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18 de abril de 2016

Yo soy funcionario


Artículo redactado por un funcionario. Difícilmente se puede expresar mejor la situación actual.

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Resulta que en la década prodigiosa del pelotazo, cuando media España se lo llevaba caliente a casa, cuando un encofrador sin estudios se embolsaba tres mil euros, cuando hasta el último garrulo montaba una constructora y en connivencia con un par de concejales se forraba sin cuento, cuando un gañán que no sabía levantar tres ladrillos a derechas se paseaba en Audi, los funcionarios aguantaban y penaban. Nadie se acordaba de ellos. Eran los parias, los que hacían números para cuadrar su hipoteca, hacer la compra en el Carrefour y llegar a fin de mes, porque un nutrido grupo de compatriotas se estaba haciendo de oro inflando el globo de la economía hasta llegar a lo que ahora hemos llegado.

Y ahora que el asunto explota y se viene abajo, la culpa del desmadre… es de los funcionarios. Los alcaldes, diputados y senadores que gobiernan la cosa pública a cambio de una buena morterada no son responsables de nada y nos apuntan directamente a nosotros: somos demasiados, hay que ultra-congelarnos, somos poco productivos. Los responsables bancarios que prestaron dinero a quienes sabían que no podrían devolverlo tampoco se dan por aludidos. Todos los intermediarios inmobiliarios, especuladores, amigos de alcalde y compañeros de partida de casino de diputado provincial no tenían noticia del asunto. Nosotros sí. Como diría José Mota: ¿Ellos? No. ¿Nosotros? Si. Siendo así que ellos? No. Por tanto, nosotros? Si.

La culpa, según estos preclaros adalides de la estupidez, es del juez, abogado del estado, inspector de hacienda, administrador civil del estado que, en lugar de dedicarse a la especulación inmobiliaria a toca teja, ha estado cinco o seis años recluido en su habitación, pálido como un vampiro, con menos vida social que una rata de laboratorio y tanto sexo como un chotacabras, para preparar unas oposiciones monstruosas y de resultado siempre incierto, precedidas, como no podía ser de otra forma, de otros cinco arduos años de carrera. Del profesor que ha sorteado destinos en pueblos que no aparecen en el mapa para meter en vereda a benjamines que hacen lo que les sale de los genitales porque sus progenitores han abdicado de sus responsabilidades. Del auxiliar administrativo del Estado natural de Écija y destinado en Barcelona que con un sueldo de 1000 euros paga un alquiler mensual de 700 y soporta estoicamente que un taxista que gana 3000 le diga joder, que suerte, funcionario.

La culpa es nuestra. A poco que nos descuidemos nosotros los funcionarios seremos el chivo expiatorio de toda una caterva de inútiles, vividores, mangantes, políticos semianalfabetos, altos cargos de nombramiento digital, truhanes, pícaros, periodistas ganapanes y economistas de a verlas venir que sabían perfectamente que el asunto tarde o temprano tenía que petar, pero que aprovecharon a fondo el momento al grito de mientras dure dura! y que ahora, con esa autoridad que da tener un rostro a prueba de bomba, se pasan al otro lado del río y no sólo tienen recetas para arreglar lo que ellos mismo ayudaron a estropear, sino que, además, han llegado a la conclusión de que los culpables son... tachan...los funcionarios.

Soy funcionario. Y además bastante recalcitrante: tengo cinco títulos distintos. Ganados compitiendo en buena lid contra miles de candidatos. ¿Y saben qué? No me avergüenzo de nada. No debo nada a nadie (sólo a mi familia, maestros y profesores). No tengo que pedir perdón. No me tocó la lotería. No gané el premio gordo en una tómbola. No me expropiaron una finca. No me nombraron alto cargo, director provincial ni vocal asesor por agitar un carnet político que nunca he tenido.

