Digresiones sobre un taxi
Nunca me he sentido atraído por el
ejercicio físico: Mi máxima siempre ha sido la de “mens sana in corpore
insepulto” y el dominó lo he considerado de toda la vida como un deporte de
riesgo.
Por otra parte, jamás he tenido carnet
de conducir; de hecho, todo lo que tenga ruedas me da algo así como grima: no
sé montar en bici, ni en patines. Pese a ello, creo haber adquirido las
suficientes nociones empíricas como para inducir de ellas lo que se enseña en
las autoescuelas: No a cambiar una rueda ni el aceite ni a poner unas cadenas
para nieve, sino a lanzarse a muerte cuando el semáforo esté en amarillo —creo
que lo llaman ámbar—; a hacer avanzar el vehículo
pisando el acelerador, excepto si se encuentra uno en un atasco, en cuyo caso
lo que hay que apretar es el claxon; a encender los pilotos de izquierda o
derecha para avisar al conductor siguiente del giro que él ya ha visto que está
uno haciendo; o a mantener luciendo los cuatro intermitentes para aparcar donde
me salga de las narices.
Dejemos este egocéntrico exhibicionismo:
Llevo varios viernes en los que al volver por la noche del curro, encuentro en
la avenida, en la misma acera pero una manzana antes de llegar a casa, un taxi,
con los cuatro pilotos incensos, parado (en zona prohibida) ante la puerta de
un gimnasio.
Al principio pensé —peliculero que es
uno— en un asunto de tráfico de sustancias anabolizantes, esteroideas o
dopantes en general, perseguidas por la justicia deportiva en nombre del
principio de igualdad de oportunidades...
Producciones Guadiloba
Hacía mucho que nuestro Amigo y Colaborador Guadiloba, no se asomaba por esta ventana con vistas a la imaginación. Nos alegra muchísimo. GRACIAS.