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29 de julio de 2013

Panurgo y Asociados (16)

Han cambiado de portero: Cerbero de El Infierno, un segurata subsahariano, negro (que también hay blancos al sur del Sahara), de tres cuerpos. No lleva uniforme; para imponer, bastan sus bíceps, su envergadura y unas gafas negras (aunque no subsaharianas).

PANI.— (Jugándoselo todo. Al negro.) Buenas noches.

Ante la indiferencia senegalesa, se coló como Pani por su casa. Dentro, Áglae y Talía, de riguroso luto por la compañera. Al menos, él así interpretaba el brillo de aquellos estrictos trajes con cuero negro, en cuyos pliegues el esmalte sable del látex se irisaba en sinoples y tonos glaucos, como de betaxantina. Flotando entre los trastos acumulados en ese estante que tienen algunas barras por cima (con evidente peligro de desprendimientos sobre tu consumición), Eufrosina sonreía como siempre, mariposeando.

PANI.— (¡Oh, quién fuera hipsipila...) Hola, princesa maravillosa.
EUFROSINA.— (Bajando de las nubes de humo que exhala la clientela.) Hola, cielo.

Y en esas mieles pasaron el tiempo que ya no les pasaba hasta que madrugó el lamentable aspecto de Soci.

PANI.— ¡Ha sido gorda la que te ha montado Mariblás, no?
SOCI.— ¡Qué va! ¡Ni me ha visto! Por lo ídem, había bajado sólo por tabaco y se marchó antes de que yo saliese del Caballeros.
EUFROSINA.— Entonces, ¿esos moretones y arañazos, esos jirones en la vestimenta...?
SOCI.— Nada: La Petri, que es muy fogosa. Mis sudores y otros humores me ha costado, pero he conseguido averiguar la causa de la muerte de la Cumana.
PANI.— ¿Cuála?
SOCI.— Atosigamiento. La misma arma que le produjo aquellas innúmeras laceraciones debió inocularle en la sangre un veneno ignoto por La Ciencia.
PANI.— Hay que hacerse con una muestra de esa sustancia cuanto antes.
SOCI.— Tranqui. Ya me la proporcionó la Petri en una placa homónima. He dejado el cultivo en la cocinilla de la agencia.
PANI.— Pero, ¡hombre de dios! ¿No ves que El Caos Reinante modificará los resultados?
SOCI.— ¡Venga ya! Si nos ponemos con chuminadas ceeseíes y con indeterminaciones heisembergas, mi ojo en el microscopio también los modificará... y tu ojo en el tu croscopio, tres cuartos de
MARUJA.— ¡Caballas, caballas, cabaaallas!
SOCI.— Y una cosa más: sé dónde murió -y rebuscó cigarrillos bolsilleros.
EUFROSINA.— Guillotina de Mendosa, ¿qué hasés que no funsionás?
SOCI.— (Descolocadito.) ¿Mande?
PANI.— Que cuentes ya dónde murió la Cumana.
UN CLIENTE.— (Interruptor postulante. Se dirige a Áglae tremolando un billete por sobre la cabeza de Soci.) Oyess, ¿me cobras cuando puedas?
AGLAE.— (Corsé con ristre para la fusta.) En absoluto, cariño. A mí mis papás, aparte de lo de las lucecitas del puerto, me dejaron dicho que cobre cuando NO pueda.
CARIÑO.— Pos vale, graciosilla. Pos me voy y a ver cómo cobras.
ÁGLAE.— El negocio no es mío, cariño. Ni quito ni pongo Duguesclines, pero si quieres tener el culo cual no digan dueñas, me basta a tu salida un timbrazo al subsahariano de la puerta...
CARIÑO.— (Abriéndosele todos los ojos.) Pos yas cobrao. (Y sale.)
AGLAE.— Hay que ver el éxito que tiene este portero nuevo. En cambio, una... (Mirando a Soci con intención inconfesable.) Nadie me dice pahí te pudras.
2 x 105 DE ELLOS.— Ahí te pudras, graciosilla;
ahí te pudras, podredumbre;
ahí te pudras y te quedes
en el sitio
por do más pescado había.
SOCI.— ¡Ya me acuerdo! Están comprobándolo, pero es casi seguro que la Cumana murió en el puerto.

© Producciones Guadiloba S.M.L.

Gracias a Guadiloba por el nuevo capítulo de esta interesantísima serie. El autor nos advierte que éste es el último artículo... por ahora; ya que el resto está sin acabar de redactar y llevará un tiempo. Esperamos impacientes.

Artículo reeditado: originalmente publicado el 27 de Enero de 2011.

22 de julio de 2013

Panurgo y Asociados (15)


Siente cómo le manipulan la cremallera del pantalón y mira a Pani, quien le insta al interrogatorio con el entrecejo, mandibulabatiente por lo bajinis.

SOCI.— (Cortado. Intentando cortar el avance enemigo.) No. Si no es eso... Verás: ¿Tú conocías a una que le decían la Cumana?
PETRI.— ¡No me digas que te gusta esa vieja flacucha? Pues, hijo, no sé qué le ves, teniendo lo que tienes aquí delante... (Menea el busto que da gusto. No es vanidad; es que últimamente todo es silicona y atrapar vientos.) Esa Cumana es una bruja asquerosa.
SOCI.— Era.
PETRI.— ¿Cómo?
PANI.— Ésta no sabe ni que ha muerto. Déjalo, Soci, y vamos a El Infierno otra vez, a ver si sacamos algo en claro allí.
PETRI.— (Lleva el pulgar y el índice de la mano libre a las comisuras. Se limpia esplendorosamente fija.) Pues fíjate que yo la vi el otro día... bueno, hace un mes o así... Iba a en cá la Ésa, pidiendo guerra, yo, por ahí detrás, por la avenida, cuando la veo que viene por el otro lado con un tío horroroso, no como otros... (Ya no aprieta: estruja.) y aprieta el paso y deja atrás al tío y cruza a mi acera y se viene para mí y
LA UNÍSONA PARROQUIA O CLIENTELA.— ¡Gol!
EL LOCUTOR.— ¡Goooooool; gol de N-inho!
SOCI.— (Escapando de las petrigrifas garras.) Perdona un momento; voy a...

Se levanta y hace un gesto followme a Pani, que entra tras él en el Caballeros mandibulabatiendo todavía. Dentro, Soci apoya la espalda en la puerta para evitar intrusiones.

SOCI.— Oye, ¿por qué no te vas tú a El Infierno, con perdón, y mientras tanto yo intento sonsacarle a ésta algo de lo de Eufrosina? Podemos quedar más tarde... o, si no, mejor mañana, en  Los tres hermanos.
PANI.— De acuerdo; pero sé discreto en la sonsaca porque, cuando veníamos para acá, he visto que entraba Maryblás.
SOCI.— ¡Fu! Bueno, tú ten cuidado con el portero de El Infierno; yo ya veré cómo me las apaño con esto.

