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20 de febrero de 2014

Labios Rojos (3)


El rojo de Nicole dominaba todo mi ser, llenaba cada instante de mi vida. Pensaba en ella a todas horas, me la imaginaba una y otra vez, tan hermosa con su precioso vestido verde.
No había conocido a nadie como ella, tan espontánea, tan segura de sí misma, una persona que disfrutaba de cada momento, que actuaba en busca de la felicidad, sin importarle las apariencias o lo que pensaran los demás. Todo esto hacía que tuviera la capacidad de sorprenderme con gran facilidad y lo cierto es que la admiraba por ello, a la vez que también me atraía más y más.
Supongo que somos muy distintos, si bien es cierto que me había propuesto exprimir cada segundo, luego en la práctica algo fallaba, me faltaba algo de chispa, algo de locura, me seguía sintiendo como aquel patito feo que piensa que siempre lo van a rechazar, pero no iba a desistir, al fin y al cabo nunca es tarde para cambiar, para ser un poco idiota y sacar a los demás alguna que otra sonrisa.
Volví al día siguiente a medianoche al parque, exactamente donde me había encontrado con ella el día anterior, y exactamente en ese preciso lugar se encontraba. La vi a lo lejos y hacia ella camine, atraído una vez más por el intenso rojo que emanaban sus manos y sus labios. Era su sello de identidad, eso era indudable, o tal vez se había percatado del efecto que éste poseía sobre mí y era por eso por lo que lo utilizaba en cada uno de nuestros encuentros. No estaba seguro, no sabía por qué razón ni por qué motivo, pero desencadenaba en mí una atracción tan grande, que no lo hubiera podido refrenar ni por un solo instante.
Era una noche preciosa, clara, con una gran luna llena pintada en el cielo, cuya luz descendía sobre Nicole. Parecía como si alguien hubiera decidido regalarme con total nitidez su imagen, la de su rostro, la de sus ojos, la de su largo pelo cayendo serpenteante como un río de fuego sobre sus hombros.
Me acerqué a ella cuando me dijo: — ¿Crees en la magia? —
—No—
Entonces cogió una moneda, la pasó fugazmente por sus dedos y ésta desapareció.
Me había quedado atónito, no sabía como lo había hecho, fue todo tan rápido que no me di cuenta. En medio de mi asombro, ella continúo hablando.
—Y en el destino, ¿crees? —
—No lo sé—
— ¿No lo sabes, o no, no crees en el destino? —
—No, no creo en el destino. ¿Y tú?, ¿crees en el destino?, ¿piensas que hay algo que nos ha unido a los dos esta noche en este lugar? —
—Déjame decirte en que creo, creo en mí. Pienso que si hay algo que nos ha unido esta noche, somos tú y yo, nada más, aunque existen cosas buenas, cosas que desconocemos el por qué de ellas—
Al decir esto, para mi asombro, la moneda volvió a aparecer.
—Ves, estas cosas buenas que nos pasan son como la magia, que si supiéramos el truco perderían todo su encanto, la esencia que nos hace feliz —
—Tal vez las atraigan nuestros pensamientos. Dicen que si eres optimista y piensas en positivo, atraes buenas cosas. Por ejemplo, yo últimamente lo he hecho y poco después te he conocido, podría ser una señal de que funciona. ¿Qué piensas? —
—En gritar—
— ¿Cómo?, le pregunté un tanto desconcertado.
—Tengo ganas de gritar, siento esa necesidad, quiero que se escuche mi voz en medio de este silencio. Grita conmigo Marcos, grita como si fuera la última vez que gritaras. —
—Pero como vamos a gritar, que vergüenza, es una locura, nos podrían escuchar en varios kilómetros a la redonda—
—Y qué importa, lo importante es que lo hagas porque quieras hacerlo y no que dejes de hacerlo por lo que puedan pensar. Además, a veces no hay que ser tan formal, a veces hay que dejarse llevar y ser un poco idiota. Yo voy a gritar, si te apetece puedes gritar conmigo—
