"MOVILIDAD EXTERIOR"
Tenía un calor sofocante. Después de la brisa suave, sí, esa que susurraba que no existía crisis, comencé mi nueva aventura; habilitada exclusivamente con mi corazón y mis palabras me dirigí al infierno, a la búsqueda.
He pasado por muchos desiertos: el de Arches en el estado de Utah; en Sudáfrica tuve que lidiar con el desierto de Richterveld y sin olvidar las movedizas dunas de Ihhan Ubari en Libia. Las engañosas arenas blancas de Nuevo México tampoco pudieron conmigo, y con Indiana estuve perdida en sus brazos varios días en el de Dash-e Lut en Irán. Lo reconozco, nada como el que estaba atravesando, el más duro, el más ruinoso, el más engañoso; algunos amigos intentaban ayudarme a llegar al oasis esplendoroso del que tanto había oído hablar.
Después de varios días de marcha opté, como siempre suelo hacer, por evadirme del grupo, buscar la soledad y con ella el tan añorado oasis.
Nunca sé de dónde vengo o dónde terminaré la próxima noche, pero esta vez era distinto. Estaba de moda Spañistán y yo siempre he tenido un especial enlace con esa tierra histórica e inundada de generaciones aventureras y forjadoras de sueños. Mis padres me contaron que vivieron allí y también que yo llevaba sangre tartéssica en mis venas.
Dejémoslo, no quiero caer en la sensiblería de Madonna. Buscaba a los chicos jóvenes, miles, que habían tenido que emigrar al oasis de la esperanza, al oasis de la nueva vida porque al parecer su país había quedado desierto de ilusiones, de amanecer, de vida.
Calor, mucho calor y sobre todo dolor, mucho dolor de la perdida y de la búsqueda.
Por fin, avisté el oasis de las promesas. Conforme me fui acercando pude comprobar que no existía un solo palmeral y que el refugio de remanso que yo esperaba era más bien grandes infiernos, donde mis aventureros emigrantes, se habían convertido en lacayos de otros pueblos.
Abogados en Deutschland, biólogos en England, médicos en la France, economistas en Holland, maestros en Schwyz..., y así otros muchos que intentaban latir y vivir fuera de su tierra. Pena, sentí una enorme pena. Tristeza como nunca antes había sentido.
Reconocí a futuros investigadores, a chicos y chicas con alta cualificación profesional, con especial sensibilidad y exquisita jovialidad. La mayoría subsistían como podían; contratos de prácticas, horarios nocturnos, trabajos de cualquier gama y salarios que no les permitían contemplar el futuro con optimismo.
- Nos han abandonado.
- No tenemos posibilidades en nuestro país.
- Aquí al menos podemos seguir.
- No podemos continuar siendo una carga para nuestras familias…
Tristeza, mucha tristeza. Rebeldía, indignación y sobre todo una palabra que no existe en mi particular diccionario, resignación, mucha resignación.
Malditos vosotros, imbéciles y mangantes. Malditos vosotros, los que habéis arruinado una generación de mujeres y hombres que debían y podían haber tenido opciones de trabajo y felicidad en su país.
Os maldigo políticos, corruptos, sindicalistas, tramposos, mafiosos, capitalistas sin escrúpulos y os maldigo a vosotros gobernantes del mundo “libre”, de la locomotora, del imperialismo, de la ambición sin límites. Creáis paraísos artificiales para los hombres y mujeres de los países que se encuentran en la cresta de la crisis que habéis creado para el beneficio del capital liberal, es decir vosotros.
Con lágrimas en los ojos me marché de los oasis desiertos donde se encontraban mis compatriotas, no sin antes prometerles que a partir de este momento emprendería una cruzada que no finalizaría hasta que todos volvieran a casa.
Cuidado, tened mucho cuidado, mis Bakes y yo vamos a estar, ahora y después. Todos buscaremos un futuro para ellos, sin descanso, sin fisuras, sin miedo.
Según me ha cableado Bond el calendario de esos impresentables recoge muy pronto, en la piel de toro, elecciones…
PD: A los dóciles que lean este escrito les doy la oportunidad gratuita de ingresarse en el hospital de mi amigo y antiguo masajista André Breton. Con varias sesiones habrán recuperado la capacidad de elegir libre y responsablemente.