Al irse, llama la atención de Pani el logotipo en la ropa de un cliente -flequillo rubiasco, con patillas muy cortas de un tono más oscuro-, que esgrime su cigarrillo como si argumentase contra una injusta decisión arbitral. Por la camisa rosa de manga larga y puños vueltos, con maza de polo y gorrilla de visera, va cabalgando un jinete sobre un cocodrilo.

Producciones Guadiloba
(continuará)

De nuevo Guadiloba nos deja con la miel en los labios, esperamos impacientes , GRACIAS por tu siempre erudita e inestimable Colaboración.

Artículo reeditado: originalmente publicado el 07 de Enero de 2011.

15 de julio de 2013

Panurgo y Asociados (14)

En la TV del Sésamo, fútbol. Vocinglerío. Muchas parejas; algunas, solas; la mayoría, agrupadas de a cuatro o de a seis. Ellos, ufanos de no parecer machistas, porque hoy, que no es ni domingo, han sacado a la parienta... al bar de abajo, a ver el partido. Ellas, quizá conjuradas, en huelga de silencio... que ellos malinterpretan como deliciosa sumisión. También los hay de non. A uno de éstos, de mirada funcionaria, pretende emparejar Petri dándole la barrila en la barra hasta que ve entrar a Soci.

PETRI.— (Musical, dentro de lo que cabe.) ¡Hooola!
SOCI.— (Levantando mucho las cejas.) ¿Qué hay? (Y se dirige a la única mesita libre.)

Petri abandona sus intentos de hacer pasar como antiguas marcas de vacuna el mordisco que amorata su paleta izquierda y va tras él. El funcionario se acomoda acodándose en la barra, respirando relajado y sonriendo feliz como si le diesen puente. Ella planta su yintónic picaenflandes en la mesita de Soci y se sienta a su izquierda.

PETRI.— (Apoya su mano derecha en el muslo de Soci, y aprieta.) Hooola, churrita.
PANI.— (Sentado, qué más da, frente a Soci.) ¿Te llama «churrita»?
SOCI.— (Confuso.) Ya ves... Cosas suyas.
PETRI.— (Mirando un asiento vacío.) ¿Con quién hablas?
SOCI.— (Confuso.) Ya ves... Cosas mías. (Mirando la tele.) Calla: Las noticias.

Llega el recreo del partido y en el telediario sale Bernáldez, el cabecilla de LOT (La Organización Terrorista), reivindicando el atentado. Lleva barba y se toca a veces con turbante, a veces con txapela y a veces las narices, sin dar ni clavo.

BERNÁLDEZ.— Esta vez hemos dado en el clavo (y ciento en la herradura). Los Funestos Poderes que nos oprimen, nos dominan, nos sojuzgan y... nos oprimen, los muy cerdos, no tendrán ahora más remedio que atenerse a nuestras reivindicaciones que, como de costumbre, son las siguientes:

1ª. Desmantelamiento de todas las SuperEstructuras Vigentes.
2ª. Establecimiento de Otras Nuevas. Y
3ª. A quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga y aquí paz y después Gloria Gaynor: Sobreviviremos.

También entrevistan al político de guardia, que se ha puesto la socorrida cara de absoluta repulsa de estos violentos atentados.

EL SR. MINISTRO.— (Indignadito.) Mujeres y niños... Ya sabemos y conocemos que para esta Organización, como su propio y particular acrónimo indica o denota, las mujeres son como estatuas de sal. Pero por lo que respecta o incumbe a los niños, infantes y criaturas... ya les comentaré más adelante, que ahora empieza el segundo tiempo. (Y vuelven a conectar con el estadio.)
PANI.— Pregúntale por lo de Eufrosina...
SOCI.— Ya voy, ya voy.
PETRI.— ¿Ya te vas? (Melosa.) Dime, ¿dónde vas a ir tú que estés mejor que conmigo, eh? (Vuelve a apretarle el muslo, más arriba ahora.)
PANI.— ...y si tiene relación con lo mío... Y pregúntale si conocía a la Cumana.
SOCI.— Ya voy; no me seas agobio.
PETRI.— ¿Que yo te agobio? (Más melosa aún, redulzona, prácticamente diabética.) No era eso lo que me decías a la orejita...

Producciones Guadiloba
(continuará)

Guadiloba no deja de sorprendernos y mantenernos intrigados, GRACIAS por el nuevo capítulo de esta intrigante serie.

Artículo reeditado: originalmente publicado el 04 de Enero de 2011.

8 de julio de 2013

Panurgo y Asociados (13)

Soci pulgarea en el teclado de su móvil. Intermitentes sonrisas bobaliconas. Guarda el teléfono y mira a Pani. Tropieza en un alcorque.

SOCI.— (Cespitante.) Era un mensaje de Mariblás, ya sabes... Que le lleve luego tabaco, que está sin.
PANI.— O sea, que Mariblás y tú...?
SOCI.— (Ruborcillo.) Fíjate: Un flechazo. De verdad.
PANI.— (Retóricamente interrogante.) ¿Entonces, va en serio? (Ruborcillo. Confesión por confesión.) Pues yo por aquí (Subrraya el «aquí» como si fuese allá o más.) he visto... (Subrraya el «visto» como si fuesen los cinco sentidos. Y se lanza:) He visto, olido, oído, gusto y tacto a Eufrosina, ¿te acuerdas? Parece ser que también ella le pidió algo tres veces a...
SOCI.— ¡Calla! (Aires de importancia.) Ya estoy en ello.
PANI.— ¿Has averiguado algo?
SOCI.— Sobre ese asunto de Eufrosina tengo algunos datos, pero... (Pone cara de sacrificar hecatombes de Maryblasas en las crueles aras de La Investigación.) Creo que tendré que volver a ver a Petri. Para completarlos.
PANI.— (Per la Madonna!) ¿Quién es esa chica?
SOCI.— No estoy muy seguro de que «chica» sea el mot juste: Es más bien formato mastodonte, pero sin mucho odonte. (Señala el híper de enfrente.) Vamos a entrar ahí un momento, que también tengo que comprar huevos y gel de baño.

Puertas automáticas, escaleras mecánicas y, en el centro del pasillo supraseñalizado como MANTEQUILLAS-SALCHICHAS, un reponedor va apilando, por decenas, por docenas y por treintenas, cartones de huevos. Canturrea al compás del hilo musical.
EL REPONEDOR.— (Al compás del hilo musical.)
La Gallina Venenosa
ha puesto un huevo,
ha puesto dos,
ha puesto... cien. (Y ríe como loco.)
La Gallina Venenosa
ha puesto el doble,
apuesto el doble,
apuesto Apolo,
ha puesto 2 x 105. (Y vuelve a reír.)
SOCI.— Aquí también parece que van Gogh, ¿hein?

