El incienso recorre las calles, la ciudad se engalana para que la gente contribuya al disfrute de la Semana Santa. Los palcos se preparan en un recorrido con rincones emblemáticos de la ciudad, dando así mas connotación, mas importancia, mas "hecho en casa".
Cada creyente tiene sus inclinaciones con respecto a las imagen es que van a participar en el misterio, aunque hay verdaderas simbologías que a través del tiempo se han hecho sitio en los corazones de los que viven la semana santa, "la borriquita", "las tres caídas", "la reina del polvorin", "la esperanza", "la madrugá", "el prendimiento", "la fe", "el perdón", "los judíos", "la buena muerte", "el santo entierro", etc., un sinfín de túnicas de diferentes colores, que desde su capilla o iglesia recorrerán la ciudad con el fin de vivir la religiosidad popular.
Los hoteles hacen su agosto con el turismo que se recibe, los bares y restaurantes, desean que las cofradías pasen por su calle a fin de aglomerar mas clientela, los comercios de moda ofrecen distintos modelitos para que la mujer vaya mas atractiva y pueda competir con la vecina para ver quien luce mejor atuendo, je, mujeres.
En esos días estamos dispuestos a participar en el despilfarro, cenando fuera de casa, generando gastos que normalmente no hacemos, pero el momento lo pide, ¿no?
También los cofrades, descargan sus bolsillos para que la hermandad a la que pertenece no le falte el mas mínimo detalle, flores de todo tipo, arreglos en la madera del paso, pagar una buena banda de música, la comida para los costaleros, todo dentro de las capacidades de cada una de las cofradías, a mas feligreses, mas pomposidad en todos lo aspectos.
No quiero que se me interprete como "antisemanasanta", aunque por supuesto la mente es libre de pensarlo, he pasado por ahí, he estado debajo de un paso, en las trabajaderas, haciéndolo por valentía entre los amigos del barrio, pero había gente que verdaderamente lo sentía, y padeciendo dolores físicos, que eran muchos, siempre esbozaba una sonrisa cuando lo miraban, y no solo el sudor llenaba su rostro, sino sus lágrimas por la fe que tenía.
Una saeta interpretada por alguien que siente lo que dice la letra me eriza la piel, una pieza musical al unísono después de cinco horas de caminata por la ciudad, llena mi corazón y se me puede escapar una lágrima por la parte de culpa que me toca. Momentos impresionantes.
Esos momentos son los que me marcan, escuchar gritar al capataz "mecedlo valientes, que parezca que camina entre nosotros", o "llevemos a nuestra madre al cielo con su hijo", y el silencio adorna las calles escuchándose el crujir de la madera al ser levantada por los costaleros, y el ánimo que cada uno aporta para que la "levantá" sea los mas perfecta.
Rememorar la pasión de Cristo siempre será para mi complaciente, el que otros lo disfruten o la lleven a cabo a su manera no me intranquiliza, solo empobrece mi alma. Vida y muerte de Jesús, función inequívoca de dolor, de sufrimientos, de dejar entrever que somos culpables todos de aquel crimen, y aún sentimos pavor de lo que debiéramos haber intentado solucionar, en dos palabras, Semana Santa.
Artículo reeditado: Originalmente publicado el 29 de Abril del 2011.