Tenía un calor sofocante. Después de la brisa suave, sí, esa que susurraba que no existía crisis, comencé mi nueva aventura; habilitada exclusivamente con mi corazón y mis palabras me dirigí al infierno, a la búsqueda.
He pasado por muchos desiertos: el de Arches en el estado de Utah; en Sudáfrica tuve que lidiar con el desierto de Richterveld y sin olvidar las movedizas dunas de Ihhan Ubari en Libia. Las engañosas arenas blancas de Nuevo México tampoco pudieron conmigo, y con Indiana estuve perdida en sus brazos varios días en el de Dash-e Lut en Irán. Lo reconozco, nada como el que estaba atravesando, el más duro, el más ruinoso, el más engañoso; algunos amigos intentaban ayudarme a llegar al oasis esplendoroso del que tanto había oído hablar.
Después de varios días de marcha opté, como siempre suelo hacer, por evadirme del grupo, buscar la soledad y con ella el tan añorado oasis.
Nunca sé de dónde vengo o dónde terminaré la próxima noche, pero esta vez era distinto. Estaba de moda Spañistán y yo siempre he tenido un especial enlace con esa tierra histórica e inundada de generaciones aventureras y forjadoras de sueños. Mis padres me contaron que vivieron allí y también que yo llevaba sangre tartéssica en mis venas.
Dejémoslo, no quiero caer en la sensiblería de Madonna. Buscaba a los chicos jóvenes, miles, que habían tenido que emigrar al oasis de la esperanza, al oasis de la nueva vida porque al parecer su país había quedado desierto de ilusiones, de amanecer, de vida.
Calor, mucho calor y sobre todo dolor, mucho dolor de la perdida y de la búsqueda.
Por fin, avisté el oasis de las promesas. Conforme me fui acercando pude comprobar que no existía un solo palmeral y que el refugio de remanso que yo esperaba era más bien grandes infiernos, donde mis aventureros emigrantes, se habían convertido en lacayos de otros pueblos.
Abogados en Deutschland, biólogos en England, médicos en la France, economistas en Holland, maestros en Schwyz..., y así otros muchos que intentaban latir y vivir fuera de su tierra. Pena, sentí una enorme pena. Tristeza como nunca antes había sentido.
Reconocí a futuros investigadores, a chicos y chicas con alta cualificación profesional, con especial sensibilidad y exquisita jovialidad. La mayoría subsistían como podían; contratos de prácticas, horarios nocturnos, trabajos de cualquier gama y salarios que no les permitían contemplar el futuro con optimismo.
- Nos han abandonado.
- No tenemos posibilidades en nuestro país.
- Aquí al menos podemos seguir.
- No podemos continuar siendo una carga para nuestras familias…
Tristeza, mucha tristeza. Rebeldía, indignación y sobre todo una palabra que no existe en mi particular diccionario, resignación, mucha resignación.
Malditos vosotros, imbéciles y mangantes. Malditos vosotros, los que habéis arruinado una generación de mujeres y hombres que debían y podían haber tenido opciones de trabajo y felicidad en su país.
Os maldigo políticos, corruptos, sindicalistas, tramposos, mafiosos, capitalistas sin escrúpulos y os maldigo a vosotros gobernantes del mundo “libre”, de la locomotora, del imperialismo, de la ambición sin límites. Creáis paraísos artificiales para los hombres y mujeres de los países que se encuentran en la cresta de la crisis que habéis creado para el beneficio del capital liberal, es decir vosotros.
Con lágrimas en los ojos me marché de los oasis desiertos donde se encontraban mis compatriotas, no sin antes prometerles que a partir de este momento emprendería una cruzada que no finalizaría hasta que todos volvieran a casa.
Cuidado, tened mucho cuidado, mis Bakes y yo vamos a estar, ahora y después. Todos buscaremos un futuro para ellos, sin descanso, sin fisuras, sin miedo.
Según me ha cableado Bond el calendario de esos impresentables recoge muy pronto, en la piel de toro, elecciones…
PD: A los dóciles que lean este escrito les doy la oportunidad gratuita de ingresarse en el hospital de mi amigo y antiguo masajista André Breton. Con varias sesiones habrán recuperado la capacidad de elegir libre y responsablemente.