Salieron con las bolsas y, antes de llegar a la esquina del parque, les alcanzó la onda expansiva. Vuelan miembros humanos y carritos del híper; un carrito cayó al estanque con gran alboroto de renacuajos y miasmas. Calor de la deflagración y humo y Soci por los suelos. Los peldaños de una escalera mecánica pasaron sobre su cabeza y a través de la de Pani, arrollados como una enorme cadena de reloj, retorcidos como Moebius dibujado a plumilla por Escher.
PANI.— Sí; aquí también Van Damned.
SOCI.— (Levantando de la bolsa la cara mascarilla.) Vaya… Los huevos...

Por si le faltaba algo a nuestra serie favorita, ahora con acción... Guadiloba siempre nos dejas con ganas de más, GRACIAS.


Artículo reeditado: originalmente publicado el 23 de Diciembre de 2010.

1 de julio de 2013

Panurgo y Asociados (12)


Tras la ducha, camino de la agencia, todos los semáforos verdes, precisamente ahora, que necesitaba pensar y aclarar ideas y escurrirlas y tenderlas al sol. La puerta de la agencia estaba abierta. Dentro, el caos -antes circunscrito a la cocinilla, pero quizá previendo futuras dejadeces- se había expandido por doquiera que mirases.

SOCI.— ¡Toma ya! ¡Como en las películas! Ahora van y nos revuelven todo esto buscando... (Recapacita.) Pero, ¿qué van a andar buscando aquí? ¿Y quiénes? (Recapacita.) ¿Y yo qué sé...! Seguro que mi socio encontraría una respuesta para esto... Bueno, por lo menos, encontraría una pregunta para esto. ¡Lo que yo daría por que Pani estuviese ahora aquí...!
LEONARDO.— (Saliendo del caos.)
Dime qué darías,
dímelo tres veces;
dime qué podría
procurarte yo.
Dime qué darías,
dímelo tres veces;
con qué lograrías,
sentirte mejor.
Dime qué darías
dímelo tres veces,
dímelo bajito,
pero dímelo.
PANI.— (Saliendo de la cocinilla.) No le hagas ni puñetero caso, Soci: A) porque lo único que pretende es apoderarse de tu almita inmortal y hacer que te pierdas, Julián, que tiés madre; y B) porque, como puedes ver, sería un gasto inútil.
SOCI.— (Despavorido en estéreo.) ¡Uaaah! (Bis por el otro canal.)

Menos mal que, in illo témpore y sin que sirviese de precedente, su colega se avino a razones y el local para la agencia se alquiló en un entresuelo y no en un ático panurguínfulo, porque –pese a estar dotado de ascensor alemán, escaleras de paso y de incendios- el bidespavorido Soci atravesó en su salto, rompiéndolo y manchándolo, el cristal de la ventana del despacho hasta caer en la calle, sin mayores contratiempos que el estropicio de uvedés en aquella manta.
EL SIMPAPELES.— ¡Kwendiós...!

Corrió calle y cruce y bulevar y cruce y avenida y casi le atropellan en el cruce y otra calle y cruce y parque y se sentó allí, al final del parque, en un banquito, jadeando, el tabaco, como siempre.

SOCI.— (Encendiendo un cigarrillo en plena belle E.P.O.C.) Si es que no gana uno para sustos: ¿Sería de verdad Pani o alucinaciones mías?

Pierde en el estanque la vista alucinada. En el estanque, juncos, nenúfares a medio abrir, botellonas vacías, bolsas de plástico y el brillo atardecido de varios cientos de renacuajos burbujeando la superficie (o costra). Sobrevuela una gaviota.

SOCI.— ¿Y si Pani no hubiese muerto y
PANI.— (Surgiendo de las fétidas aguas como Venus Estanquera.) Te equivocas.
SOCI.— (Aterradito.) Entonces, ¡tú eres un fantasma!
PANI.— (Humilde.) ¡Qué va, qué va! De más sabes tú que a mí esas arrogancias...
SOCI.— (Aterradito aún pero con un asomo ahora de confianza.) Entonces, ¿qué es lo que eres? ¿Una humilde aparición?
PANI.— (Ignorante.) Pues la verdad es que no lo sé. Todavía no acabo de hacerme a (Ignorante.) esto.
SOCI.— (Le hace sitio en el banco ya casi sin temblores.) Pero siéntate, hombre, y hablamos mejor.
PANI.— No te molestes. Si yo ya sentarme... ¿para qué?
SOCI.— También es verdad. Entonces, me levantaré yo. (Lo hace y comienzan a caminar, juntos, como siempre.) Bueeeno... ¿y cómo tú por aquí?
PANI.— (Ignorante.) Pues la verdad es que no lo sé, ya te digo. Pensé: Voy a ver qué hace mi socio y... ya ves.
EL TIMBRE (RING RING) DEL TELÉFONO DE SOCI.— (Polisónico.) ¡Ring! ¡Ring!

Guadiloba nos sorprende de nuevo, con la fantasmagórica aparición de Panurgo... GRACIAS por tus inestimables colaboraciones

Artículo reeditado: Originalmente publicado el 16 de Diciembre de 2010.

24 de junio de 2013

Panurgo y Asociados (11)


Interior penumbra. Suenan campanadas. Por entre las láminas entreabiertas de la persiana entra el sol, dejando brillos acebrados de motas de polvo en el aire y michelines corpúsculo-ondulatorios en un costado de la sombra. El otro extremo: reflejo en el espejo hasta los ojos y acaban de sonar las campanadas.
SOCI.— ¡Kwendiós...! Las once de la madrugada y yo con estos pelos… (¿en la lengua? No seas torpe; basta con el ilativo bis innecesario de:) y yo con estos pelos. Será mejor que me vaya y empiece a pensar algo.

Besa el flanco azul y rosa de Maryblás picassa -que sigue dormida-, puerta de servicio y baja a la rotonda por las escaleras. En el Sésamo, entretiene el desayuno prensa crucigrama con miradas alternas a la cromominifalda ultrabarra y a la Petri, que acaba de salir de los aseos, esta vez del Caballeros. La peluca, de un negro rojizo, cocacolorado, la lleva al bies.

PETRI.— (A la cromocamarera.) Bonita, anda, sé buena y ponme otro yintónic de bifíter, questoy mu mala.

Y, pretendiendo picardía, le guiña un ojo como puede. Las bolsas de sus ojeras, hijas de mamá canguro y papá Ubú; trémolo el belfo.

BONITA.— (Telarañas en la voz antigua de la tierra.) ¡Marchando!

Soci entresueña con pasar por su casa y duchazo antes de ir a la agencia cuando salen también del Caballeros los dos niñatos de las motocicletas. Erizo el cabello, color zurrón castaño, a fuerza de fijador; y el otro, gorrilla de visera. Se arriman al lado de la Petri risillas aleladas.

