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7 de febrero de 2013

Velada de terror (3)



Me desperté con muchísima hambre y se me había acabado la comida.  Observé a mi alrededor y me di cuenta de que estaba en medio  de la nada, por lo que perdí toda esperanza de encontrarme una cafetería en la que tomarme un café con churros.  Decidí ponerme a andar con la esperanza de encontrar algún atisbo de civilización, porque si pasaba mucho más tiempo allí me convertiría en insectívoro. 
Estaba de suerte porque al poco rato avisté a lo lejos un pueblecito. El pueblo se llamaba Gatlin y cual grande fue mi sorpresa al descubrir que estaba desierto. Me recorrí una a una sus calles, con sus bares y cafeterías cerradas,  muy a mi pesar. Como no encontraba a nadie por ningún lado y el pueblo, salvo por su espectacular  rascacielos en forma de palmera cocotera, no tenía gran cosa, me fui de allí.
No había recorrido ni 2 kilómetros, cuando me adentré en un inmenso campo de maíz.  De repente, me di de bruces con un montón de chicos y chicas, todos ellos menores de 18 años. Qué extraño resultaba, no había nadie en el pueblo, pero me encuentro a los niños en un campo de maíz.
Al verme, uno de ellos, alto y pelirrojo, que se parecía al muñeco que pateé hace dos días, me habló:
— ¿Quién eres? —
—Soy un tipo que está pasando por aquí, buscando comida. Aquí tenéis mucho maíz, me podíais regalar unas palomitas. —
—No blasfemes, nosotros protegemos y veneramos este maíz. Es un lugar sagrado. —
—Bueno.....yo creía que lo había escuchado todo, pero parece ser que no. Vamos a ver, me podías decir donde están los adultos. —
—Hemos matado a todos los adultos, porque ponían en peligro la supervivencia de la cosecha. —
—Claro, y temíais quedaros sin poder desayunar corn flakes todas las mañanas. ¿No será que vuestros padres se han marchado a buscar un buen internado para vosotros?. —
—Como te atreves, soy el poderoso  Malachai, deberías de mostrar respeto. Yo de ti me iría despidiendo, porque tú eres un adulto y ya te hemos dicho lo que les pasa aquí a los adultos—
—Que dices, si yo soy un chaval, hace nada tenía vuestra edad. —
No me fiaba mucho y aunque sabían que me estaban contando una trola y no me iban a dar maíz, grite: —Mirad, Justin Bieber— y todos se giraron, momento que aproveche para salir corriendo.
Cuando los perdí de vista, decidí seguir un caminito que me llevó hasta una casa con jardín. Entré a ver si alguien me podía ayudar. Allí me recibió una mujer que parecía muy angustiada, que me dijo al verme:
—Hola padre, le estábamos esperando. —
—Hola, todavía no he tenido el gusto de ser padre, no sé qué le pasa a todo el mundo hoy que me dice que soy mayor. Pero bueno, me gustaría pedirle por favor si podría darme algo de comer. —
—Luego le daré unas pastas, ahora suba arriba, el padre Karras se encuentra con mi hija en la habitación del fondo. —
No quise llevarle más la contraria a la mujer, además sentía curiosidad, así que decidí subir. A medida que me acercaba a la habitación sentía cada vez más frío, un frío gélido. Se notaba que no tenían puesta la calefacción en la planta de arriba.
Lo que vi dentro de esa habitación fue increíble. Había una niña de unos doce años, llena de cicatrices, con un camisón, que insultaba y maldecía, y a la que se le giraba la cabeza. También había un cura, que le echaba por lo visto agua bendita y gritaba todo el rato: —En el nombre de Dios, sal de este cuerpo—. Me di cuenta de que aquello era una secta y que me querían captar como seguidor.
De repente la niña me vomito encima. Por lo que pude comprobar había comido crema de calabacín. Fue asqueroso e hizo que se me pasara el hambre momentáneamente.
Lo que vi a continuación no fue menos increíble. La niña y el cura empezaron a forcejear y no sé como el sacerdote se tiro por la ventana. Tras eso, a la niña se le cambio la cara, parecía alegre y estaba mucho más guapa. ¿Estaría contenta de que el padre Karras se hubiera caído por la ventana?. Decidí salir pitando de allí, no fuera que me echaran a mí la culpa.
Por una vez tuve suerte y al salir me encontré con un taxi, que casualmente estaba haciendo la ronda en medio de la nada. Le pedí que me llevara a mi casa, ya había tenido suficiente por este fin de semana. El camino se hizo ameno hablando con el taxista, salvo por el pequeño detalle de que no hacía más que hablarme de lo bien que cocinaba su mujer.
Al llegar a mi casa, me comí una cantidad indecente de galletitas  chiquilín ositos. Con el estómago lleno y tantas sensaciones vividas, me entró sueño y me quedé dormido.
De pronto, apareció un hombre con un jersey rojo y verde, un viejo sombrero, unas cuchillas en su mano derecha y con la piel hecha a la parrilla.  Lo miré patidifuso, cuando me dijo: —Bienvenido a tu programa favorito—.
Y después de decir aquella frase, me encontraba en el plató de Saber y Ganar. A continuación, se abrió una capsula de criogenización, de donde salió Jordi Hurtado. Estaba en una nube, era concursante.  El hombre a la parrilla se puso al lado mío, era mi contrincante.  Parecía buen tipo, me  rascaba la espalda cada vez que acertaba.
Pero el maravilloso sueño no duró mucho, porque me desperté, o mejor dicho me despertó Dick, el cocinero.
—¿Qué haces en mi casa? —, le pregunté.
—Te he salvado la vida, usando mi resplandor me he dado cuenta de que estabas en peligro. Ese hombre te quería matar. —
—Pero si solo era un sueño, que estás diciendo. Te dije que cambiaras de psiquiatra—. Me di cuenta de que mi espalda estaba sangrando. —Vete de aquí o llamaré a la policía. —
—Volveré si vuelves a estar en apuros. ¡Hakuna Matata¡—.
Se fue, pero todavía seguía asustado. Lo había pasado genial durante el fin de semana, con momentos divertidos y muy agradables, pero conocer al cocinero había sido aterrador.
Pero bueno, ya se acabo mi excursión y me debía de preparar para la rutina del lunes, un lunes que sería como todos los demás, salvo por la orden de alejamiento que tenía pensando pedir sobre el peligroso Dick.

