Me desperté con muchísima hambre y se me había acabado la
comida. Observé a mi alrededor y me di
cuenta de que estaba en medio de la
nada, por lo que perdí toda esperanza de encontrarme una cafetería en la que
tomarme un café con churros. Decidí
ponerme a andar con la esperanza de encontrar algún atisbo de civilización,
porque si pasaba mucho más tiempo allí me convertiría en insectívoro.
Estaba de suerte porque al poco rato avisté a lo lejos un
pueblecito. El pueblo se llamaba Gatlin y cual grande fue mi sorpresa al
descubrir que estaba desierto. Me recorrí una a una sus calles, con sus bares y
cafeterías cerradas, muy a mi pesar.
Como no encontraba a nadie por ningún lado y el pueblo, salvo por su
espectacular rascacielos en forma de
palmera cocotera, no tenía gran cosa, me fui de allí.
No había recorrido ni 2 kilómetros, cuando me adentré en un
inmenso campo de maíz. De repente, me di
de bruces con un montón de chicos y chicas, todos ellos menores de 18 años. Qué
extraño resultaba, no había nadie en el pueblo, pero me encuentro a los niños
en un campo de maíz.
Al verme, uno de ellos, alto y pelirrojo, que se parecía al
muñeco que pateé hace dos días, me habló:
— ¿Quién eres? —
—Soy un tipo que está pasando por aquí, buscando comida. Aquí tenéis
mucho maíz, me podíais regalar unas palomitas. —
—No blasfemes, nosotros protegemos y veneramos este maíz. Es un lugar
sagrado. —
—Bueno.....yo creía que lo había escuchado todo, pero parece ser que no.
Vamos a ver, me podías decir donde están los adultos. —
—Hemos matado a todos los adultos, porque ponían en peligro la
supervivencia de la cosecha. —
—Claro, y temíais quedaros sin poder desayunar corn flakes todas las
mañanas. ¿No será que vuestros padres se han marchado a buscar un buen
internado para vosotros?. —
—Como te atreves, soy el poderoso
Malachai, deberías de mostrar respeto. Yo de ti me iría despidiendo,
porque tú eres un adulto y ya te hemos dicho lo que les pasa aquí a los adultos—
—Que dices, si yo soy un chaval, hace nada tenía vuestra edad. —
No me fiaba mucho y aunque sabían que me estaban contando una trola y no
me iban a dar maíz, grite: —Mirad, Justin Bieber— y todos se giraron, momento
que aproveche para salir corriendo.
Cuando los perdí de vista, decidí seguir un caminito que me llevó hasta
una casa con jardín. Entré a ver si alguien me podía ayudar. Allí me recibió
una mujer que parecía muy angustiada, que me dijo al verme:
—Hola padre, le estábamos esperando. —
—Hola, todavía no he tenido el gusto de ser padre, no sé qué le pasa a
todo el mundo hoy que me dice que soy mayor. Pero bueno, me gustaría pedirle
por favor si podría darme algo de comer. —
—Luego le daré unas pastas, ahora suba arriba, el padre Karras se
encuentra con mi hija en la habitación del fondo. —
No quise llevarle más la contraria a la mujer, además sentía curiosidad,
así que decidí subir. A medida que me acercaba a la habitación sentía cada vez
más frío, un frío gélido. Se notaba que no tenían puesta la calefacción en la
planta de arriba.
Lo que vi dentro de esa habitación fue increíble. Había una niña de unos
doce años, llena de cicatrices, con un camisón, que insultaba y maldecía, y a
la que se le giraba la cabeza. También había un cura, que le echaba por lo
visto agua bendita y gritaba todo el rato: —En el nombre de Dios, sal de este
cuerpo—. Me di cuenta de que aquello era una secta y que me querían captar como
seguidor.
De repente la niña me vomito encima. Por lo que pude comprobar había
comido crema de calabacín. Fue asqueroso e hizo que se me pasara el hambre
momentáneamente.
Lo que vi a continuación no fue menos increíble. La niña y el cura
empezaron a forcejear y no sé como el sacerdote se tiro por la ventana. Tras
eso, a la niña se le cambio la cara, parecía alegre y estaba mucho más guapa. ¿Estaría
contenta de que el padre Karras se hubiera caído por la ventana?. Decidí salir
pitando de allí, no fuera que me echaran a mí la culpa.
Por una vez tuve suerte y al salir me encontré con un taxi, que
casualmente estaba haciendo la ronda en medio de la nada. Le pedí que me
llevara a mi casa, ya había tenido suficiente por este fin de semana. El camino
se hizo ameno hablando con el taxista, salvo por el pequeño detalle de que no
hacía más que hablarme de lo bien que cocinaba su mujer.
Al llegar a mi casa, me comí una cantidad indecente de galletitas chiquilín ositos. Con el estómago lleno y
tantas sensaciones vividas, me entró sueño y me quedé dormido.
De pronto, apareció un hombre con un jersey rojo y verde, un viejo
sombrero, unas cuchillas en su mano derecha y con la piel hecha a la
parrilla. Lo miré patidifuso, cuando me
dijo: —Bienvenido a tu programa favorito—.
Y después de decir aquella frase, me encontraba en el plató de Saber y Ganar.
A continuación, se abrió una capsula de criogenización, de donde salió Jordi
Hurtado. Estaba en una nube, era concursante.
El hombre a la parrilla se puso al lado mío, era mi contrincante. Parecía buen tipo, me rascaba la espalda
cada vez que acertaba.
Pero el maravilloso sueño no duró mucho, porque me desperté, o mejor
dicho me despertó Dick, el cocinero.
—¿Qué haces en mi casa? —, le pregunté.
—Te he salvado la vida, usando mi resplandor me he dado cuenta de que
estabas en peligro. Ese hombre te quería matar. —
—Pero si solo era un sueño, que estás diciendo. Te dije que cambiaras de
psiquiatra—. Me di cuenta de que mi espalda estaba sangrando. —Vete de aquí o
llamaré a la policía. —
—Volveré si vuelves a estar en apuros. ¡Hakuna Matata¡—.
Se fue, pero todavía seguía asustado. Lo había pasado genial durante el
fin de semana, con momentos divertidos y muy agradables, pero conocer al
cocinero había sido aterrador.
Pero bueno, ya se acabo mi excursión y me debía de preparar para la
rutina del lunes, un lunes que sería como todos los demás, salvo por la orden
de alejamiento que tenía pensando pedir sobre el peligroso Dick.