PETRI.— (Se lleva las manos a las nalgas y, falda mediante, se arremanga el tanga.) Y ponles algo a éstos, Bonita, que también están malitos.
UNO DE LOS NIÑATOS.— (Cansadillo.) Déjalo. Si nosotros ya nos tenemos que ir. El autobús sale...

EL OTRO.— (Gorrilla de visera.) Ya mismo.

Adormilado aún, Soci mira a Petri acariciando el cuello de ese niñato. La gargantilla de cauris -nácar y dientecillos ensartados en un cordón de cuero- podría haber pagado, tiempo atrás en la africana costa, el precio de un esclavo. Pero despierta del todo al ver cómo, entre las caricias, ella le mete, en el bolsillo de atrás del bolsipantalón, un arrugado rabillete de euros en colorines.

SOCI.— (Aguza su olfato de tective. Casi resuelto.) Caso resuelto... por las narices. Pero es una pista que hay que seguir.

Cuando se queda sola, Petri suspira por aprovechar los restos que le habían quedado en los ollares y se atusa la blusa que la embute y despechuga. Se cruzan las miradas y Soci la ve venir.

SOCI.— (Recordando la piel dulce de Maryblás y sintiendo ese arrepentimiento a priori que los malvados llaman justificación.) Bonita manera de comenzar una relación... (Como si hiciese una cita.) Pero es una pista que hay que seguir.

La octubérrima Petri, además de la mirada, ha cruzado el espacio que separaba su escote de las mismas narices del vacilante Soci.

PETRI.— (Mirando el aguardiente de Soci y más cosas que tiene por delante.) ¿Me dejas invitarte? (Y luego, como si se lo hubiese pensado mucho:) ¿Te vienes a mi casa?

SOCI.— (Interpone una mano disculpante.) Es que yo debería darme un duchazo, porque... (Y pasa el dorso de los dedos por la canal oferta.)

PETRI.— (Mueca una sonrisa.) Después.


Guadiloba nos sigue deleitando con la serie de nuestros investigadores preferidos, GRACIAS

Artículo reeditado: Originalmente publicado el 09 de Diciembre de 2010.

17 de junio de 2013

Panurgo y Asociados (10)


Desde la barra del Sésamo, Soci mira ensocismado los anuncios de la tele. Ahora, una rubia teñida de negro acaba de quitarse un guante de medio metro y raso; mira hacia la cámara y susurra:

LA TELE.— (Muy Gilda.) Whisky Glennford. El auténtico bourbon escocés. Prueba Glennford. Sienta como una bofetá.
LA CROMOCAMARERA.— (Voz de dueño de taberna con telarañas. Ambos.) ¿Qué va a ser ahora? ¿Otro café?
SOCI.— (A lo suyo.) Un caldito Glennford. Sin hielo.

Emerge de los aseos una parroquiana considerable, de edad y volumen superiores a la media, bembona la papada. Una peluca evidente pretende ocultar las consecuencias de la quimioterapia. Por la cremallera de los vaqueros, mal subida, se ven un pico de la retorcida blusa de blao y unos encajes. Eslalon de mesitas para llegar hasta la barra. Atrás, por el solomillo, el otro pico de la blusa. Mira a Soci -que sigue como traspuesto- con ojillos vivos de onanista compulsiva y se almorrana en un taburente para que se le comente el reciente accidente.

LA CROMOCAMARERA.— (Comentarista.) Pues sí, Petri, hija. Aquí mismo en la puerta. Una moto de éstas de los niñatos... Y ella era colega mía. Eufrasia o Eufrasiana o algo así... Trabajaba en un pah de ahí de la avenida, que le dicen El Infierno. Muerta en el acto.

En alguna parte del cerebro de Soci, el recuerdo de la voz cantante de Maryblás y del gesto y las palabras del Dr. Aki:

ACKLOR.— (Negando cabezabamboleando.) Disculpen a Maryblás. La pobre tiene tales trauma y trabuque comunicativos desde su cada día más alejada infancia: Vino a ser más o menos cuando se enteró de que su madrina le puso ese nombre porque siempre le habían dado grima las voces del diccionario cuyas definiciones encabezaban las abreviaturas Mar. y Blas. Tenía una verruga aquí... La madrina.

Servilletas de papel. Descomunal lucha de Soci por sacar una del servilletero sobrelleno. Al fin lo logra; corta la franja del Gracias por su Visita . En el resto, algo más corto que una cuartilla, casi cuadrado... Recorta un lateral. En el resto, cuadrado excepto por unos dientecillos rebeldes, escribe:

LA SERVILLETA DE PAPEL.— (Posteriormente doblada en cuatro.)
     A Mariblás
Me gustaría decirte
que eres la primera persona
a quien he visto con estos ojos;
que eres la primera
persona cuyo tacto
(y gentil discreción)
han deseado las yemas
cada vez más claras de mis dedos.
Pero no puedo mentirte:
no eres la primera
porque tú
siempre serás la segunda persona
del singular.
SOCI.— (A la cromocamarera.) Por favor: ¿Podría entregarle esto a Maryblás, la de la 2ª planta?

Adjuntaba, en otra servilleta previamente destrozada, su número de teléfono y un borrón con el que había tachado un dibujo obsceno.

Nueva entrega de Panurgo y Asociados, ya sin Panurgo. Nuestro Colaborador Guadiloba nos tiene en ascuas. GRACIAS de nuevo.

Artículo reeditado: originalmente publicado el 02 de Diciembre de 2010.

10 de junio de 2013

Panurgo y Asociados (9)

2ª planta. Al salir del ascensor hay una puerta entreabierta. Dudan si éste será el timbre o la luz de las escaleras. No reconocen como la que habían oído por el altavoz del portero automático la voz que les dice:

LA VOZ.— Pasen. Les esperaba mucho antes.
SOCI.— (Entrando en un salón de amplios ventanales y dirigiéndose al sillón que acomoda al presunto emisor de la voz.) Lo siento, nos hemos entretenido. El limón, las motos, ya sabe...
PANI.— (Ídem.) Bueno; pero ¿quién es ud. para recriminar nuestra demora?
ACKLOR.— Soy Acklor.
PANI.— (El café con hielo y rodajita de limón quizás tiene propiedades desinhibidoras.) Sí, sí...; pero ¿quién es Acklor? Quiero decir que ¿qué es ud., o quién, o...?
ACKLOR.— Soy el único que puede ayudarles a salir del embrollo en que andan metidos.
PANI.— ¿Embrollo? Hasta ahora todo va como la seda.
SOCI.— (A Pani, mirando a Acklor con malicioso reojillo.) A lo mejor, lo que quiere es liarnos más...
ACKLOR.— (El cabreo y el mosqueo conducen al tuteo.) ¡Vosotros no sabéis bien en dónde os habéis metido! Vuestra inconsciencia, vuestra ignorancia y vuestra inepcia os pueden llevar a insospechados parajes; os pueden hacer perder, además de vuestras almitas inmortales, la vida y la razón. ¿Os parece poco? En cuanto a quién soy yo...
SOCI.— ¡Eso...!
ACKLOR.— (Suaviza el tono.) Pero siéntense y tomemos algo. (Llama.) ¡Maryblás!