Y gritó, gritó tan alto que creí que se enterarían todas y cada una de las personas que vivían en nuestra ciudad.
Debo de reconocer que titubeé al principio, las dudas me asaltaban y estuve a punto de no hacerlo, pero antes de que se llegara a un punto de no retorno, grité, grité tan alto como ella, incluso más, gritamos hasta quedarnos sin oxígeno, para luego tumbarnos en la hierba, mirarnos a los ojos y dedicarnos una gran sonrisa.
El silencio que nosotros habíamos roto abruptamente volvió a su cauce, pero no por mucho tiempo, ya que ni siquiera habíamos recobrado el aliento cuando una orquesta empezó a tocar en el parque.
Tocaba muy bien, tanto que la escuchamos atentamente sin decir nada durante un buen rato. Yo no necesitaba más, lo cierto es que únicamente teniéndola al lado me sentía feliz, pero no feliz de cualquier forma, la felicidad que sentía sólo se sentía cuando ves que te estás enamorando.
—En mi familia hay algunos músicos, yo siempre quise aprender a tocar el violín, ¿crees que podría ser capaz de aprender a tocarlo? —
—Creo que serías capaz de aprender a tocar cualquier instrumento, que podrías lograr cualquier objetivo que te propusieras—, le respondí.
Mi respuesta hizo que no pudiera evitar reírse y así estuvo durante un rato, tras el cual me contestó: —creo que tengo las manos demasiado grandes para tocar el violín, ¿que crees? —
—Pienso que tienes las manos preciosas, perfectas para mí, perfectas para mis manos—
Me miro a los ojos , me miro fijamente, de la manera más profunda que nadie había hecho jamás, como queriendo examinar en mi mirada cuánto de verdad había en mis palabras.
Después suspiro, sonrió y me preguntó:
—¿Sabes qué? —
—Sorpréndeme—
—Cuando era pequeña tenía una gata que encontré abandonada. La llamé Mrs. Robinson.
—¿Por la canción? —, la interrumpí.
—Obvio, me encantaba esa canción. La cuestión es que me mudé de casa y en la primera noche en mi nuevo hogar, perdí a mi gata, no la encontraba por ningún lado, pasaban los días y no regresaba, únicamente la escuchaba maullar en sueños . Mis padres me consolaban diciéndome que estaría haciendo amigos, conociendo el barrio,  pero yo sabía que algo no marchaba bien.
Me hice a la idea de que nunca volvería, que me había abandonado, cuando una gris tarde mientras estaba jugando, la encontré sin vida entre una caja y un diminuto hueco en la pared.
Pese a que no encontraba consuelo, supe que Mrs. Robinson no me abandonó, que siempre estuvo a mi lado y nunca moriría, porque está presente en mi mente y en mi corazón —
—Lo siento mucho, no sé qué decir—
—No lo sientas, porque nunca pasó, se me acaba de ocurrir. Tenía ganas de contarte una historia y he ido improvisando sobre la marcha. Ahora te toca a ti, cuéntame cualquier cosa, una verdad o una mentira, no me importa—
—No se me ocurre ninguna—
—Bueno, quizás aprenderás, es como tener ganas de gritar, te tienes que lanzar.
—Sinceramente, no entiendo cómo puedes hacer tantas preguntas que la verdad, no sé cómo se te ocurren, ni sé lo que estás pensando, lo que realmente piensas.
—¿Quieres saber que pienso? —
—Me encantaría—
—Pienso en que me gustaría que me abrazaras—
Estábamos abrazados, contemplando las estrellas y el firmamento, cuando vimos un globo aerostático y ella dijo: —¿a dónde crees que se dirige? —
—No tengo ni idea—
—Sigámoslo—
—Como quieres seguirlo, no sabemos a dónde nos podría llevar—
—Que importa eso, lo podemos  seguir en tu coche, por la carretera, sin rumbo fijo—
Y así fue como fuimos en busca del globo, no sé muy bien por qué ni para qué, pero qué más da, estaba junto a Nicole y eso me hacía feliz.


