Cuando nació vio en él su espejo, sus ojos eran idénticos a los suyos, su boca, su pelo, en definitiva, su cara era la suya, e indudablemente todos los comentarios de familiares y amigos, certificaban lo que él había visto.
A medida que crecía intentaba protegerlo como cualquier padre a su hijo, tratando de que no le faltara de nada, que todo lo que su padre no pudo tener, lo tuviese él, aunque el sacrificio costara lo que costara.
Todo le parecía poco para él, los juguetes innovadores, los últimos del mercado, los mas caros, y de igual forma, su ropa, calzado, comida, la equipación del mejor equipo de fútbol, (el de su padre, el mejor del mundo), hasta el mejor colegio, a fin de que su enseñanza fuese la mejor, o estuviera dentro de las posibilidades de llegar lejos, mas de lo que ellos pudieron.
No solo eso, lo vio tan igual, que le parecía vivir de nuevo pero dentro del niño, y se sentía feliz por cada cosa minúscula que hacía, como así mismo se molestaba por nimiedades que dijeran de su retoño, ya que su hijo era perfecto, los demás son los que por envidia intentan desprestigiarlo.
Cuando jugaban, se lo pasaba pipa, el padre se encargaba de montar los juguetes, viendo el pequeño como lo hacía, y cuando le parecía oportuno los recogía perfectamente colocándole en el lugar adecuado para que no se deterioraran.
Hasta que poco a poco, fue cambiando, cuando pedía un juguete, al instante pedía otro, y después otro, no preocupándose de su recogida, dejándolos en cualquier lugar con el riesgo de ser pisados y rotos, y por mucho interés que ponía en enseñarlo, cada día le costaba mas trabajo educarlo, llegando a utilizar el castigo por no cumplir con las normas del padre.
Hoy tuvo la buena idea de comprar uno de los mas caros, un paso de semana santa, un palio de una de las vírgenes que suelen salir a la calle en esas fiestas, que cuando lo vio en el escaparate, se enamoró de el, con sus candelabros, sus flores, las velas, el manto de la virgen, su corona, precioso, lo llevó a casa, y empezó rápidamente a montarlo, con una ilusión inusitada, observando a su pequeño impasible, mirando como lo hacía.
Le costó dos horas el montarlo, quedó casi, casi, casi igual que el original, y el se lo pidió para jugar, lo cual accedió puntualizando que tuviese cuidado, y lo recogiera como papá suele hacerlo, pero no lo hizo, y después de un tropezón, fue a caer encima de su valioso juguete haciéndolo añicos, velas, corona, manto, todo destrozado, creó tal desilusión en su padre, que este lo emprendió contra el niño castigándolo en su habitación, sin cenar, sin ver televisión, y sin mas juguetes por haber roto su juguete preferido.
Podremos pensar que nuestros hijos son nosotros, en cada instante, en cada mueca, en cada mirada, y ser felices mientras no crezcan, después serán lo que quieran ellos, y tenemos que entender que fue un espejismo, y también tendremos que ayudarlos a que su camino sea lo mas llano posible.
Afortunadamente o no, los que tenemos hijos, no dejaremos de estar ahí para lo que necesiten, simplemente para decirles “te quiero”, o darles un fuerte abrazo y ellos sentirán que estamos a su lado, aunque siempre existan excepciones.
Me viene a la memoria un tema de Serrat, titulado “Esos locos bajitos”, una joya musical del año 1981, que para deleite de todos, dejo su reproducción.