Doncella, vestida de doncella, pero de doncella, a ver si me explico: túnica y brial, talle alto, mangas acuchilladas, tocado en cucurucho rematado por airoso pañolón de tul:

MARIBLÁS.— (Panurgo y Asociados identifican ahora la voz del portero automático.) ¿Llamaba?
ACKLOR.— (Coloquialeando.) Unos cafelitos, Maryblás. (A Panurgo y Asociados.) ¿Hace?
PANI.— El mío sin rodajita de limón, por favor.
MARIBLÁS.— (Serviciala.) Por supuesto, caballero. (Al sr. Asociados.) ¿Y ud.?
SOCI.— (Sólo Alá conoce el momento en que flechará Cupido.) Cualquier cosa que usted me sirva estará bien.
Y la sigue con los ojos mientras hace mutis y con los oídos trastear en la cocina cantificando:

MARIBLÁS.— (Moliendo su café toda la tarde.) ...es la crusesita que, yeah!, baja cuestas, María de LancÔme...
PANI.— (Mirando a Acklor como si fuera la mismísima piedra Rosetta.) Nos decía que usted era...
ACKLOR.— Presidente honorario de «La Fundación para el Progreso para el progreso», ya saben.
PANI.— ¡O sea que, encima, nos va a largar camelos en chomskyano...?
SOCI.— (A lo suyo.) ¡Qué bien canta!
PANI.— (A Soci. Con visibles nervios.) ¡Calla! (A Acklor. Con sutiles circunloquios.) ¿No será ud. el asesino de la Cumana, por un casual, hein?
ACKLOR.— Pues, verá...

Vuelve Maryblás, azafatando cafés. Para asombro y deleite de Soci, se ha cambiado. El top de pico (fondo en gules, motivos «étnicos» en el estampado; lazado a la nuca con siguemepollo) asoma a un costado alguísimo más que sus adiposos pliegues tectónicos: una puntita de la culata (oh, qui dira les torts de la rime!) de un arma corta que ocultaba, a su parecer, entre la goma elástica del pantalón de chándal y eso que estabas mirando.

SOCI.— (Sanchopanzando.) ¡Calla!
Y Maryblás, que va gemelando el gesto de bajar de la bandeja las tazas a la mesita:
MARIBLÁS.— (A Pani y Acklor. Con semirreverencias semejantes.) Sus cafés. (A Soci. Se inclina más para ahuecar la sisa del top y lucir cacho.) Y para ud., sus dos tazas de caldo con su rodajita de limón. (Le sirve otro café.)
ACKLOR.— Gracias, Maryblás; puede retirarse.
MARIBLÁS.— (Vuelve a hacer mutis, con entredientes.) Ahora ven y ahora vete... y ahora vuelve... y ahora ya te puedes ir... Ya estoy hasta el Colocci-Brancuti de tanto leixa-pren...
Por el ventanal abierto llegan los ruidos de la calle. Da vueltas a la rotonda una furgoneta con altavoces.
PANI.— (A Soci. Con ligero desasosiego, inquietudes, canguelo... En voz bajita.) Oye, tú ¿qué crees? ¿Estamos seguros aquí?
LA FURGONETA.— (Altavoces y ventanal mediantes.) Estamos seguros,
seguros estamos
de mil maleficios
en este lugar;
seguros estamos,
estamos seguros,
y que venga el Papa:
lo comprobará.
SU SANTIDAD LUIS MARI XXL, EL GRANDE.— (Solo solideo.) ¡Caballas, caballas, cabaaallas!
PANI.— ¡Eso es un conjuro!
SOCI.— Déjate de flasbaques. Mira, Pani: Aquí la Maryblás nos estaba queriendo decir alguísimo.
PANI.— (Incipiente ironía. Muy à l'aise.) ¡Si es que tú te fijas en todo...!
SOCI.— (Voz más bajita.) Que sí; que debemos protegernos y
ACKLOR.— (Interruptor oferente. Castizote.) ¿Les apetece echar humo?

Tiene un cigarrillo en la boca y una cajetilla abierta en la mano. Soci ha cogido dos -uno para la oreja, ¿vale?- y Pani está mirando su cigarrillo como si fuera la mismísima piedra Rosetta cuando Acklor prende el suyo con el mecherazo de la mesita y la bocanada que espira aroma todo el salón. Al olor de las sardinas, digo caballas, digo al oler a azufre, despavoridos.

PANURGO Y ASOCIADOS.— (Despavoridos, oye.) ¡Uaaah!

Y corren escaleras abajo; ni ascensores alemanes batieran su marca. Al salir a la calle, Pani golpea con el hombro la placa (Dr. Aki Acklor. Faits Divers. 2ª Planta) y, cuando llega trastabillando al asfalto de la rotonda, es atropellado por la furgoneta de los altavoces con el resultado de muerte en el acto.
(Continuará…)

Nueva entrega de nuestra serie preferida... esta vez con sorpresa final. GRACIAS Guadiloba

Artículo reeditado: Publicado originalmente el 25 de Noviembre de 2010.

3 de junio de 2013

Panurgo y Asociados (8)


Soci.— Rotonda del Padre Apeles, 17. Aquí tiene que ser.
Pani.— (Ligeramente hamletí.) ¿Y si antes de subir entramos aquí, que tiene pinta de no tener hilo musical, y nos lo pensamos otro poquito?
Soci.— (Lector de neón apagado.) Cafetería Sésamo ... Bueno.

El chaleco de la camarera: Espalda en raso de oro; la pechera, cretona sinople sembrada de almacayos o lyses partidos en sinople y or. Minifalda negra y su camisita (blanca) y su canesú. Vamos, un cromo. Pero a juego con la bonita decoración general: En las paredes, reproducciones cuatrícromas de grabados con escenas de la cacería del zorro: Jinetes con chaqueta roja y gorrilla de visera, caballos que parecen galgos y perros que parecen cocodrilos; algún brillo dorado de trompa de caza entre la floresta.

Soci.— Oye, esta moda de las camareras...
Pani.— (Le interrumpe.) ¿Por qué pondrán una rodajita de limón en el café con hielo?
Soci.— (Se continúa.) ...no sé; yo siempre he oído lo de barman, pero no he oído barwoman, que suena a superchica de cómic...
Pani.— Ahora dirán barperson, que es como funambulista o así... (Transición.) Bueno, ¡a lo nuestro! (Acerca su butaquita a la de Soci.) ¿Crees que debemos subir? ¿No será esto una encerrona, una trampa mortal y alevosa?
Soci.— (Aparta con el labio el limón para beber el café con lo que consigue derramar un poco sobre la moqueta. Se apartó a tiempo.) No sé. Tú verás...
La cromocamarera.— (Se ha acercado despacito. Agacha su cabeza hasta entre las de ellos.) Perdonen. Arriba les están esperando. Me han rogado encarecidamente que les insista en que no se demoren mucho.
Pani.— (Decidido.) Bueno, vamos allá y ya veremos. Por lo menos nos enteraremos de algo. Y el caso no se puede embrollar más, ¿no?