Aprobé frente a tribunales formados por ceñudos señores a los que no conocía de nada. En buena lid: sin concejal proclive, pariente político, mano protectora ni favor de amigo. Después de muchas noches de desvelos, angustias y desvaríos y con la sola e inestimable compañía de mis santos cojones. Como tantos y tantos compañeros anónimos repartidos por toda España a los que ahora algunos mendaces quieren convertir, por arte de birli-lirloque, en culpables de la crisis.

Amigos funcionarios, estamos rodeados de gente muy tonta y muy hija de puta.

PD. Si alguien, en cualquier contexto, os reprocha -como es frecuente- vuestra condición de funcionario os propongo el refinado argumento que yo utilizo en estos casos, en memoria del gran Fernando Fernán-Gómez: váyase Usted a la mierda, hombre, a la puta mierda.

Artículo reeditado: Originalmente publicado el 24 de Marzo de 2011.

21 de marzo de 2016

Desde el olvido

Soy una vagabunda errante. No me queda nada, absolutamente nada. Mis días gloriosos pasaron tan rápido, que en la actualidad apenas soy capaz de creer cómo he podido acabar en esta situación tan miserable. Y todo porque fui creada para que otros se alzaran con el poder. Ahora me percato de que fui una mera marioneta.

Jamás se me pasó por la cabeza que terminaría de esta guisa cuando era famosa. Estuve en la cúspide. Allí fue donde me elevaron mis creadores. Por entonces creía que sería indestructible y que me convertiría en aquello para lo que fui diseñada. La convicción y vehemencia que ponían aquellos que me inventaron en cada uno de sus discursos me hicieron creerme todo ello. Pero nada más lejos de la realidad.

Mi vida por aquel entonces tenía sentido. Era en aquella época cuando llenaba los corazones de muchísima gente y eso iluminaba mi vida. Les hice creer a todos ellos que un mundo mejor era posible, y sin embargo ahora revivo día tras día la pesadilla que supone no haber cumplido con mi propósito.

Paradójicamente, casi todos aquellos que durante esos días creyeron en mí, ahora me ignoran y ningunean. La gran masa social me aplasta con un pasotismo abrumador. Nadie parece percatarse de mi presencia en los suburbios de la ciudad, y tan sólo unos pocos siguen recordándome y dándome el valor que tuve en mis días de esplendor.

Ardo por dentro cuando veo en la televisión a mis creadores justificando mi abandono y olvido, y no puedo soportar ver como se cristalizan situaciones que son la antítesis de lo que yo debería haber sido algún día.

He escuchado por parte de otras muchas como yo, que en otros países como Japón importamos. Que allí no se permite que caigamos en el olvido, revisándose nuestra situación tras un tiempo. En el caso en el que existieran atisbos de que alguna como yo no se está cristalizando, se reinicia todo el proceso.

Cuando nos reunimos en las hogueras callejeras para intentar no morir congeladas, solemos hablar de lo bella que sería la vida en Japón y recordamos momentos fugaces del pasado en los que éramos felices. Durante estas conversaciones, alguna de mis colegas suele decir que no tiene sentido seguir viviendo así, algo con lo que no estoy completamente de acuerdo.

Creo que mi existencia si tiene sentido aún, y ella pasa por esperar a que lleguen las próximas elecciones y con ellas montones de nuevas camaradas que vendrán de haber pasado por lo mismo que yo pasé. Será entonces cuando tenga una misión clara y concisa: evitar el suicidio de estas nuevas desdichadas.

Firmado: Una promesa electoral

Artículo reeditado: originalmente publicado el 18 de Diciembre de 2013.

2 de diciembre de 2015

Carta dirigida a una ignorante

Querida Consejera de Educación, Juventud y Deportes de la Comunidad de Madrid,

En referencia a los acontecimientos acaecidos en la última asamblea de Madrid, en la que un grupo de interinos que protestaban por sus derechos con sus camisetas de la marea verde fueron expulsados. Y tras leer sus declaraciones al respecto después de lo ocurrido, en la que usted decía alegremente que “'las oposiciones se aprueban estudiando y no poniéndose camisetas”, he de hacerle algunas aclaraciones.

