres minutos con su labia simpática y su simpatía arrolladora. Y de mayor coqueteaba hasta con mi hija, el canalla. Con todo cuanto se movía. No en vano había estado casado o emparejado siete veces, siempre con extranjeras soberbias, que se le enamoraban como perras, hasta que al fin una española, Natalia, y una hija preciosa e inteligente le pusieron los puntos sobre las íes. Se llamaba Rafael de Cózar Sievert, Fito para los compadres, y murió en Bormujos, Sevilla, cuando se le pegó fuego a la casa, intentando salvar su biblioteca. Borgianamente fiel a sí mismo, hasta el final.
Era catedrático de Literatura, pero no se le notaba. Nacido en Tetuán, recastado en Cádiz, cuajado en Sevilla, estaba santificado con el don de la guasa permanente, el humor rápido, el disparate surrealista. En veinticinco años de amistad jamás lo vi malhumorado, ni lo oí hablar mal de nadie. Nunca tuvo un enemigo. No conocía la maldad, ni la envidia, ni la deslealtad. Tampoco conocía la vergüenza. Una vez, estando con Juan Eslava ante un millar de personas en el Teatro Español de Madrid, cuando comenté que yo había cumplido cincuenta y cinco, bebió un sorbo de su copa, me miró con cachondeo y dijo, en voz alta y clara: «Pues en el culo te la hinco». Era una autoridad en el estudio de la experimentación barroca, las vanguardias del siglo XX y el postismo español de la postguerra, sobre lo que trabajaba con un rigor y una seriedad prusianas; pero eso parecía importarle un carajo cuando estaba, que era casi siempre, con un pitillo en la boca, una copa en la mano y unos amigos alrededor. Cuando nos hizo la faena de palmar, lo lloramos un millar de hermanos y cinco mil camareros de bar.
Su entierro fue digno de él. Surrealista como si el propio Fito hubiera escrito el guión. Estábamos todos en el tanatorio donde no cabía un alma, con gente amontonada hasta en la calle para despedirlo, y por alguna razón que ignoro le hicieron un oficio religioso, a él, que siempre se proclamó «ateo por la gracia de Dios». Lo interpreté como el último chiste que nos brindaba a los compadres. Jesús Vigorra, el cuarto mosquetero, leyó unos versos de Fito que parecían anunciar su muerte en aquel diciembre: un hermoso balance de su vida. Y el páter estuvo magnífico, recordando sus charlas con el difunto en el bar de Bormujos. De vez en cuando, en mitad del responso, el cura no podía aguantar la risa. «Perdonen -decía- pero es que me estoy acordando de cuando me dijo...». Y así todo el rato. La familia alternaba las carcajadas con las lágrimas. Fito Cózar parecía estar allí sentado entre nosotros, con su copa y su cigarrito en la mano, cachondeándose de todo. Y el momento cumbre llegó cuando el páter, en mitad de un gorigori, inclinó el rostro hacia el altar, partiéndose otra vez de risa. «Perdónenme -dijo-, pero acabo de darme cuenta de que he traicionado a Rafael... Me hizo jurar un día de copas que cuando muriera, en vez de agua bendita en el hisopo, le pondría vino».
Se fue como un señor. Tras habérselo bebido, habérselo fumado, habérselo fumigado todo, haberse reído de todo, con mujeres guapas y amigos fieles llorando por él. En un momento determinado, entre la gente, en una mujer vestida de negro y con pamela, me pareció reconocer de lejos a Sharon Stone. No puedo afirmarlo, claro. Pero no me habría sorprendido que fuera ella, porque «Charon», como Fito la llamaba con mucha familiaridad, era su mujer fetiche. En aquellas noches interminables de humo y alcohol, en las que podía pasarse horas contando chistes, solía mencionarla mucho. Y siempre nos contaba el día glorioso, inolvidable, en que la conoció: «Yo, aquí donde me veis, estuve con Sharon Stone, y esa mujer marcó mi vida. Nunca pude olvidarla. La vi en Nueva York, en una fiesta, hablando con gente, y conseguí que me la presentaran. Yo iba que me temblaban las piernas de emoción. Me acercó a ella un amigo y dijo: 'Éste es el profesor Cózar'. Ella se volvió a mirarme durante tres segundos, dijo «Nice to meet you» -encantada de saludarlo-, pasó de mí y siguió hablando con los otros. Y como os digo, esos tres segundos con Charon marcaron mi vida».    

Arturo Pérez-Reverte - Patente de Corso  (publicado en XL Semanal)

19 de enero de 2015

El último romano

Cada mañana desde hace diez o doce años, poco antes de las nueve, un hombre solitario se detiene ante la barandilla al pie del obelisco egipcio, frente al palacio de Montecitorio, en Roma, a cincuenta pasos de la entrada principal del edificio que alberga el Parlamento italiano. Es un individuo de pelo gris que ya escasea un poco, al que he visto envejecer, pues con frecuencia paso por ahí a esa hora cuando me encuentro en esta ciudad, camino del bar donde desayuno en la plaza del Panteón. Da lo mismo que sea invierno o verano, que haga sol o que llueva: apenas hay día en que no aparezca. Siempre va razonablemente vestido, con aspecto de empleado, o de funcionario. Más bien informal. Y lleva siempre una pequeña mochila, o una cartera colgada del hombro. En eso ha ido cambiando, porque ahora lo veo más con la cartera. El procedimiento es rutinario, idéntico cada día. Se detiene ante la barandilla, frente a la fachada del palacio -supongo que camino del trabajo-, saca un papel doblado que despliega con parsimonia, y con una voz sonora y educada utiliza el papel como guión o referencia de citas para el discurso que viene a continuación, diez o doce minutos de oratoria impecable, bien hilada. Un breve discurso diario, allí solo, bajo el obelisco, ante la fachada muda del Parlamento.

