Después de un almuerzo copioso, en una velada entre familiares y amigos, decidimos dar un largo paseo, por eso de que se hace mejor la digestión estando en movimiento, o porque si uno se acuesta la siesta no le levanta ni la grúa del puerto.
Nos adentramos en campo abierto a través de una vereda de carne donde
no pasaba en años ni un mulo burrero.
Manchas de pinos, matorral y eucaliptos nos flanqueaban por babor y
estribor.
Hubo un momento en el que uno de los caminantes machadescos, con el
pudor correspondiente, decide echar una “meá”, adentrándose un poco entre los
eucaliptos. Cuando se detiene para culminar el acto, se encuentra entre sus
pies un inodoro, y además con la tapadera abierta. Como si no pasara nada, como
si fuese normal, afina la puntería más que Guillermo Tell y, todo para adentro
(ojo, es muy importante no mojarse los pies).
Casi todos los que allí estábamos, menos las mujeres, aprovechando la
coyuntura, uno a uno, decidimos no hacer un guiño a las casualidades que nos
ofrece el destino.
No nos lo podíamos creer, fue casi un milagro.
Llegamos a la conclusión que aquello era una predestinación, un
mensaje del Dios del ácido úrico.
Ese porte, esa figura imberbe (no como otros) era el símbolo del nuevo
profeta, el nuevo Mesías.
La acogedora figura, orgullosa
y coqueta, con apellido grabado en el lomo, se convierte en el símbolo de la
nueva religión, reposando en un altar que sería la envidia del Taj Mahal.
¡No más piedras negras, no más cruces, no más figuras de príncipes ni
serpientes emplumadas; UN INODORO!
La nueva fe se expandió por todas las comarcas cercanas hasta
conquistar amplísimos territorios. Rutas de peregrinación se repartían en
distintas direcciones.
Colas de muchos kilómetros de fieles esperaban para derramar el
líquido sagrado, en vejigas a reventar, cuidando al máximo de no salir volando
como un globo.
Las mujeres lo pasaban mal. Cuando no aguantaban más se ponían las
manos en… ¡Ahí mismo!, entrecruzando las piernas para preservar hasta la última
gota del líquido objeto de la veneración. Los hombres daban saltos como los
masáis. ¡Ya no aguantamos más!
Al ver tanta gente, las grandes marcas cerveceras como Cruzcampo,
Águila, Mahou, San Miguel, Alhambra, Damm
o Estrella de Galicia, entre otras, instalaron chiringuitos en las cercanías,
como si el ambiente fuese de unas cruces de mayo o la final de una champions.
Cientos de chalecos reflectantes se movían como luciérnagas,
controlando las filas a cambio de unas monedas.
Una tienda de souvenirs-reliquias ofrecían imágenes de inodoros a
precios desorbitados.
Una clínica urológica bien equipada, aprovechando la coyuntura, no
paraba de hacer ecografías, como si fuese una máquina fotocopiadora.
Todo estaba bien orquestado.
¡hay que ver lo que da de sí un urinario!
¡No aguanto más!
¡Hostias, me he meado en la cama!