24 de enero de 2013

Velada de terror (2)

Me desperté y al abrir los ojos, descubrí que unos intensos ojos marrones me estaban observando, lo que me hizo sobresaltarme de gran manera.
— ¿Quién eres? — , le pregunté.
— Me llamo Dick, soy cocinero en un hotel de Denver y mi especialidad son las manitas de cerdo. He venido para decirte dos cosas, la primera es que roncas como un cosaco, vaya nochecita me has dado, y la segunda y más importante es que tienes percepción extrasensorial, por lo que si alguna vez necesitas mi ayuda, te puedes comunicar conmigo, utilizando tu resplandor. —
— ¿Qué dices de resplandor?. Mira, yo también te voy a decir dos cosas, despide a tu psiquiatra, porque no está haciendo nada bien su trabajo, y la segunda y más importante, yo no ronco, solamente respiro con un poquito más de intensidad  de lo normal. —
—En algún momento te acordarás de mis palabras y me pedirás ayuda. Ahora debo irme. ¡Hakuna matata¡. —
¿Estaba soñando?, ese hombre había aparecido de la nada y lo que era más extraño, sabía que me chiflan las manitas de cerdo. Empecé a caminar mientras seguía dándole vueltas al asunto.
Al rato, me tope con un pozo, por lo que decidí pararme a refrescarme un poco. Tras llenar mi cantimplora, una niña salió del pozo. La chica llevaba un camisón, era muy pálida, tenía largas uñas y, su oscuro pelo le tapaba la cara, lo que me hacía suponer que se las daba de interesante.
—¿Has visto mi vídeo? —, me preguntó.
—Creo que no he tenido el placer. ¿Y tú has visto alguna vez un desodorante? —
—Desconozco que es un desodorante—
—Me lo imaginaba. Como me has caído bien, te voy a regalar cuatro cosas, un cepillo de dientes, un bote de gel, un cortaúñas y un peine. —
Después de llevarme unas 4 horas intentado que afianzara conceptos básicos de higiene personal, parecía que habíamos progresado bastante. Por último, decidí enseñarle a bailar el Moonwalk.
—Tengo que seguir mi camino—, le dije.
—Comprendo. Déjame regalarte este vídeo por todo lo que me has ayudado. Es muy interesante, pero desconozco el motivo por el cual nadie lo ve ya. Llevateló y difundeló entre tus amigos. —
—Lo haré. Hasta luego. —
—Hasta luego. Nos vemos en 7 días. —
—Si, claro... —
Me marché pensando en quién tenía hoy en día vídeo beta para ver la grabación. Normal que no lo viera nadie, se había quedado obsoleto.
Estaba oscureciendo, cuando a lo lejos apareció una gigantesca mansión, rodeada por un enorme cementerio. Decidí entrar a pasar la noche allí. Con suerte no habría nadie.
La decoración estaba compuesta básicamente por estatuas, cuadros y armaduras, lo que le daba al lugar un aspecto tétrico a la par que lúgubre. Además debo añadir, que el lugar estaba repleto de suciedad, tierra, polvo y telarañas, era como si no se limpiara desde los tiempos de Viriato.
Seguí caminando por aquella inmensa mansión, hasta que escuche un murmullo. Me acerque para comprobar de donde provenía, agazapado para no ser visto. Cuan grande fue mi sorpresa, al ver un gran salón, con una enorme mesa de madera, todo ello iluminado tenuemente por una gran lámpara colgante. Más sorprendente fue ver que allí estaban tres personas disfrazadas. Una de hombre lobo, otra de Frankenstein y por último del Conde Drácula. Estaban bebiendo un líquido rojo, seguramente sangría o algo por el estilo y, estaban hablando de un tal Van Helsing, que por lo visto según sus opiniones era un asesino.
Decidí largarme de ahí rápidamente, porque aquello se debía de tratar de una fiesta pre-halloween, ese era el motivo de la fantástica decoración y de los elaboradísimos disfraces. Tenía miedo de que me pillaran sin disfraz ni invitación y llamaran a la policía. Menudo paquete me podría caer.
Busqué un claro y me metí en el saco, mi segundo día tocaba a su fin, eso sí, antes de dormirme me puse a leer una novela de Stephen King.

