El rojo de Nicole dominaba todo mi ser, llenaba cada
instante de mi vida. Pensaba en ella a todas horas, me la imaginaba una y otra
vez, tan hermosa con su precioso vestido verde.
No había conocido a nadie como ella, tan espontánea, tan
segura de sí misma, una persona que disfrutaba de cada momento, que actuaba en
busca de la felicidad, sin importarle las apariencias o lo que pensaran los
demás. Todo esto hacía que tuviera la capacidad de sorprenderme con gran facilidad
y lo cierto es que la admiraba por ello, a la vez que también me atraía más y
más.
Supongo que somos muy distintos, si bien es cierto que me
había propuesto exprimir cada segundo, luego en la práctica algo fallaba, me
faltaba algo de chispa, algo de locura, me seguía sintiendo como aquel patito
feo que piensa que siempre lo van a rechazar, pero no iba a desistir, al fin y
al cabo nunca es tarde para cambiar, para ser un poco idiota y sacar a los
demás alguna que otra sonrisa.
Volví al día siguiente a medianoche al parque, exactamente
donde me había encontrado con ella el día anterior, y exactamente en ese
preciso lugar se encontraba. La vi a lo lejos y hacia ella camine, atraído una
vez más por el intenso rojo que emanaban sus manos y sus labios. Era su sello
de identidad, eso era indudable, o tal vez se había percatado del efecto que
éste poseía sobre mí y era por eso por lo que lo utilizaba en cada uno de
nuestros encuentros. No estaba seguro, no sabía por qué razón ni por qué
motivo, pero desencadenaba en mí una atracción tan grande, que no lo hubiera
podido refrenar ni por un solo instante.
Era una noche preciosa, clara, con una gran luna llena
pintada en el cielo, cuya luz descendía sobre Nicole. Parecía como si alguien
hubiera decidido regalarme con total nitidez su imagen, la de su rostro, la de
sus ojos, la de su largo pelo cayendo serpenteante como un río de fuego sobre
sus hombros.
Me acerqué a ella cuando me dijo: — ¿Crees en la magia? —
—No—
Entonces cogió una moneda, la pasó fugazmente por sus dedos
y ésta desapareció.
Me había quedado atónito, no sabía como lo había hecho, fue
todo tan rápido que no me di cuenta. En medio de mi asombro, ella continúo
hablando.
—Y en el destino, ¿crees? —
—No lo sé—
— ¿No lo sabes, o no, no crees en el destino? —
—No, no creo en el destino. ¿Y tú?, ¿crees en el destino?,
¿piensas que hay algo que nos ha unido a los dos esta noche en este lugar? —
—Déjame decirte en que creo, creo en mí. Pienso que si hay
algo que nos ha unido esta noche, somos tú y yo, nada más, aunque existen cosas
buenas, cosas que desconocemos el por qué de ellas—
Al decir esto, para mi asombro, la moneda volvió a aparecer.
—Ves, estas cosas buenas que nos pasan son como la magia,
que si supiéramos el truco perderían todo su encanto, la esencia que nos hace
feliz —
—Tal vez las atraigan nuestros pensamientos. Dicen que si
eres optimista y piensas en positivo, atraes buenas cosas. Por ejemplo, yo
últimamente lo he hecho y poco después te he conocido, podría ser una señal de
que funciona. ¿Qué piensas? —
—En gritar—
— ¿Cómo?, le pregunté un tanto desconcertado.
—Tengo ganas de gritar, siento esa necesidad, quiero que se
escuche mi voz en medio de este silencio. Grita conmigo Marcos, grita como si
fuera la última vez que gritaras. —
—Pero como vamos a gritar, que vergüenza, es una locura, nos
podrían escuchar en varios kilómetros a la redonda—
—Y qué importa, lo importante es que lo hagas porque quieras
hacerlo y no que dejes de hacerlo por lo que puedan pensar. Además, a veces no
hay que ser tan formal, a veces hay que dejarse llevar y ser un poco idiota. Yo
voy a gritar, si te apetece puedes gritar conmigo—
Y gritó, gritó tan alto que creí que se enterarían todas y
cada una de las personas que vivían en nuestra ciudad.