A veces me detengo a cierta distancia, por no molestarlo, y escucho atento. El discurso no suele ser gran cosa, y a menudo repite conceptos. No insulta, no es agresivo. Por lo general se trata de una especie de reprensión moral en la que menciona artículos de la Constitución o critica, casi siempre de modo general, situaciones concretas de la política italiana. Cosas del tipo «Todo gobernante debe asegurar el derecho al trabajo de los ciudadanos», o «La corrupción política no es sino el reflejo de la corrupción moral de una sociedad enferma y a menudo cómplice». De vez en cuando desliza asuntos personales, injusticias de las que es o ha sido objeto, aunque sin alejarse nunca del interés común, del enfoque amplio. Siempre es educado, coherente y sensato. No parece el suyo discurso de un loco, ni expresión patológica desaforada de una obsesión. Parece sólo un ciudadano que lleva diez o doce años dolido por lo que ocurre ante sus ojos, y que cada mañana acude ante el lugar que considera eje principal de esos males, a denunciarlo en voz alta, con palabras mesuradas y sensatas.

Lo que cada día convierte la escena en conmovedora es que ese hombre está solo. El lugar, frente a Montecitorio, es escenario habitual de protestas ciudadanas, y a menudo hay carteles reivindicativos; o algo más tarde, a la hora de entrada de los diputados, se reúnen cámaras de televisión y ruidosos grupos de manifestantes que abuchean o vocean consignas. Sin embargo, a la hora en que nuestro hombre se presenta no hay nadie. Sólo un par de carabinieri que pasean aburridos por la plaza desierta y algún turista que se asoma, curioso, por la ventana de un hotel próximo. Y es allí, en aquella soledad, ante la puerta vacía del Parlamento, donde se alza esa voz serena y desafiante, pronunciando palabras que suenan clásicas y hermosas: reprensiones morales, llamados a la conciencia, sentencias que todo ciudadano honrado, todo político decente, deberían tener por su evangelio. Y después, cada vez, acabado el discurso, nuestro hombre dobla despacio el papel, lo guarda en la cartera y se va dignamente, en silencio. Mesurado como un ciudadano de la antigua Roma.

Cada vez, viéndolo marcharse con tan admirable continente, no puedo evitar pensar en los otros: sus ilustres antecesores. Pensar en los Gracos, en Cicerón pronunciando ante el Senado su inmortal «Quousque tandem abutere, Catilina, patienta nostra». En Bruto, Casio y los que ensangrentaron la túnica de César. En los hombres flacos de sueño inquieto de los que hablaba Shakespeare, cuyos ojos abiertos los hacen incómodos para los tiranos y los canallas. En los hombres justos de aquella Roma republicana, embellecida por la Historia, pero cuyos ejemplos formales tanto influyeron en el mundo, en los derechos y libertades de los hombres que supieron regirse a sí mismos. En la conciencia moral, superior hasta en las actitudes -y quizá superior, precisamente, a causa de ellas-, que tanto sigue necesitando esta Europa miserable y analfabeta, este compadreo de golfos oportunistas que nos desgobierna y del que también somos responsables, pues de entre nosotros mismos, de nuestra desidia e incultura, han nacido. En el consuelo casi analgésico de escuchar cada mañana, todavía, la voz serena de un último romano.

Arturo Pérez-Reverte - XLSemanal - 17/11/2014

15 de abril de 2014

Imbéciles, permitirme tutearos

Por Arturo Pérez Reverte.

Cuadrilla de golfos apandadores, unos y otros. Refraneros casticistas analfabetos de la derecha. Demagogos iletrados de la izquierda. Presidente de este Gobierno. Ex presidente del otro. Jefe de la patética oposición. Secretarios generales de partidos nacionales o de partidos autonómicos. Ministros y ex ministros –aquí matizaré ministros y ministras– de Educación y Cultura. Consejeros varios. Etcétera. No quiero que acabe el mes sin mentaros –el tuteo es deliberado– a la madre. Y me refiero a la madre de todos cuantos habéis tenido en vuestras manos infames la enseñanza pública en los últimos veinte o treinta años. De cuantos hacéis posible que este autocomplaciente país de mierda sea un país de más mierda todavía. De vosotros, torpes irresponsables, que extirpasteis de las aulas el latín, el griego, la Historia, la Literatura, la Geografía, el análisis inteligente, la capacidad de leer y por tanto de comprender el mundo, ciencias incluidas. De quienes, por incompetencia y desvergüenza, sois culpables de que España figure entre los países más incultos de Europa, nuestros jóvenes carezcan de comprensión lectora, los colegios privados se distancien cada vez más de los públicos en calidad de enseñanza, y los alumnos estén por debajo de la media en todas las materias evaluadas.

Pero lo peor no es eso. Lo que me hace hervir la sangre es vuestra arrogante impunidad, vuestra ausencia de autocrítica y vuestra cateta contumacia. Aquí, como de costumbre, nadie asume la culpa de nada. Hace menos de un mes, al publicarse los desoladores datos del informe Pisa 2006, a los meapilas del Pepé les faltó tiempo para echar la culpa de todo a la Logse de Maravall y Solana –que, es cierto, deberían ser ahorcados tras un juicio de Nuremberg cultural–, pasando por alto que durante dos legislaturas, o sea, ocho años de posterior gobierno, el amigo Ansar y sus secuaces se estuvieron tocando literalmente la flor en materia de Educación, destrozando la enseñanza pública en beneficio de la privada y permitiendo, a cambio de pasteleo electoral, que cada cacique de pueblo hiciera su negocio en diecisiete sistemas educativos distintos, ajenos unos a otros, con efectos devastadores en el País Vasco y Cataluña. Y en cuanto al Pesoe que ahora nos conduce a la Arcadia feliz, ahí están las reacciones oficiales, con una consejera de Educación de la Junta de Andalucía, por ejemplo, que tras veinte años de gobierno ininterrumpido en su feudo, donde la cultura roza el subdesarrollo, tiene la desfachatez de cargarle el muerto al «retraso histórico». O una ministra de Educación, la señora Cabrera, capaz de afirmar impávida que los datos están fuera de contexto, que los alumnos españoles funcionan de maravilla, que «el sistema educativo español no sólo lo hace bien, sino que lo hace muy bien» y que éste no ha fracasado porque «es capaz de responder a los retos que tiene la sociedad», entre ellos el de que «los jóvenes tienen su propio lenguaje: el chat y el sms». Con dos cojones.
Pero lo mejor ha sido lo tuyo, presidente –recuérdame que te lo comente la próxima vez que vayas a hacerte una foto a la Real Academia Española–. Deslumbrante, lo juro, eso de que «lo que más determina la educación de cada generación es la educación de sus padres», aunque tampoco estuvo mal lo de «hemos tenido muchas generaciones en España con un bajo rendimiento educativo, fruto del país que tenemos». Dicho de otro modo, lumbrera: que después de dos mil años de Hispania grecorromana, de Quintiliano a Miguel Delibes pasando por Cervantes, Quevedo, Galdós, Clarín o Machado, la gente buena, la culta, la preparada, la que por fin va a sacar a España del hoyo, vendrá en los próximos años, al fin, gracias a futuros padres felizmente formados por tus ministros y ministras, tus Loes, tus educaciones para la ciudadanía, tu género y génera, tus pedagogos cantamañanas, tu falta de autoridad en las aulas, tu igualitarismo escolar en la mediocridad y falta de incentivo al esfuerzo, tus universitarios apáticos y tus alumnos de cuatro suspensos y tira p’alante. Pues la culpa de que ahora la cosa ande chunga, la causa de tanto disparate, descoordinación, confusión y agrafía, no la tenéis los políticos culturalmente planos. Niet. La tiene el bajo rendimiento educativo de Ortega y Gasset, Unamuno, Cajal, Menéndez Pidal, Manuel Seco, Julián Marías o Gregorio Salvador, o el de la gente que estudió bajo el franquismo: Juan Marsé, Muñoz Molina, Carmen Iglesias, José Manuel Sánchez Ron, Ignacio Bosque, Margarita Salas, Luis Mateo Díez, Álvaro Pombo, Francisco Rico y algunos otros analfabetos, padres o no, entre los que generacionalmente me incluyo.