El colega ha estado todo el tiempo tapando con el pie la mancha de café, aunque entre el marrón oscuro de la moqueta y la escasa luz de los ridículos apliques no se notaba demasiado. Ahora, saliendo:
Soci.— (Saliendo. Como si hiciese una cita.) ¿Por qué pondrán una rodajita de limón en el café con hielo?
A la puerta de la Cafetería Sésamo , estuvieron en un tris de llevárselos por delante dos niñatos, con unas motocicletas de ésas, de las que hacen más ruido que daño; recorrían la acera haciendo el caballito.

Soci.— Si es que van como locos.
Pani.— Es verdad; últimamente, estos jóvenes van Gogh.

De nuevo Guadiloba, nos deleita con las historias de Pani y Soci. GRACIAS

Artículo reeditado: originalmente publicado el 14 de Noviembre de 2010.

27 de mayo de 2013

Panurgo y Asociados (7)


Panurgo y Asociados discutían cuáles, dentro de la variada iconografía de Las Tres Gracias, les resultaban más graciosas; mientras, sus ojos saltaban de gozo y de una a otra de las tres camareras tras la barra. Ellas olían a jazmín, azahar y algalia respectivamente; ellos tenían ya una borrachera considerable.
Soci.— La verdad es que hace calor en
El Infierno, ¿hein?
Pani.— Lo que hace, sobre todo, es música ratonera.
Los bafles.— ¡Chunda, chunda!
Pani.— Por lo menos aquí no tienen un acuario.
Soci.— (Como si hiciese una cita.) Sería improcedente...
Los bafles.— ¡Chunda, requetechunda!

La Gracia de los vaqueros negros, la del centro de la barra, se les acerca, mirándolos alternativamente. Bizquea un poco. Lleva un papelito en la mano, como una cuartilla doblada en cuatro. De bajo la barra, saca un posavasos. Coloca el papel sobre el posavasos frente a ellos:

Eufrosina.— Me han dado esto para ustedes.
Panurgo y Asociados.— ¡Muchas gracias!
Eufrosina.— ¡Qué va! Sólo una.
Los bafles.— ¡Requetechunda, requetechunda!

Panurgo y Asociados, que han estado mirando, en orden caótico no aleatorio, a Eufrosina, al papelito y a Panurgo y Asociados, se lanzan simultáneamente. Rueda el posavasos; rasgan el papel.

Medio papel.— (Mudo.) ere verlos.
El otro medio.— (De la misma naturaleza.) Acklor qui
Pani.— (¿Sorprendido?) ¡Acklor quiere vernos!
Soci.— (El orgullito y el aguardiente le dan un tonillo chuleta.) ¿Qué te decía?
Pani.— (Muy capitán Haddock.) ¡Por todos los diablos...!
Leonardo.— (Con los cuernos, el rabo y el tridente, parece el portero del local muy bien caracterizado.) ¿Querían algo los sres.?
Pani.— Jo; otra vez Los tres hermanos. (A Soci.) ¿Nos vamos?
Soci.— ¡Venga! (Se corrige rápidamente.) Perdón: ¡Vamos!

Esta vez sin aspavientos -sólo han volcado las copas al levantarse-, salen a la calle disimulándolo todo, más bien tambaleantes. Fuera del local es casi madrugada y relente. Se sientan en un banco, bulevar de la avenida, frente por frente a la puerta.

Pani.— Tenemos que volver a entrar. Acklor quiere vernos.
Soci.— (Tirita de relente o lo que sea.) Pero... mientras esté ese portero...
Pani.— Sí. En ese caso, esperaremos hasta que cierren y le preguntamos a Eufrosina cuando salga que quién le dio el papel.
Soci.— (Ya no tirita: recuerda y finge.) Es mona, ¿eh?
Pani.— (Recuerda y finge.) No está mal.

Revolotea -apenas se la distingue- una luciérnaga furiosa. El amanecer lentorro les permite disfrutar de la lujuria triste de las jacarandas bajo los primeros trinos. Se ha apagado el neón. Ya salen Eufrosina, Talía y Aglae, vestidas de calle. Es decir, veste talar blanca, que es lo propio.

Panurgo y Asociados.— ¡Oye!
Las tres Gracias.— ¿Es a mí?
Pani.— Perdona... Eufrosina... Me ha parecido que antes te llamaban Eufrosina... Mira, ¿tú nos podrías decir quién te dio el mensaje que nos llevaste?
Eufrosina.— (Comprensiva.) Pues no sé el nombre pero, mira tú, por esas cosas raras de la vida, sé dónde vive...
Pani.— (Sin dejar de mirarla, admirarla y remirarla, le tiende el mismo papelito.) ¿Te importa escribir la dirección?

Soci se apresura a sacar su bic punta fina. Mientras Eufrosina escribe, las otras dos les miran fijamente. Cada vez se parecen más a Camila y Rosaura. Es más, los rasgos del cadáver de la Cumana se transparentan en ese rostro que les dice:

Eufrosina.— (Sonriente.) Ahí está. No tiene pérdida.


Nueva entrega de nuestro amigo y colaborador, Guadiloba, ya no podemos pasar sin las peripecias de nuestros peculiares investigadores.

Artículo reeditado: originalmente publicado el 07 de Noviembre de 2010.

20 de mayo de 2013

Panurgo y Asociados (6)


En la mesa del despacho (acero lirondo y mondo, sin incrustaciones de lapislázuli ni nada), para matar el tiempo, despacha un solitario: Baraja española. Va poniendo -¡qué más quisiera!- las cartas sobre la mesa (acero sin incrustaciones de lapislázuli).

El caballo.— (Sobre el siete del mismo palo.) Éste ya no te sale…
Pani.— (Nervioso.) ¡Calla!

Desde el ventanal, se asoma al novilunio. Por el barrio mal iluminado pasa el eterno camión de la basura. La del segundo paseando al perro. Indiscernibles el perro y ella: Entre Ofelia y Polonio. Están regando los jardines.

Pani.— (Canturreando.) ¡Y éste sin veníiir...!
Soci.— (Entrando.) Ya estoy aquí; no te amohínes, mujer. (Nervioso.) ¿No habrás empezado sin mí?
Pani.— ¡Cómo comprendes...? Tengo todo en la cocinilla, porque no sé si eso habrá que calentarlo...
Soci.— (Previsor.) Yo me he traído un mortero por si acaso. (Lo saca del morral que le bandolera. Culto.) Lo he visto en un grabado antiguo. Por cierto, mi sobrino, el de la Puri, dice que si lo de ACKLOR no habría que empezar a deletrearlo y saldría «a-ce-ka-lor». Total, una quedada más de ese Leonar...
Pani.— (Nervioso.) ¡Calla! Ahora eso da igual; nosotros, a lo nuestro.

