Han cambiado de portero: Cerbero de El Infierno, un segurata subsahariano, negro (que también hay blancos al sur del Sahara), de tres cuerpos. No lleva uniforme; para imponer, bastan sus bíceps, su envergadura y unas gafas negras (aunque no subsaharianas).
PANI.— (Jugándoselo todo. Al negro.) Buenas noches.
Ante la indiferencia senegalesa, se coló como Pani por su casa. Dentro, Áglae y Talía, de riguroso luto por la compañera. Al menos, él así interpretaba el brillo de aquellos estrictos trajes con cuero negro, en cuyos pliegues el esmalte sable del látex se irisaba en sinoples y tonos glaucos, como de betaxantina. Flotando entre los trastos acumulados en ese estante que tienen algunas barras por cima (con evidente peligro de desprendimientos sobre tu consumición), Eufrosina sonreía como siempre, mariposeando.
PANI.— (¡Oh, quién fuera hipsipila...) Hola, princesa maravillosa.
EUFROSINA.— (Bajando de las nubes de humo que exhala la clientela.) Hola, cielo.
Y en esas mieles pasaron el tiempo que ya no les pasaba hasta que madrugó el lamentable aspecto de Soci.
PANI.— ¡Ha sido gorda la que te ha montado Mariblás, no?
SOCI.— ¡Qué va! ¡Ni me ha visto! Por lo ídem, había bajado sólo por tabaco y se marchó antes de que yo saliese del Caballeros.
EUFROSINA.— Entonces, ¿esos moretones y arañazos, esos jirones en la vestimenta...?
SOCI.— Nada: La Petri, que es muy fogosa. Mis sudores y otros humores me ha costado, pero he conseguido averiguar la causa de la muerte de la Cumana.
PANI.— ¿Cuála?
SOCI.— Atosigamiento. La misma arma que le produjo aquellas innúmeras laceraciones debió inocularle en la sangre un veneno ignoto por La Ciencia.
PANI.— Hay que hacerse con una muestra de esa sustancia cuanto antes.
SOCI.— Tranqui. Ya me la proporcionó la Petri en una placa homónima. He dejado el cultivo en la cocinilla de la agencia.
PANI.— Pero, ¡hombre de dios! ¿No ves que El Caos Reinante modificará los resultados?
SOCI.— ¡Venga ya! Si nos ponemos con chuminadas ceeseíes y con indeterminaciones heisembergas, mi ojo en el microscopio también los modificará... y tu ojo en el tu croscopio, tres cuartos de
MARUJA.— ¡Caballas, caballas, cabaaallas!
SOCI.— Y una cosa más: sé dónde murió -y rebuscó cigarrillos bolsilleros.
EUFROSINA.— Guillotina de Mendosa, ¿qué hasés que no funsionás?
SOCI.— (Descolocadito.) ¿Mande?
PANI.— Que cuentes ya dónde murió la Cumana.
UN CLIENTE.— (Interruptor postulante. Se dirige a Áglae tremolando un billete por sobre la cabeza de Soci.) Oyess, ¿me cobras cuando puedas?
AGLAE.— (Corsé con ristre para la fusta.) En absoluto, cariño. A mí mis papás, aparte de lo de las lucecitas del puerto, me dejaron dicho que cobre cuando NO pueda.
CARIÑO.— Pos vale, graciosilla. Pos me voy y a ver cómo cobras.
ÁGLAE.— El negocio no es mío, cariño. Ni quito ni pongo Duguesclines, pero si quieres tener el culo cual no digan dueñas, me basta a tu salida un timbrazo al subsahariano de la puerta...
CARIÑO.— (Abriéndosele todos los ojos.) Pos yas cobrao. (Y sale.)
AGLAE.— Hay que ver el éxito que tiene este portero nuevo. En cambio, una... (Mirando a Soci con intención inconfesable.) Nadie me dice pahí te pudras.
2 x 105 DE ELLOS.— Ahí te pudras, graciosilla;
ahí te pudras, podredumbre;
ahí te pudras y te quedes
en el sitio
por do más pescado había.
SOCI.— ¡Ya me acuerdo! Están comprobándolo, pero es casi seguro que la Cumana murió en el puerto.
© Producciones Guadiloba S.M.L.
Gracias a Guadiloba por el nuevo capítulo de esta interesantísima serie. El autor nos advierte que éste es el último artículo... por ahora; ya que el resto está sin acabar de redactar y llevará un tiempo. Esperamos impacientes.
Artículo reeditado: originalmente publicado el 27 de Enero de 2011.