26 de noviembre de 2013

Labios Rojos (2)

Me levanté a la mañana siguiente con ánimos renovados. Tenía esa ilusión, esa extraña sensación que se tiene al pensar en encontrarse con esa persona que te hace sentir cosquillas en el estómago.
Así estaba yo, deseando encontrarme con esos labios rojos, con su cabello interminable y su profunda mirada verde. Pero por otra parte, no sabía mucho de ella, apenas hablamos durante cinco minutos. Sólo sabía que se llamaba Nicole, y ni siquiera estaba seguro de ello.
No iba a ser fácil encontrarla, pero aquello, si cabe, le daba más atractivo. Antes de despedirnos, me dijo que todas las tardes paseaba por el parque, pero a qué hora y a qué parque se refería.
Empecé por el parque más cercano al recinto donde se había celebrado el concierto donde nos conocimos. Probé varios días seguidos y a distintas horas de la tarde, pero no hubo suerte.
Probé con dos parques más durante las dos semanas siguientes, pero el azar no estaba de mi parte.
Estaba perdiendo la esperanza de reencontrarme con ella de nuevo, pero todavía no estaba dispuesto a abandonar.
Iría a uno nuevo, para ver si, en mi caso, a la cuarta sería la vencida.
Llegué sobre las 8 de la tarde, justo antes de que anocheciera. 
Lo cierto es que el parque era el más bonito de entre todos los que había estado. Tenía largos senderos por donde poder pasear, amplias zonas ajardinadas y un bonito lago en el centro.
Caminé durante unos minutos hasta que la vi. Allí estaba, sentada junto a la orilla, observando el mágico atardecer.
El corazón me dio un vuelco, por fin la había encontrado. Luché para vencer el agarrotamiento que se había instaurado en mis piernas. Avancé hacia ella lentamente, pero con decisión. Me encontraba a un metro de Nicole, que estaba de espaldas a mí.
Me dispuse a hablar, pero para mi sorpresa, se percató de mi presencia y se adelantó.
— ¡Hola Marcos!, te esperaba antes, parece que el azar te ha tenido entretenido.
— ¡Hola Nicole!, la verdad es que no me ha resultado nada sencillo—, le dije mientras me sentaba junto a ella.
Llevaba un bonito vestido verde de un tono más oscuro que sus profundos ojos, que le dejaba al descubierto las piernas, y al igual que la primera vez que la vi, tenía los labios y las uñas pintadas de un intenso rojo fuego.
— ¿No te parece un momento maravilloso el atardecer? — continuó diciendo. —Es como si el cielo fuera un enorme lienzo y alguien fundiera los colores, plasmándolos de una forma mágica.
—Sí que lo es. Nos pasamos la vida mirándonos los pies, y pocas veces levantamos la cabeza para observar el milagro de la creación.
Después de dedicarme una sonrisa, me dijo: —me he decidido a disfrutar de las pequeñas cosas, de cualquier detalle por ínfimo que sea. He tardado en comprenderlo, pero al fin lo he hecho. He descubierto que ahí radica la felicidad. Quiero absorber cada segundo de mi vida, no quiero desaprovechar ni un solo instante, no quiero arrepentirme de las cosas que no me atreví a hacer, no pienso quedarme con la duda. 
— ¿Y qué es lo que te hizo pensar así?.
Se quedó unos segundos callada, para después contestar: 
—un día cualquiera la vida te puede cambiar.
Una respuesta un poco ambigua, pero no quise indagar más.
Después dimos un paseo, charlamos durante horas, aunque tenía la sensación de que no habían pasado más de unos minutos.
Llegamos a una calle, en la que había una floristería. El dueño tenía expuestas decenas de flores en la calle, de todo tipo de colores y clases.
Estaba pensando en regalarle una rosa, cuando ella cogió una, salió disparada y me gritó: —corre.
El dueño se dio cuenta y salió corriendo detrás de nosotros.
No me lo podía creer, ¡estaba loca!, y lo cierto es que eso me resultaba excitante. Me puse a su lado con una sonrisa en la boca, justo cuando giramos la esquina. Al girarla, ella me agarró, me apoyó contra la pared y comenzó a besarme.
Sus labios me habían atrapado. Los notaba carnosos y apasionados. Su lengua rozaba con la mía, mientras recorría cada rincón de mi boca.
No quería que parara, mi excitación iba en aumento y sólo era comparable con el ardiente fuego que desprendían sus rojos labios.
Fue algo efímero, pero a la vez tan eterno. Puede que fuera únicamente un instante, pero desde entonces se convirtió en algo mío, un momento que nadie me podrá arrebatar, y por más que pase el tiempo nunca se marchitará. 
Nuestros labios se fundieron en uno y eso es algo que por siempre perdurará.
El dueño de la tienda siguió de largo, cosa que yo ni siquiera aprecié, ya que mis cincos sentidos estaban pendientes en aquel mágico beso. Tras ello, nuestros labios se separaron.
—Como veía que no te decidías a regalarme la rosa me he tenido que adelantar—, me dijo sonriendo.
—La próxima vez no dudaré. Como me has enseñado hoy, yo también prefiero arriesgar a quedarme con la duda.
—Como primera cita no ha estado nada mal, ahora me tengo que marchar. Mañana a medianoche estaré donde me has encontrado hoy. Espero que me acompañes. ¡Chao Marcos!.
—¡Hasta mañana Nicole! —, le respondí con la mayor cara de felicidad que seguramente jamás haya tenido.
Luego se fue corriendo, no sin antes dedicarme unas últimas palabras: —yo de ti no tardaría mucho en irme, el hombre no creo que tarde mucho en regresar y no parecía de muy buen humor.
El florista no me encontró, pero eso me daba igual, nada podría haber estropeado aquel día. Únicamente deseaba que llegara ese momento, ese instante de reencuentro con aquellos labios rojos.