Qué miedo me dais algunos, rediós. En serio. Cuánto más peligro tiene un imbécil que un malvado.
De nuevo el autor da en la Diana, estamos regidos por imbéciles endiosados, intolerantes, con nula capacidad de diálogo y por lo tanto incapaces de llegar a consensos

Artículo reeditado: Originalmente publicado el 14 de Octubre de 2010.

8 de abril de 2014

Nuestros nuevos Amos


Por Arturo Pérez-Reverte

A los españoles nos destrozaron la vida reyes, aristócratas, curas y generales. Bajo su dominio discurrimos dando bandazos, de miseria en miseria y de navajazo en navajazo, a causa de la incultura y la brutalidad que impusieron unos y otros. Para ellos sólo fuimos carne de cañón, rebaño listo para el matadero o el paredón según las necesidades de cada momento. Situación a la que en absoluto fuimos ajenos, pues aquí nunca hubo inocentes. Nuestros reyes, nuestros curas y nuestros generales eran de la misma madre que nos parió. Españoles, a fin de cuentas, con corona, sotana o espada. Y todos, incluso los peores, murieron en la cama. Cada pueblo merece la historia y los gobernantes que tiene.

Ciertas cosas no han cambiado. Pasó el tiempo en que los reyes nos esquilmaban, los curas regían la vida familiar y social, y los generales nos hacían marcar el paso. Ahora vivimos en democracia. Pero sigue siendo el nuestro un esperpento fiel a las tradiciones. Contaminada de nosotros mismos, la democracia española es incompleta y sectaria. Ignora el respeto por el adversario; y la incultura, la ruindad insolidaria, la demagogia y la estupidez envenenan cuanto de noble hay en la vieja palabra. Seguimos siendo tan fieles a lo que somos, que a falta de reyes que nos desgobiernen, de curas que nos quemen o rijan nuestra vida, de generales que prohíban libros y nos fusilen al amanecer, hemos sabido dotarnos de una nueva casta que, acomodándola al tiempo en que vivimos, mantiene viva la vieja costumbre de chuparnos la sangre. Nos muerden los mismos perros infames, aunque con distintos nombres y collares. Si antes eran otros quienes fabricaban a su medida una España donde medrar y gobernar, hoy es la clase política la que ha ido organizándose el cortijo, transformándolo a su imagen y semejanza, según sus necesidades, sus ambiciones, sus bellacos pasteleos. Ésa es la nueva aristocracia española, encantada, además, de haberse conocido. No hay más que verlos con sus corbatas fosforito y su sonriente desvergüenza a mano derecha, con su inane gravedad de tontos solemnes a mano izquierda, con su ruin y bajuno descaro los nacionalistas, con su alelado vaivén mercenario los demás, siempre a ver cómo ponen la mano y lo que cae. Sin rubor y sin tasa.

En España, la de político debe de ser una de las escasas profesiones para la que no hace falta tener el bachillerato. Se pone de manifiesto en el continuo rizar el rizo, legislatura tras legislatura, de la mala educación, la ausencia de maneras y el desconocimiento de los principios elementales de la gramática, la sintaxis, los ciudadanos y ciudadanas, el lenguaje sexista o no sexista, la memoria histórica, la economía, el derecho, la ciencia, la diplomacia. Y encima de cantamañas, chulos. Osan pedir cuentas a la Justicia, a la Real Academia Española o a la de la Historia, a cualquier institución sabia, respetable y necesaria, por no plegarse a sus oportunismos, enjuagues y demagogias. Vivimos en pleno disparate. Cualquier paleto mierdecilla, cualquier leguleyo marrullero, son capaces de llevárselo todo por delante por un voto o una legislatura. Saben que nadie pide cuentas. Se atreven a todo porque todo lo ignoran, y porque le han cogido el tranquillo a la impunidad en este país miserable, cobarde, que nada exige a sus políticos pues nada se exige a sí mismo.

Nos han tomado perfectas las medidas, porque la incultura, la cobardía y la estupidez no están reñidas con la astucia. Hay imbéciles analfabetos con disposición natural a medrar y a sobrevivir, para quienes esta torpe y acomplejada España es el paraíso. Y así, tras la añada de políticos admirables que tanta esperanza nos dieron, ha tomado el relevo esta generación de trileros profesionales que no vivieron el franquismo, la clandestinidad ni la Transición, mediocres funcionarios de partido que tampoco han trabajado en su vida, ni tienen intención de hacerlo. Gente sin el menor vínculo con el mundo real que hay más allá de las siglas que los cobijan, autistas profesionales que sólo frecuentan a compadres y cómplices, nutriéndose de ellos y entre ellos. Salvo algunas escasas y dignísimas excepciones, la democracia española está infestada de una gentuza que en otros países o circunstancias jamás habría puesto sus sucias manos en el manejo de presupuestos o en la redacción de un estatuto. Pero ahí están ellos: oportunistas aupados por el negocio del pelotazo autonómico, poceros de la política. Los nuevos amos de España.

