Para Joaquín y Sabrina
(con algunas referencias tan antiguas como
ellos)
Desde siempre
fui teatrero: maquillaje, vestuario, parlamentos, en fin, ya sabes... Pero cada
uno conoce (o eso se cree cada uno) sus limitaciones; al menos conozco mi cara
y mi voz: nunca perseguí la gloria. Por eso mismo, me acabé conformando con
unos personajes que no tuviesen el protagonismo de una pata de palo y un parche
en el ojo.
Pero si me dan a
elegir...
En los mitos
sería las patas de la sierpe o la otra fruta que Eva no probó. No la maraca de
Machín, sino su bronceado; la camiseta panadera de Adriano Celentano y el
arenero o monosabio en una de esas tardes que crean afición.
En las pelis, el
negro que rema la piragua en busca de las minas de un rey, la señorita Moneypenny
o el cuchillo de Ursula Andressssss; o bien el botones ―con
gorrito cortocilíndrico y barboquejo― que le dice al Bogart: “Le están
esperando, Mr. Spade”. También el cable amarillo al que nadie hace caso cuando
te están gritando por el pinganillo que decidas entre cortar el rojo o el otro
(azul, negro... ahí ya hay varianza de colores) en el cuentatrás que se
detiene, por mero cansancio o aburrición, un segundo antes de.
En los anuncios, dios me libre de la presunción de ser la
letra chica ―que es el prota―; me basta con la marca de lencería que todo el
mundo olvida por estar más pendiente de las tetas de la modelo escasamente
cubiertas por aquella. O el tornillo de la llanta que va crujiendo mientras el
vehículo acelera entre paisajes de ensueño. Incluso el logotipo en árabe de la
Coca-Cola.
En las series de TV, me gustaría ser Illya Kuryakin, antes
de hacerse forense del NCIS; o una espada láser de juguete abandonada en la
salita de estar de los Big Bang Theory o bien en el dormitorio de Bart Simpson
(nunca el actor secundario Bob, que ése es otro prota). Y ya, puestos a
dibujos, la araña que vive en el descansillo del último piso de 13, Rue del
Percebe.
Y en eso que llaman literatura, quisiera ser no aurora
boreal sino las cadenas de Segismundo, el bosque móvil de Macbeth, el
hobby-horse de tío Toby en Tristram Shandy, la nalga ausente en el Candide o el
rucio de Sancho que se pierde y luego aparece y eso... Y en Hamlet quiero ser
la calavera.
© Producciones
Guadiloba
Nuestro amigo Guadiloba, nos remite lo que el llama "trochería", no hay duda, la riqueza y los giros del lenguaje... made in Guadiloba. GRACIAS.