14 de marzo de 2013

Labios Rojos


Esta es una historia, una historia como otra cualquiera, una de esas historias que le puede pasar a cualquier persona, en cualquier momento y en cualquier ciudad del mundo.
Puede que sea una historia ficticia, en el que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, o puede que no, porque como he dicho antes, esta historia le puede pasar a cualquiera y al fin al cabo, toda historia guarda en sí algo de verdad.
La voy a contar en primera persona, porque me parece más intimista y creo que ayuda a alcanzar el clima apropiado entre escritor y lector.
Me encontraba en un concierto del gran Yusuf Islam, anteriormente conocido como Cat Stevens. Estaba en tercera o cuarta fila, no me lo podía creer, tan cerca del escenario, casi podía tocarlo y su música la sentía recorriéndome todo el cuerpo, mientras mi corazón palpitaba al ritmo de las vibraciones de su guitarra.
Estaba en una nube, cantaba "Morning has broken", cuando de pronto la vi. ! Dios mío!, eran los labios más rojos que había visto en mi vida. Era un rojo tan intenso, puro fuego en unos labios carnosos y sensuales. No podía dejar de mirarlos, no quería pestañear ni un solo instante, porque la belleza que desprendían sus labios merecían ser contemplados por toda la eternidad. Estaba ensimismado, cuando ella se giró, cruzándose nuestras miradas, puede que no más de dos segundos, quizás menos, no lo recuerdo, pero sé con certeza que el tiempo se detuvo. 
Su mirada me cautivo, sus ojos dulces y expresivos, eran de color verde, pero no un verde cualquiera, un verde que únicamente podrás encontrar en la primavera. Su pelo que caía interminablemente, era fino, sedoso, ondulado y del color de sus labios. Su cara era dulce, risueña y jovial, con unas mejillas redondas y rojizas. 
El concierto continuó su maravilloso rumbo, pero yo no podía pensar en otra cosa, el rojo dominaba por completo mi ser. Tras más de 2 horas terminó, y entre la multitud la perdí. Me despedí de mis amigos desilusionado, aunque por otra parte pensaba que no había razón para ello, de todas formas nunca me habría atrevido a dedicarle una palabra.
Con un caminar parsimonioso fui hasta uno de los servicios que habían instalado con motivo del concierto. Me encontraba cerca del servicio de los chicos, cuando me reencontré con esos labios. No podía ser, me habría equivocado de baño, pero descubrí que no al girarme y observar a varios metros de mí una larga cola de chicas en otro servicio.
El chico que había dentro salió, y ella se paró junto a la puerta cuando me dijo:
— No te importara que entre primero, ¿verdad?
— Creo que te has equivocado de servicio. 
— No querrás que espere media hora en esa cola, dudo mucho que mi vejiga aguantara. Pero puedes entrar conmigo, por mi no te cortes, yo el váter de la pared no lo voy a utilizar. 
Entramos juntos, yo fui hacia el inodoro de la pared sin decir nada, estaba nervioso, tanto que no fui capaz de orinar, ni siquiera intenté desabrocharme la bragueta. Simplemente hice el paripé de que lo hacía. 
Quería hablarle, decirle alguna frase, cualquier cosa, lo que fuera, pero ella se adelanto diciéndome:
— ¿Te ha gustado el concierto?
—Me ha encantado, ha sido fantástico de principio a fin. Ver en directo a una leyenda viva de la música como Cat Stevens es un sueño hecho realidad. 
— ¿Y yo, te he gustado?
La pregunta me dejó fuera de juego, seguramente era la última pregunta que me esperaba que me hiciera. No sabía que contestar, mi cara debía de ser el reflejo de la perplejidad.
Ella siguió diciendo: —Me pareció que me examinabas de arriba a abajo. 
—No voy a negar que no me haya fijado en ti —, le conteste.
—No me has respondido, pero me lo tomaré como un sí— dijo medio riéndose.
— ¿Cómo te llamas? —, me preguntó a continuación.
—Me llamo Marcos, ¿cómo te llamas tú? 
—Esta noche y solo para ti, me llamaré Nicole, puede que otro día cambie de nombre, o tal vez no. 
—Nicole. Que nombre más bonito. 
—Sabía que te gustaría.
Se marchó del cuarto de baño y yo pulsé el botón del váter, saliendo detrás de ella. Parecía que no se iba a detener, por lo que me armé de valor y tome la iniciativa de la conversación por primera vez. Quería volver a verla y si me quedaba callado me arrepentiría toda la vida.
— ¿Te volveré a ver? —, le pregunté.
—Haciéndome esa pregunta no pretenderás que te dé mi número de teléfono, ¿verdad? Vamos a dejar que sea el azar quien lo decida. El azar ha logrado que nos encontremos en el concierto y luego en el baño. Dejemos que sea el azar quién decida cuándo será nuestro próximo encuentro, pero le podemos echar una mano. Suelo ir a pasear por el parque todas las tardes . Me ha encantado conocerte Marcos, espero verte de nuevo pronto. Chao.
—A mí también me ha encantado Nicole. Hasta pronto. 

Esa noche no pegue ojo, pensaba en ella y en el momento de volver a verla, pero sobre todo había una cosa que no me podía quitar de la cabeza, sus sensuales labios rojos.