Este es el primero de una serie de artículos de Arturo Pérez-Reverte, 4 (3 nuevos y una reedición) publicados en XL-Semanal, sobre los políticos. Yo, personalmente estoy absolutamente de acuerdo con el punto de vista de este insigne escritor.

Artículo reeditado: Originalmente publicado el 05 de Octubre de 2010.

2 de febrero de 2013

Esos Hijos de la Gran ...


LOS AMOS DEL MUNDO
Arturo Pérez-Reverte
(Artículo del escritor español Arturo Pérez-Reverte, publicado en 'El Semanal' el 15 de noviembre de 1998, y que ahora, mas de 11 años después, parece una visión de Nostradamus).

Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los conoce ni se los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las manos, en la agenda electrónica, en la tecla intro del computador, su futuro y el de sus hijos.
Usted no sabe qué cara tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar al paro en nombre de un tres punto siete, o un índice de probabilidad del cero coma cero cuatro.
Usted no tiene nada que ver con esos fulanos porque es empleado de una ferretería o cajera de Pryca, y ellos estudiaron en Harvard e hicieron un máster en Tokio, o al revés, van por las mañanas a la Bolsa de Madrid o a la de Wall Street, y dicen en inglés cosas como long-term capital management, y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilaterales de inversión y de neoliberalismo económico salvaje, como quien comenta el partido del domingo.
Usted no los conoce ni en pintura, pero esos conductores suicidas que circulan a doscientos por hora en un furgón cargado de dinero van a atropellarlo el día menos pensado, y ni siquiera le quedará el consuelo de ir en la silla de ruedas con una recortada a volarles los huevos, porque no tienen rostro público, pese a ser reputados analistas, tiburones de las finanzas, prestigiosos expertos en el dinero de otros. Tan expertos que siempre terminan por hacerlo suyo. Porque siempre ganan ellos, cuando ganan; y nunca pierden ellos, cuando pierden.
No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tienen que ver con la economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con espejismos y con humo, y los poderosos de la Tierra pierden el culo por darles coba y subirse al carro.
Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder. El riesgo es mínimo. Los avalan premios Nobel de Economía, periodistas financieros de prestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida solvencia.
Y entonces el presidente del banco transeuropeo tal, y el presidente de la unión de bancos helvéticos, y el capitoste del banco latinoamericano, y el consorcio euroasiático, y la madre que los parió a todos, se embarcan con alegría en la aventura, meten viruta por un tubo, y luego se sientan a esperar ese pelotazo que los va a forrar aún más a todos ellos y a sus representados.
Y en cuanto sale bien la primera operación ya están arriesgando más en la segunda, que el chollo es el chollo, e intereses de un tropecientos por ciento no se encuentran todos los días. Y aunque ese espejismo especulador nada tiene que ver con la economía real, con la vida de cada día de la gente en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la espalda, y hasta entidades bancarias oficiales comprometen sus reservas de divisas. Y esto, señores, es Jauja.
Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía sus fallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad.
Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos especiales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economía mundial, muestran su lado negro. Y entonces, ¡oh, prodigio!, mientras que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con dinero de otros, resulta que las pérdidas, no.
Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esos pijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran al Monopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros.
Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos, y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichis de la Bernarda. Y esa solidaridad, imprescindible para salvar la estabilidad mundial, la paga con su pellejo, con sus ahorros, y a veces con su puesto de trabajo, Mariano Pérez Sánchez, de profesión empleado de comercio, y los millones de infelices Marianos que a lo largo y ancho del mundo se levantan cada día a las seis de la mañana para ganarse la vida.
Eso es lo que viene, me temo. Nadie perdonará un duro de la deuda externa de países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar agujeros de especuladores y canallas que juegan a la ruleta rusa en cabeza ajena.
Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el panorama que los amos de la economía mundial nos deparan, con el cuento de tanto neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de tanta poca vergüenza.

JOAQUIN SABINA - CRISIS (VINAGRE Y ROSAS).

Otro jueves negro en el Wall Street
Journal,
desde el veintinueve la bolsa no hace
crack,
cierra la oficina crece el desvarío,
los peces se amotinan contra
el dueño del rio.

En el vecindario a la hora del rosario
ni carne ni pescao,
dame otra pastilla de Apocalipsis now
mientras se apolilla el libro rojo de
Mao.

Crisis en el ego,
todos al talego,
crisis en el adoquín.

Crisis de valores,
funeral sin flores,
dólares de calcetín.

Crisis en la escuela,
quien no corre vuelva,
sexo, drogas, rock and roll.

Crisis en los huesos
fotos de sucesos,
cotos de caza menor.

Dan ganas de nada mirando lo que
hay:
ayuno y vacas flacas de Tánger a
Bombay.
Siglo XXI, desesperación,
este año los reyes magos dejan
carbón.

Y la gorda soñando que le aborda él
crucero
un fiero somalí.
A ritmo de cangrejo avanza el porvenir.
Mirándose al espejo de esta España cañí

Crisis en el cielo,
crisis en el suelo,
crisis en la catedral.

Crisis en la cama,
cada sueño un drama,
un euro es un dineral.

Crisis en la luna,
la diosa fortuna
debe un año de alquiler.

Crisis con ladillas,
manchas amarillas,
pánico del día después.

Crisis en la moda,
firma y no me jodas,
esta no es nuestra canción.

Guerra de intereses,
vuelvo haciendo eses,
ábreme por compasión.

Putas de rebajas,
reyes sin baraja,
inmundo mundo mundial.

Sábado sin noche,
México sin coches,
libro sin punto final.

Cómete los mocos,
no te vuelvas loco,
múdate a Nueva Orleans.

Gripe postmoderna,
rabo entre las piernas,
Clark Kent ya no es superman.

Mierda y disimulo,
crisis por el culo
del zulo de tu nariz.

Crisis, crisis, crisis…

Artículo reeditado: Publicado originalmente el 14 de Marzo de 2010, al que añadimos el vídeo de la canción de Joaquín Sabina.