Debo de reconocer que titubeé al principio, las dudas me
asaltaban y estuve a punto de no hacerlo, pero antes de que se llegara a un
punto de no retorno, grité, grité tan alto como ella, incluso más, gritamos
hasta quedarnos sin oxígeno, para luego tumbarnos en la hierba, mirarnos a los
ojos y dedicarnos una gran sonrisa.
El silencio que nosotros habíamos roto abruptamente volvió a
su cauce, pero no por mucho tiempo, ya que ni siquiera habíamos recobrado el
aliento cuando una orquesta empezó a tocar en el parque.
Tocaba muy bien, tanto que la escuchamos atentamente sin
decir nada durante un buen rato. Yo no necesitaba más, lo cierto es que
únicamente teniéndola al lado me sentía feliz, pero no feliz de cualquier
forma, la felicidad que sentía sólo se sentía cuando ves que te estás
enamorando.
—En mi familia hay algunos músicos, yo siempre quise
aprender a tocar el violín, ¿crees que podría ser capaz de aprender a tocarlo? —
—Creo que serías capaz de aprender a tocar cualquier
instrumento, que podrías lograr cualquier objetivo que te propusieras—, le
respondí.
Mi respuesta hizo que no pudiera evitar reírse y así estuvo
durante un rato, tras el cual me contestó: —creo que tengo las manos demasiado
grandes para tocar el violín, ¿que crees? —
—Pienso que tienes las manos preciosas, perfectas para mí,
perfectas para mis manos—
Me miro a los ojos , me miro fijamente, de la manera más
profunda que nadie había hecho jamás, como queriendo examinar en mi mirada cuánto
de verdad había en mis palabras.
Después suspiro, sonrió y me preguntó:
—¿Sabes qué? —
—Sorpréndeme—
—Cuando era pequeña tenía una gata que encontré abandonada.
La llamé Mrs. Robinson.
—¿Por la canción? —, la interrumpí.
—Obvio, me encantaba esa canción. La cuestión es que me mudé
de casa y en la primera noche en mi nuevo hogar, perdí a mi gata, no la
encontraba por ningún lado, pasaban los días y no regresaba, únicamente la
escuchaba maullar en sueños . Mis padres me consolaban diciéndome que estaría
haciendo amigos, conociendo el barrio,
pero yo sabía que algo no marchaba bien.
Me hice a la idea de que nunca volvería, que me había
abandonado, cuando una gris tarde mientras estaba jugando, la encontré sin vida
entre una caja y un diminuto hueco en la pared.
Pese a que no encontraba consuelo, supe que Mrs. Robinson no
me abandonó, que siempre estuvo a mi lado y nunca moriría, porque está presente
en mi mente y en mi corazón —
—Lo siento mucho, no sé qué decir—
—No lo sientas, porque nunca pasó, se me acaba de ocurrir.
Tenía ganas de contarte una historia y he ido improvisando sobre la marcha.
Ahora te toca a ti, cuéntame cualquier cosa, una verdad o una mentira, no me
importa—
—No se me ocurre ninguna—
—Bueno, quizás aprenderás, es como tener ganas de gritar, te
tienes que lanzar.
—Sinceramente, no entiendo cómo puedes hacer tantas
preguntas que la verdad, no sé cómo se te ocurren, ni sé lo que estás pensando,
lo que realmente piensas.
—¿Quieres saber que pienso? —
—Me encantaría—
—Pienso en que me gustaría que me abrazaras—
Estábamos abrazados, contemplando las estrellas y el
firmamento, cuando vimos un globo aerostático y ella dijo: —¿a dónde crees que
se dirige? —
—No tengo ni idea—
—Sigámoslo—
—Como quieres seguirlo, no sabemos a dónde nos podría llevar—
—Que importa eso, lo podemos
seguir en tu coche, por la carretera, sin rumbo fijo—
Y así fue como fuimos en busca del globo, no sé muy bien por
qué ni para qué, pero qué más da, estaba junto a Nicole y eso me hacía feliz.