16 de enero de 2013

Velada de terror (1)


Fin de semana de campamento, la cosa prometía. Cogí mi mochila y fui a buscar a mi amigo, preparándome para vivir insólitas aventuras. Llegue a su casa y como no estaba preparado, subí a esperarle en su habitación. Era una habitación normal, con sus paredes color grosella, sus posters de sensación de vivir y sus jarrones de la dinastía Ming. Todo lo que veía a mi alrededor reflejaba buen gusto, todo menos una cosa, un muñeco pelirrojo, lleno de cicatrices y con tirantes azules. No podía dejar de mirarlo, lo miraba fijamente, cuando de repente, ¿me había guiñado un ojo?,  no podía ser, me lo había imaginado, así que decidí no darle más importancia. Me dediqué a contemplar la tarima flotante, cuando de repente, el muñeco se abalanzó hacía mí y me empezó a acuchillar, con lo que parecía ser un portaminas. Me resultaba una situación graciosa, el pelirrojo no perdía su empeño y me estaba haciendo cosquillas. De pronto, sentí como si un médico me golpeara con un martillo de caucho en la rodilla, alzando mi pierna y mandando al muñeco por los aires hasta que cayó detrás de la cama. Fue un acto reflejo, no pude evitarlo, pero me sentía mal, le podía haber herido, aunque por otra parte otra cicatriz más tampoco se iba a notar mucho. 
A los pocos segundos entró mi amigo, que ya estaba preparado para que nos fuéramos. Le pregunté por el muñeco y me dijo que él no tenía ningún muñeco como el que yo le había descrito. Al principio lo miré extrañado, confundido, incluso algo anonadado, pero enseguida comprendí que le daba vergüenza reconocer que poseía algo tan espantoso.
Al rato llegamos a nuestro destino, el campamento en el lago Crystal Lake. Un paraje natural, un remanso de paz y tranquilidad, sin ningún atisbo de civilización. Allí nos recibió el hombre al que le habíamos alquilado la cabaña, quien tras enseñárnosla, se fue gritando "vais a morir todos". Yo pensé que lo podía haber dicho antes de coger el dinero del alquiler, pero tampoco era para preocuparse, al fin y al cabo nadie vive eternamente.
Uno de mis amigos se llevó unos animales muy extraños, eran como ositos de peluches, blancos y marrones, pequeñitos y adorables. Mi amigo nos advirtió que había que cumplir dos reglas, no darles de comer a partir de medianoche y no mojarles. Parecen dos reglas sencillas de cumplir, pero no es así, no sabemos cómo ocurrió, pero los ositos acabaron bañándose en el lago y comiendo toda la noche. Se transformaron en criaturas viscosas de color verde, con largos brazos y poderosas mandíbulas. El cambio no se produjo solamente en el físico, sino también en la personalidad, pasaron de ser niños pequeños a chavales adolescentes en pleno botellón. Se peleaban, ensuciaban y no dejaban de beber. La cabaña quedó destrozada, por lo que ya nos podíamos ir olvidándonos de la fianza.
Tuvimos que liarla bien, porque al poco rato entró el susodicho dueño, gritando y maldiciéndonos. Pero no duró mucho tiempo, porque al instante, un hombre entró rompiendo la puerta de una patada, para quedarse después inmóvil. Era un tipo muy extraño, muy corpulento, medía unos dos metros, portaba en la mano derecha un gran machete, llevaba puesto lo que parecía ser un saco de patatas como camisa y una máscara de hockey le tapaba la cara.
Todos nos quedamos paralizados por lo insólito de la situación, nadie decía ni hacía nada, era como si el tiempo se hubiera parado. El tiempo volvió en sí en el momento en el que aquel tipo le dio un machetazo al casero, cortándole un brazo. Todos empezaron a correr y chillar, asustados por la situación, pero yo enseguida comprendí, que todo aquello era un montaje preparado por el dueño de lugar. Lo había juzgado mal, el hombre se lo había currado, todo parecía muy real y su actuación era clarísimamente merecedora del Oscar. Yo le seguí el rollo y empecé a correr despavorido por el bosque junto al resto de mis amigos. A lo lejos, se veía al portero de hockey, que para mi sorpresa iba todo el rato andando, no daba ni un simple sprint para intentar cogernos. Seguí corriendo hasta que no pude más y me di cuenta de que estaba solo en medio de la nada. Era muy tarde y estaba exhausto, así que decidí meterme en mi saco para dormir. Mi primer día de acampada había pasado, me habían pasado cosas muy extrañas, pero a lo tonto había echado el día.