1 de octubre de 2012

Los ciudadanos expoliados

Arturo Pérez-Reverte

"La Cultura,la Educación, la Sanidad, as clases altas, medias y bajas, expoliadas. Y el disparate administrativo-político-autonómico, ni tocarlo.

A ver si lo he entendido, señor presidente... Hasta por morirme debo pagar un 21 %... A ver si lo entiendo. Insisto.

Alemania tiene 80 millones de fulanos y 150.000 políticos. España, 47 millones y 445.000 políticos. Sin contar asesores, cómplices y colegas. O en Alemania faltan políticos, o aquí sobran. Si en Alemania faltan, apenas tengo nada que decir. Si en España sobran, tengo algunas preguntas. Señor presidente.

¿Para qué sirven 390 senadores (con la brillantez media y la eficacia política media de un Iñaki Anasagasti, por ejemplo)? Subpregunta: si un concejal de Villacantos del Botijo, por ejemplo, necesita contratar a 15 asesores... ¿Para qué puñetas sirve ese concejal, aparte de para dar de comer a numerosos compadres y parientes?

¿Para qué sirven 1.206 parlamentarios autonómicos y 1.031 diputados provinciales? ¿Sabe usted lo que cobra toda esa gente? ¿Y lo que come? Ese tinglado regional, repartido en diecisiete chiringuitos distintos, duplicados, nos cuesta al año 90.000 millones de euros. Con ahorrar sólo la mitad... Eche usted cuentas, señor presidente. Que yo soy de Letras. 

En vista de eso, ¿cómo es posible que el Gobierno de este putiferio de sangüijuelas y sangüijuelos se la endiñe a las familias y no a ellos? Que en vez de sangrar a esa chusma, se le endiñe a la Dependencia, a la Sanidad, a la Educación, a la Cultura, al pequeño comercio? ¿A la gente que de verdad lucha y trabaja, en vez de a esa casta golfa, desvergonzada y manifiestamente incompetente?

A ese negocio autonómico absurdo e insostenible, del que tanta gentuza lleva viviendo holgadamente desde hace más de treinta años. 17 parlamentos, 17 defensores del pueblo, embajadas propias, empresas, instituciones. Negocios casi privados (o sin casi) con dinero público. El único consuelo es que a esa pandilla depredadora la hemos ido votando nosotros. No somos inocentes. Son proyección y criaturas nuestras.

Treinta años engordándolos con nuestra imbecilidad y abulia política. Cuando no con complicidad ciudadana directa: Valencia, Andalucía... Con unos tribunales de Justicia cuando no politizados o venales, a menudo lentos y abúlicos. El golfo, impune. Y el ciudadano, indefenso. Esos políticos de todo signo (hasta sindicalistas, rediós) puestos en cajas de ahorros para favorecer a partidos y amiguetes. Impunes, todos.

Me creeré a un presidente de Gobierno, sea del color que sea, cuando confiese públicamente que este Estado-disparate es insostenible. Cuando alguien diga, señor presidente, mirándonos a los ojos, "voy a luchar por un gran pacto de Estado con la oposición"; "me voy a cargar esta barbaridad, racionalizándola, reduciéndola, controlándola, adecuándola a lo real y necesario"; "voy a desmontarles el negocio a todos los que pueda. Y a los que no pueda, a limitárselo al máximo. A lo imprescindible";"aquí hay dos autonomías históricas que tendrán algo más de cuartelillo, dentro de un orden. Y el resto, a mamarla a Parla".

"Y el que quiera entrar en política para servir al pueblo, que se lo pague de su bolsillo". 

Pero dudo que haga eso, señor presidente. Es tan prisionero de su propia chusma político-autonómica como el PSOE lo es de la suya. Ese toque dejacobinismo es ya imposible. Tiene gracia. No paran de hablar de soberanía respecto a Europa quienes son incapaces de ejercerla en su propio país. Sobre sus políticos. Dicho en corto, señor presidente: no hay cojones. Seguirán pagándolo los mismos, cada vez más, y seguirán disfrutándolo los de siempre. El negocio autonómico beneficia a demasiada gente.

Usted, señor presidente, como la oposición si gobernara, como cualquiera que lo haga en España, seguirá yendo a lo fácil. A cargar a una población triturada, con cinco millones de parados, lo que no se atreven a cargar sobre sus desvergonzados socios y compadres. Seguirá haciéndonos aun más pobres, menos sanos, menos educados. Hasta el ocio para olvidarlo y la cultura para soportarlo serán imposibles.

Así que cuando lo pienso, a veces se me va la olla y me veo deseando una intervención exterior. Que le vayan a frau Merkel con derechos históricos, defensores del pueblo, inmersiones lingüísticas, embajadas y golferías autonómicas. De tanto reírse, le dará un ataque de hipo. De hippen, o como se diga allí.

Lo escribía el poeta Cavafis en Esperando a los bárbaros. Quizá los bárbaros traigan una solución, después de todo. Para esto, que nos invadan los bárbaros de una puta vez. Que todo se vaya al carajo y el Sentido Común reconozca a los suyos. Si quedan.

Recristo. Qué a gusto me he quedado esta tarde, señor presidente. Lola acaba de abrir el bar. Esta noche me emborracho. Como Gardel en el tango. Fiera venganza la del tiempo. Parece un título de Lope de Vega. Un tango adecuado para este pasaje". 

Un Colaborador Anónimo, nos ha remitido este artículo de Arturo Pérez-Reverte. GRACIAS.

6 de abril de 2012

Indecente

Me gustaría transmitirle al Gobierno pasado, al actual, y al que pueda venir, lo siguiente:

Dediquen su empeño en rebajar LA VERGÜENZA DEL FRAUDE FISCAL,que en España se sitúa alrededor del 23% del P.I.B. (10 puntos por encima de la media europea) y por el que se pierden miles de millones de €uros, fraude que repercute en mayores impuestos para los ciudadanos honestos.

TENGAN LA VERGÜENZA de hacer un plan para que la Banca devuelva al erario público los miles de millones de euros que Vds. les han dado para aumentar los beneficios de sus accionistas y directivos; en vez de facilitar el crédito a las familias y a las empresas, erradicarlas comisiones por los servicios bancarios y que dejen de cobrar a los españoles más humildes €30.01, cada vez que su menguada cuenta se queda sin saldo. Cosa que ocurre cada 1º de mes cuando les cargan las facturas de colegios, comunidades, telefonía, Etc. y aun no les han abonado la nómina.