Pasan a la cocinilla, más conocida como el caos generalizado o ¡Chúpate ésa, Teresa! En el fogón inerte se apilan cazos y cazuelas de familia dispareja y tamaño equivalente. El grifo del fregadero goteando arritmias. El resto, del mismo tenor.

El tenor.— (Se le nota de lejos que canta de oído.) Polvo de alacranes,
agua de marisma,
cola de lagarto,
flor de Benarés.
Mezclándolo todo
En noche sin luna,
mezclándolo todo
lo conseguiréis.
Pani.— (Nervioso. Mira el caos sin encontrar sitio que le plazca.) Mejor en el despacho. Trae el mortero.

Despejan la mesa (acero sin lapislázuli), centran el mortero, vuelcan ingredientes, majan y remajan, se quitan la mano, vuelven a majar. Ya cruje la mesa (acero sin), rugen como fieras, las manos en alto, caen desde arriba, como si mazasen mijo en Camerún. Lo requetemajan puestos de rodillas en lo alto la mesa (yo creo que no es ni de acero): Son todo fruición.

Soci.— (Prudente.) Yo creo que ya vale, ¿no?
Pani.— (Sudoroso.) Vale. ¡Uf!
Soci.— (Aprensivo.) Y ahora, ¿habrá que beberse este purelito?
Pani.— (Despistado por la agotadora faena.) ¿Cómo?
Soci.— Que si ahora nos tendremos que tomar el puredizo.
Pani.— No creo. El texto sólo dice «Mezclándolo todo»...
Soci.— Sí; pero lo dice dos veces...

Majan y remajan y estalla el mortero: luz tan cegadora que los echa atrás. Estupefactitos, como en un arrobo (¡Chúpate ésa, Teresa!), descuajeringados escuchan la luz:

La luz.— (Con una voz antigua, mucho más antigua que Umberto Eco.) Desiderata sunt accomplis... (Moderniza la voz, pero aún sigue siendo mucho más antigua que Umberto Tozzi.) O como quiera que se diga, hijos, que yo de estas lenguas difuntas... A lo más que yo llegaba en mis tiempos era al participio absoluto, que también son ganas de paripé participativo, siendo tan absoluto…, pero lo que es de esos aoristos y supinos...
Pani.— (Clásicamente cortante.) Vale, vale...
Soci.— (Dubitante dubidú.) ¿Y... ya está?
La luz.— (Algo más modernita. Parece que fuese a más velocidad.) ¡Toma. Pues claro!
Pani.— Entonces apaga y vámonos.

Matan la luz y, con ese crimen sobre sus espaldas, salen a la calle. En los jardines de la plazuela de enfrente, un fematero acaba su labor ─cruzado mágico naranja o al menos reflectante─. Las últimas gotas de la manguera de riego y limpieza las emplea en saciar la sed: Es lo primero.

Soci.— ¿Dónde vamos tan corriendo?
Pani.— No sé; a pensar. Ya sabes que yo, si no ando, mal acabo.
Soci.— Vale, pues pensemos. (Piensa. Insiste.) Puestos a pensar, a lo mejor tenía razón mi sobrino.
Pani.— Ya. Pero eso no nos saca de nada. Además, el caso ya tiene que ir sobre ruedas, si es cierto el pacto. Y debe de serlo porque lo que hemos visto...
Maruja.— Clama al cielo.
El cielo.— (Sordo.) ¡Que me dejes...
Maruja.— ¡Caballas, caballas, cabaaallas!
Pani.— (Aprieta el paso.) No hay que hacer nada. Bastará con savoir faire, savoir passer...
Soci.— (Le sigue.) Sí, y chercher la femme; pero algo habrá que hacer entremientras. Y a mí se me ha ocurrido que como mi sobrino va mucho por un pah que se llama El Infierno...
Pani.— Jo; otra vez LOS TRES HERMANOS.
Soci.— (Apocadito.) Tú verás...
Pani.— (Se ilumina. Se para.) ¿Está muy lejos? (Mira la duda y el quinto pino en los ojos de Soci.) Cogemos el coche. Tú conduces.
CONTINUARÁ…
©Producciones Guadiloba S.M.L.

Esperamos la siguiente entrega de esta peculiar historia, no tardes Guadiloba. GRACIAS por tu nueva y brillante colaboración

Artículo reeditado: originalmente publicado el 20 de Septiembre de 2010.

13 de mayo de 2013

Panurgo y Asociados (5)


En el capítulo anterior...
El mercado: voceante sonsonete, olor dulzón de vísceras, ojos de pescados; entre las ondas y la fruta, los ojos safos de una frutera desnudan a dos clientas: indecisos.
Soci.— (Indeciso.) ¿Qué hay, Maruja?
Maruja.— ¡Caballas, caballas, cabaaallas!
Pani.— (Indeciso.) Oye, me pones dos caballas grandecitas y me explicas un poquito (Saca nuevamente el papelajo -algo más corto que una cuartilla, casi cuadrado-.) ¿qué historias son éstas, hein? Porque yo tengo ya un mosqueo...
El papel.— (Cansino.) ACKLOR EN EL INFIERNO.
Maruja.— (Vocifera al vecindario.) Oye, Luci, ¿me puedes echar aquí un ojo? Que es que yo tengo que salir un momento... (A Panurgo y Asociados; voz más baja.) Guardad eso y esperadme en Los tres hermanos, que ahora voy.
Pani.— Jo; otra vez Los tres hermanos.
Soci.— Tampoco te va nadie a hacer, así, un homenaje, ¿hein? Aguanta un poco, no seas bulla; a ver qué nos cuenta la Maruja.

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Sobre un altavoz, bailando por el estruendo, una calavera con engorrosa gorra de montehermoseña proporcionaba un aire así como mexica al local. Para mayor ambiente fusión-de-culturas, en la pared contigua, una tablilla verde aljamiaba el nombre del bar en rojizos caracteres árabes: khawaríes sobre fatimíes. En las otras paredes se repetía el nombre con tipografías cirílica y1

[1] Griega, claro. Tú ya te habías fijado, no?

Pani.— Jo; también es ocurrencia esto de la Maruja de quedar en una discoteca, con lo mayores que estamos.
Soci.— No es una disco, es un pah; y según nos dijo en LOS TRES HERMANOS, si queríamos ver al tío ese, tenía que ser aquí; la verdad es que yo tampoco sé por qué. Pero si tú quieres, se lo preguntas, porque ahí están.