PONGAN COTO a los desmanes de las empresas de telefonía y de ADSL que ofrecen los servicios más caros de Europa y de peor calidad.

ELIMINEN la duplicidad de muchas Administraciones Públicas, suprimiendo organismos innecesarios, reasignado a los funcionarios de carrera y acabando con los cargos, asesores de confianza y otros puestos nombrados a dedo que, pese a ser innecesarios en su mayor parte, son los que cobran los sueldazos en las Administraciones Públicas y su teórica función puede ser desempeñada de forma más cualificada por muchos funcionarios públicos titulados y que lamentablemente están infrautilizados.

HAGAN que los políticos corruptos de sus partidos devuelvan el dinero equivalente a los perjuicios que han causado al erario público con su mala gestión o/y sus fechorías, y endurezcan el Código Penal con procedimientos judiciales más rápidos y con castigos ejemplares para ellos.

INDECENTE, es que el salario mínimo de un trabajador sea de 624 €/mes y el de un diputado de 3.996, pudiendo llegar, con dietas y otras prebendas, a 6.500 €/mes. Y bastantes más por diferentes motivos que se le pueden agregar.

INDECENTE, es que un profesor, un maestro, un catedrático de universidad o un cirujano de la sanidad pública, ganen menos que el concejal de festejos de un ayuntamiento de tercera.

INDECENTE, es que los políticos se suban sus retribuciones en el porcentaje que les apetezca (siempre por unanimidad, por supuesto, y al inicio de la legislatura).

INDECENTE, es que un ciudadano tenga que cotizar 35 años para percibir una jubilación y a los diputados les baste sólo con siete, y que los miembros del gobierno, para cobrar la pensión máxima, sólo necesiten jurar el cargo.

INDECENTE, es que los diputados sean los únicos trabajadores (¿?) de este país que están exentos de tributar un tercio de su sueldo del IRPF.

INDECENTE, es colocar en la administración a miles de asesores = (léase amigotes con sueldos que ya desearían los técnicos más cualificados)

INDECENTE, es el ingente dinero destinado a sostener a los partidos y sindicatos pesebreros, aprobados por los mismos políticos que viven de ellos.

INDECENTE, es que a un político no se le exija superar una mínima prueba de capacidad para ejercer su cargo (ni cultural ni intelectual).

INDECENTE, es el coste que representa para los ciudadanos sus comidas, coches oficiales, chóferes, viajes (siempre en gran clase) y tarjetas de crédito por doquier.

Indecente No es que no se congelen el sueldo sus señorías, sino que no se lo bajen.

INDECENTE, es que sus señorías tengan seis meses de vacaciones al año.

INDECENTE, es que ministros, secretarios de estado y altos cargos de la política, cuando cesan, son los únicos ciudadanos de este país que pueden legalmente percibir dos salarios del ERARIO PÚBLICO.

Y que sea cuál sea el color del gobierno, toooooooodos los políticos se benefician de este moderno "derecho de pernada" mientras no se cambien las leyes que lo regula.

¿Y quiénes las cambiarán? ¿Ellos mismos? Já.


Un seguidor anónimo nos remite este artículo, que ha circulado por Internet, incluso se ha atribuido a Pérez-Reverte. GRACIAS.

21 de marzo de 2012

Los Amos del Mundo

Artículo del escritor español Arturo Pérez-Reverte, publicado en 'El Semanal' el 15 de noviembre de 1998, y que ahora, más de diez años después, parece una visión de Nostradamus.

Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los conoce ni se los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las manos, en la agenda electrónica, en la tecla Intro del computador, su futuro y el de sus hijos.

Usted no sabe qué cara tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar al paro en nombre de un tres punto siete, o un índice de probabilidad del cero coma cero cuatro.

Usted no tiene nada que ver con esos fulanos porque es empleado de una ferretería o cajera de Pryca, y ellos estudiaron en Harvard e hicieron un máster en Tokio, o al revés, van por las mañanas a la Bolsa de Madrid o a la de Wall Street , y dicen en inglés cosas como long-term capital management, y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilaterales de inversión y de neoliberalismo económico salvaje, como quien comenta el partido del domingo.

Usted no los conoce ni en pintura, pero esos conductores suicidas que circulan a doscientos por hora en un furgón cargado de dinero van a atropellarlo el día menos pensado, y ni siquiera le quedará el consuelo de ir en la silla de ruedas con una recortada a volarles los huevos, porque no tienen rostro público, pese a ser reputados analistas, tiburones de las finanzas, prestigiosos expertos en el dinero de otros. Tan expertos que siempre terminan por hacerlo suyo. Porque siempre ganan ellos, cuando ganan; y nunca pierden ellos, cuando pierden.

No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tienen que ver con la economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con espejismos y con humo, y los poderosos de la Tierra pierden el culo por darles coba y subirse al carro.

Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder. El riesgo es mínimo. Los avalan premios Nóbel de Economía, periodistas financieros de prestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida solvencia.

Y entonces el presidente del banco transeuropeo tal, y el presidente de la unión de bancos helvéticos, y el capitoste del banco latinoamericano, y el consorcio euroasiático, y la madre que los parió a todos, se embarcan con alegría en la aventura, meten viruta por un tubo, y luego se sientan a esperar ese pelotazo que los va a forrar aún más a todos ellos y a sus representados.

Y en cuanto sale bien la primera operación ya están arriesgando más en la segunda, que el chollo es el chollo, e intereses de un tropecientos por ciento no se encuentran todos los días. Y aunque ese espejismo especulador nada tiene que ver con la economía real, con la vida de cada día de la gente en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la espalda, y hasta entidades bancarias oficiales comprometen sus reservas de divisas. Y esto, señores, es Jauja.

Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía sus fallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad.

Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos especiales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economía mundial, muestran su lado negro. Y entonces, ¡oh, prodigio!, mientras que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con dinero de otros, resulta que las pérdidas, no.

Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esos pijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran al Monopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros.

Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos, y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichis de la Bernarda... Y esa solidaridad, imprescindible para salvar la estabilidad mundial, la paga con su pellejo, con sus ahorros, y a veces con su puesto de trabajo, Mariano Pérez Sánchez, de profesión empleado de comercio, y los millones de infelices Marianos que a lo largo y ancho del mundo se levantan cada día a las seis de la mañana para ganarse la vida.

Eso es lo que viene, me temo. Nadie perdonará un duro de la deuda externa de países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar agujeros de especuladores y canallas que juegan a la ruleta rusa en cabeza ajena.

Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el panorama que los amos de la economía mundial nos deparan, con el cuento de tanto neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de tanta poca vergüenza.

Un Colaborador anónimo, nos remite este artículo, sencillamente impresionante con qué exactitud describe Pérez-Reverte la actual sucesión de acontecimientos ... en 1998 !!.

29 de marzo de 2011

La carga de los tres reyes


por Arturo Pérez-Reverte

....Ya ni siquiera se estudia en los colegios, creo. Moros y cristianos degollándose, nada menos. Carnicería sangrienta. Ese medioevo fascista, etcétera. Pero es posible que, gracias a aquello... mi hija no lleve hoy velo cuando sale a la calle.

Ocurrió hace casi ocho siglos justos, cuando tres reyes españoles dieron, hombro con hombro, una carga de caballería que cambió la historia de Europa.
El próximo 16 de julio se cumple el 798 aniversario de aquel lunes del año 1212 en que el ejército almohade del Miramamolín Al Nasir, un ultrarradical islámico que había jurado plantar la media luna en Roma, fue destrozado por los cristianos cerca de Despeñaperros. Tras proclamar la yihad -seguro que el término les suena- contra los infieles, Al Nasir había cruzado con su ejército el estrecho de Gibraltar, resuelto a reconquistar para el Islam la España cristiana e invadir una Europa -también esto les suena, imagino- debilitada e indecisa.

Los paró un rey castellano, Alfonso VIII. Consciente de que en España al enemigo pocas veces lo tienes enfrente, hizo que el papa de Roma proclamase aquella cruzada contra los sarracenos, para evitar que, mientras guerreaba contra el moro, los reyes de Navarra y de León, adversarios suyos, le jugaran la del chino, atacándolo por la espalda. Resumiendo mucho la cosa, diremos que Alfonso de Castilla consiguió reunir en el campo de batalla a unos 27.000 hombres, entre los que se contaban algunos voluntarios extranjeros, sobre todo franceses, y los duros monjes soldados de las órdenes militares españolas.
Núcleo principal eran las milicias concejiles castellanas -tropas populares, para entendernos- y 8.500 catalanes y aragoneses traídos por el rey Pedro II de Aragón; que, como gentil caballero que era, acudió a socorrer a su vecino y colega. A última hora, a regañadientes y por no quedar mal, Sancho VII de Navarra se presentó con una reducida peña de doscientos jinetes -Alfonso IX de León se quedó en casa-.

Por su parte, Al Nasir alineó casi 60.000 guerreros entre soldados norteafricanos, tropas andalusíes y un nutrido contingente de voluntarios fanáticos de poco valor militar y escasa disciplina: chusma a la que el rey moro, resuelto a facilitar su viaje al anhelado paraíso de las huríes, colocó en primera fila para que se comiera el primer marrón, haciendo allí de carne de lanza.

La escabechina, muy propia de aquel tiempo feroz, hizo época. En el cerro de los Olivares, cerca de Santa Elena, los cristianos dieron el asalto ladera arriba bajo una lluvia de flechas de los temibles arcos almohades, intentando alcanzar el palenque fortificado donde Al Nasir, que sentado sobre un escudo leía el Corán, o hacía el paripé de leerlo -imagino que tendría otras cosas en la cabeza-, había plantado su famosa tienda roja. La vanguardia cristiana, mandada por el vasco Diego López de Haro, con jinetes e infantes castellanos, aragoneses y navarros, deshizo la primera línea enemiga y quedó frenada en sangriento combate con la segunda. Milicias como la de Madrid fueron casi aniquiladas tras luchar igual que leones de la Metro Goldwyn Mayer. Atacó entonces la segunda oleada, con los veteranos caballeros de las órdenes militares como núcleo duro, sin lograr romper tampoco la resistencia moruna.

La situación empezaba a ser crítica para los nuestros -porque sintiéndolo mucho, señor presidente, allí los cristianos eran los nuestros-; que, imposibilitados de maniobrar, ya no peleaban por la victoria, sino por la vida. Junto a López de Haro, a quien sólo quedaban cuarenta jinetes de sus quinientos, los caballeros templarios, calatravos y santiaguistas, revueltos con amigos y enemigos, se batían como gato panza arriba.

Fue entonces cuando Alfonso VII, visto el panorama, desenvainó la espada, hizo ondear su pendón, se puso al frente de la línea de reserva, tragó saliva y volviéndose al arzobispo Jiménez de Rada gritó: «Aquí, señor obispo, morimos todos». Luego, picando espuelas, cabalgó hacia el enemigo. Los reyes de Aragón y de Navarra, viendo a su colega, hicieron lo mismo. Con vergüenza torera y un par de huevos, ondearon sus pendones y fueron a la carga espada en mano. El resto es Historia: tres reyes españoles cabalgando juntos por las lomas de Las Navas, con la exhausta infantería gritando de entusiasmo mientras abría sus filas para dejarles paso. Y el combate final en torno al palenque, con la huida de Al Nasir, el degüello y la victoria.

¿Imaginan la película?... ¿Imaginan ese material en manos de ingleses, o norteamericanos?.. Supongo que sí. Pero tengan la certeza de que, en este país imbécil, acomplejado de sí mismo, gobernado por políticos aún más imbéciles carentes de toda identidad... no la rodará ninguna televisión, ni la subvencionará jamás ningún ministerio de Educación, ni de Cultura, porque aquí no habría despelote ni mariconeo, sino gente real que por amar a su tierra luchaban a morir.
Ojo! Importante!

Tardamos 8 SIGLOS, o sea, 800 AÑOS!! en echarles de la península, nuestra tierra!.