Desborda el omoplato la tiranta fina, que la entrilla, del vestidín de alivio de luto que llevaba -encajes y realce en la pechera de argén; el resto, sable-. Diez pulgadas más alto que ella, camiseta de malla negra y arete en el lóbulo de la oreja izquierda, el tipo le dice algo; ella contesta y bofetá. Desde arriba, la mira sin empacho secarse de sangre sus narices. Se sientan.

Maruja.— ¡Guay de mis caballas!
Panurgo y Asociados.— ¡Hola!
Maruja.— (Baja la voz, con lo que consigue que no se la oiga ni pa Dios.) Pues éste es el colega que os decía, que como él no sepa lo del papelito...
Los bafles.— ¡Chunda, chunda!
Panurgo y Asociados.— ¡Qué?
Maruja.— (Registro de voz de pregón en el mercado. La parroquia la mira.) Que éste es el Luci, el colega que os decía, que como él no sepa lo del papelito...
Los bafles.— ¡Chunda, chundita!
Pani.— ¡A ver si salimos de una vez de este lío de mil demonios...!
Leonardo.— (El gesto castigando. Camiseta de malla negra y arete en el lóbulo de la oreja izquierda. Como ausente.) ¿Me decías?
Panurgo y Asociados.— (Gritan despavoridos, como si les hubiese sorprendido la policía.) ¡Uaaah! ¡Oh, es él!

El pez vertical hocicando en el fondo. Aleteando como una llama blanca (¿de escamas? Sí). Aleteando como una llama blanca de escamas. En la huida, dieron un tarantán al acuario, pisaron a una juanetescamarera y alcanzaron la calle entre ojos atónitos, como de besugo al que le molestasen los callos.

Pani.— (Jadea la carrera apoyado en una esquina dos barrios más abajo.) Jo; está en todas partes.
Soci.— (Ídem.) No blasfemes. (Ídem.) Y ahora, ¿qué hacemos?
Pani.— Lo mejor será esperar.

Y se van para casita.
CONTINUARÁ…
©Producciones Guadiloba S.M.L.

Nueva entrega de nuestro seguidor P.Guadiloba S.M.L., la 6ª en breve. Hemos añadido en las Etiquetas, Panurgo y Asociados, para hacer búsqueda rápida de todas las entregas publicadas. GRACIAS

Artículo reeditado: originalmente publicado el 17 de Septiembre de 2010.

6 de mayo de 2013

Panurgo y Asociados (4)

Se levanta como puede del sofá y apaga la televisión pulsando el botoncillo interruptor. Había intentado hacerlo sin moverse, pero el mando no le respondía.

Pani.— (Canturreando.) Tengo que comprar pilas ♪

Estira un poco sus pantalones mientras recoge los tres ceniceros llenos del día anterior. Hay un olor insoportable a tabaco frío. Al agacharse sobre el cubo de la basura, siente una punzada en la nuca.

Pani.— (Molestias.) Las cervicales.

Abre la persiana y la luz amanecida le hace guiñar los ojos. Enciende un cigarrillo y comienza la tarea de soslayar la resaca con un café y unas aspirinas. Todavía continúa el mal sabor de boca. Se cambió de camisa al salir de la ducha, pero se puso los mismos pantalones con los que había dormido.

Pani.— Están limpios y los vaqueros no se arrugan mucho.
Aunque al pasar trasteando había ya mirado varias veces hacia la entrada, solo cuando iba a salir, se dio cuenta del papel -algo más corto que una cuartilla, casi cuadrado- que alguien había debido colar por debajo de la puerta.
El papel.— (Mudo.) ACKLOR EN EL INFIERNO.
Pani.— ¡Cucha!, ¿qué es esto?
El papel.— (Insistente.) ACKLOR EN EL INFIERNO.
El timbre (ring) del teléfono.— (Locuaz.) ¡Ring!
Pani.— ¡Vaya!, ahora el teléfono.
El timbre (ring) del teléfono.— (Insistente como un papel cualquiera.) ¡Ring!
Pani.— ¿Quién es?
El teléfono.— Soy yo. ¿Nos vemos en el mercado?
Pani.— ¿Cómo?
El teléfono.— Despierta ya. Soy yo, Soci. Pensé que te gustaría pasar por el mercado y hablar con la Maruja.
Pani.— (Despertando melodrama.) ¿Entonces no ha sido un sueño?
Soci.— Venga, despierta. Te espero en Los tres hermanos.
Pani.— Oye, tengo una (Duda.) misiva extraña. Ahora me la llevo y la intentamos descifrar, ¿vale?
Soci.— Vale, pero date prisa: son ya casi las nueve. Ya sabes, estoy en Los tres hermanos.
Pani.— De acuerdo.
Sale de casa. Un sol tan lacio como de mañana de día de Reyes: el frío y el humo de escapes; prensa en el quiosco, tabaco en el estanco y camina calles que llevan al mercado. Se cruza con carritos que persiguen a señoras que tienen el gesto displicente de estar estrangulándolos como al desgaire y sin darse demasiada importancia. Los tres hermanos.
Soci.— (Desde un rincón de la barra) ¡Aquí!
Pani.— ¿Nos sentamos? (Soci acarrea su aguardiente y cogen, van y se sientan. Pani saca el papel.) Mira, ¿a ti qué te parece?
El papel.— (Arrugado.) ACKLOR EN EL INFIERNO.
Soci.— ¿Y yo qué sé...! ¿Se lo enseñamos a Maruja?
Pani.— (Apura su copa.) Vamos. (Intenta y consigue que el gesto que marca lo repita Soci.)
Soci.— (Apura su copa.) Vamos.

El mercado: voceante sonsonete, olor dulzón de vísceras, ojos de pescados; entre las ondas y la fruta, los ojos safos de una frutera desnudan a dos clientas: indecisos.
Soci.— (Indeciso.) ¿Qué hay, Maruja?
Maruja.— ¡Caballas, caballas, cabaaallas!
Pani.— (Indeciso.) Oye, me pones dos caballas grandecitas y me explicas un poquito (Saca nuevamente el papelajo -algo más corto que una cuartilla, casi cuadrado-.) ¿qué historias son éstas, hein? Porque yo tengo ya un mosqueo...
El papel.— (Cansino.) ACKLOR EN EL INFIERNO.
Maruja.— (Vocifera al vecindario.) Oye, Luci, ¿me puedes echar aquí un ojo? Que es que yo tengo que salir un momento... (A Panurgo y Asociados; voz más baja.) Guardad eso y esperadme en Los tres hermanos, que ahora voy.
Pani.— Jo; otra vez Los tres hermanos.
Soci.— Tampoco te va nadie a hacer, así, un homenaje, ¿hein? Aguanta un poco, no seas bulla; a ver qué nos cuenta la Maruja.

CONTINUARÁ…

©Producciones Guadiloba S.M.L.

Nos quedamos con ganas de saber más de esta peculiar historia, esperamos la siguiente entrega. GRACIAS Guadiloba

Artículo reeditado: originalmente publicado el 15 de Julio de 2010.