Fue por nuestra desunión, porque España la formaban distintos reinos y no uno solo. Combatíamos entre nosotros -como ahora con las 17 autonomías innecesarias- y no tuvimos un solo Rey, una sola nación, un único mando militar para expulsarles, de eso se aprovecharon durante 8 siglos! y ellos, los de la media luna sí que lo recuerdan, por eso se aprovechan, de nuestra actual desunión, para una segunda invasión silenciosa... bajo la permisividad de políticos de bajo perfil, acomplejados, miedosos de llamar a las cosas por su nombre..., nada que ver con aquellos valerosos guerreros cristianos que combatieron y derramaron su sangre para.... nada!

Ellos recuerdan nuestra desunión, la misma que tenemos ahora y que muchos políticos fomentan! Y ellos lo saben... y de paso, se frotan las manos, se ríen y se aprovechan para su segunda invasión...

Nosotros hemos olvidado la historia, pero ellos no.... mal asunto.


Un seguidor, que firma como La verdad, nos remite este artículo, el 7º del ya habitual en nuestro Blog, Arturo Pérez-Reverte.

25 de febrero de 2011

Esa otra fiel infantería


Arturo Pérez-Reverte

Los vi hace poco en el aeropuerto de México: ojerosos, mal afeitados, hechos polvo tras largos vuelos y tránsitos infames.
Eran cuatro -uno, naturalmente, se llamaba Pepe- y hablaban de Flandes y de las Indias. O de como se diga ahora. Holanda, decían. México y Venezuela. Sitios así. Hablaban de saqueos, botines y aventuras. O sea, de buscarse la vida donde ésta late. De negocios. Estaban allí con sus arrugados coletos de cuero transformados en trajes de chaqueta y corbata; con sus armas, que eran ordenadores y agendas, y con esa mirada absorta, fatigada, que les queda a los que vienen de asaltar las murallas de Breda o pelear en las calzadas de Tenochtitlán.
Observándolos mientras consultaban las salidas de los vuelos, concluí que tampoco, si uno se fija bien y leyó los libros adecuados, hay tanta diferencia: Barajas en vez de Cádiz, Lisboa o la boca del Guadalquivir, en galeones, o Italia y el Camino Español por los Alpes y Suiza, rumbo al norte de Europa. La fiel infantería del rey católico: la misma gente que hace cuatro siglos, harta de monarcas imbéciles, curas parásitos y funcionarios sanguijuelas, decidió que era mejor intentarlo allá afuera y reventar en ello, que languidecer en una tierra yerma, ingrata, dejada de la mano de Dios.

Alguien escribió que en otro tiempo, cuando España se dilataba en el mundo, los españoles se echaron afuera a pelear y buscarse la vida, desde nobles hasta labriegos. Y fue cierto. Unos lo hicieron por hambre de gloria y dinero; otros, los más, por hambre de verdad. Desde las Indias a Filipinas, del norte de África a Europa entera, contra toda clase de naciones bárbaras o civilizadas, pelearon hidalgos y campesinos, bachilleres y pastores, caballeros y pícaros, amos y criados, soldados y poetas. Pelearon Cervantes, Garcilaso, Lope de Vega, Calderón, Ercilla y muchos más. En todas las tierras y climas, bajo nieve, sol, lluvia o viento, desharrapadas huestes de españoles pequeños y recios, fanfarrones, crueles, hechos a la miseria, el sufrir y las fatigas, con todo por ganar y nada que perder salvo la vida, renegando a cada paso en todas las lenguas de España, acuchillándose entre sí en los ratos libres que no empleaban en degollar a terceros, caminaron tras las rotas banderas en busca de pan que llevarse a la boca. Así llenaron los espacios en blanco de los mapas, las tierras incógnitas. Y sin pretenderlo, de rebote, los que regresaron vivos trajeron Méxicos y Perús, riquezas hasta para quienes nunca arriesgaron nada. E historias fascinantes que escuchar.

Pensaba en eso viendo a los cuatro soldados de los modernos tercios que aguardaban en el aeropuerto. La misma hambre, me dije. El mismo dilema. Quedarse en esta tierra estéril y enferma es languidecer.
Recordé haberlos visto toda mi vida en cien rincones perdidos del mundo, alojados en hoteles de veinte dólares donde nunca para un hombre de negocios acomodado. Planchándose ellos cada mañana su único traje, como otros se revestían el arnés y el acero, antes de echarse a la calle a pelear de nuevo.
A arrancarle el botín a la vida donde ésta se deja. Lo mejor de nuestra fiel infantería: empresarios y comerciales españoles que no gastan más de lo preciso en dormir y comer, sobrios y tenaces; pero que cada mañana, a la hora del combate, riñen con esos otros a quienes todo sobra, tumbando a base de iniciativa e imaginación a competidores de grandes compañías gringas que han hecho máster en Harvard y escriben sin faltas de ortografía; y que sin embargo se ven, sin comprenderlo, acuchillados por esos tipos duros, hambrientos y mal afeitados que no tienen Visa Oro pero saben arreglárselas para hacer lo imposible, por pura necesidad y desesperación.
Porque hablan la lengua, o se la inventan. Porque lo de buscarse la vida, asaltar murallas para cobrarse pagas atrasadas o pelear en una trinchera, hambrientos y con el barro hasta los huevos, lo llevan en la sangre.
Pensé en todo eso, como digo, mirando a esos tipos en la sala de espera del aeropuerto. Nunca imaginaréis, concluí, con cuántas cosas me reconciliáis de nuestra perra España. Calculé sus noches solitarias velando armas, mirando ventanas de cielos extranjeros. La soledad y la dureza del combate librado a tus solas fuerzas, sabiendo que el único día fácil es el que dejaste atrás. Hombres y mujeres valientes, soldados metidos muy adentro en territorio enemigo, que llevan al hombro, a su manera conmovedora, la vieja aspa de San Andrés: los colores de sus modestas empresas.
-«I am from Murcia», oí decir a uno en El Cairo, hace treinta años, al policía que le pidió la cartilla de vacunación que no llevaba-. Batiéndose a ciegas por la negra honra y por desesperación. Por hambre. Mal pagados e ignorados en su tierra, como siempre. De nuevo, también como siempre, la misma historia. No sabemos vivir de otra manera..


Un seguidor anónimo, nos remite este Artículo de Pérez-Reverte, el 7º que publicamos, en él se destaca la labor de los empresarios y los comerciales españoles, los que curran de verdad y no especulan, por esa tierras de Dios. GRACIAS.