Lo primero que queda patente es que usted no se ha presentado a ninguna oposición en su puñetera vida. Seguramente no lo haya necesitado por el hecho de nacer en el seno de una familia facha y adinerada. Quizá su gran mérito para ostentar la posición en la que se encuentra actualmente sea tener una red de familiares y amigos que la enchufaron en la vida política de su partido corrupto. Por cierto, en dicha red se encontraba el yerno de Aznar, Alejandro Agag, cuya boda con la hija del ex presidente del Gobierno se pagó en parte gracias al dinero de la trama Gürtel.

Cuando desprecia al colectivo interino intentando usar las oposiciones como arma arrojadiza, se retrata como una completa ignorante. Quizá no haya tenido tiempo para informarse sobre ello en su mísera vida, aunque sería conveniente que lo hiciera teniendo en cuenta que es Consejera de Educación. Por ello le informo que para ser interino hay que haber aprobado las oposiciones al menos una vez, y que se es interino porque no se ha conseguido plaza en esa convocatoria.

Es más, puede ocurrir que algún aspirante obtenga una de las mejores notas de su tribunal, y al final se quede sin plaza, puesto que quizá no se oferten suficientes plazas. Resulta paradójico que usted sea la mal nacida encargada de ofertar una cantidad de plazas por debajo de las que realmente se necesitan, porque de lo contrario nunca habría vacantes que cubrir por interinos.

Lo que también parece ignorar es que una vez que el interino está (o estaba trabajando), debe volver a presentarse a posteriores oposiciones, compatibilizando trabajo y estudios, en muchas ocasiones fuera de su domicilio habitual. Todo esta ignorancia por su parte es entendible, puesto que seguramente usted no ha tenido nunca la necesidad de trabajar duro y estudiar por lo que quieres, ya que se lo han dado todo bien mascadito desde el maldito día en el que nació.

Por último, y para dejar todos los cabos bien atados, he de decirle que si realmente conocía todo lo expuesto aquí, pero prefiere hacerse la tonta y soltar frases como la referida que son del agrado de la panda de inútiles e ignorantes que le mantienen en su cargo, tan sólo me cabe decirle una cosa: es usted bazofia.


Le saluda un defensor de la escuela pública de tod@s para tod@s.

Artículo reeditado: Originalmente publicado el 30 de Mayo de 2013.

18 de noviembre de 2015

En ocasiones veo chorizos


Podría parecer que esta mañana, cuando salí de casa bajo una intensa nevada, hubiera visto a Urdangarín cruzando la calle cual Yeti que hubiera bajado de la montaña.

O quizá podéis pensar que cuando entraba en la academia de inglés me hubiera cruzado en la puerta con Bárcenas, saliendo de la misma tras matricularse para su nuevo curso de “Begginer”.

Lo cierto es que me dio un vuelco al corazón cuando al entrar en el autobús que me conduciría de vuelta a casa, el conductor me recordara a Julían Muñoz. Con el miedo en el cuerpo me senté en mi asiento esperando que todos estos fantasmas solo estuvieran en mi imaginación.

Al entrar en casa me di cuenta del motivo de mi obsesión: volví a ver un trofeo en una estantería de la casa donde vivo que me recuerda al auténtico chorizo (comestible) español.

Todas mis dudas se disiparon y ahora todo cobraba sentido. Mi añoranza hacia la cocina española estaba afectando a mi buen juicio.

El concepto de “comida” tal y como nosotros lo conocemos aquí no existe. A mediodía búscate la vida para comer un “lunch” de mala manera, rápido y frío. Todo ello sin hablar de la hora a la que aquí el personal se toma su comida a mediodía: en torno a las 12:30 a.m.

Al estar viviendo con una familia de acogida, las cenas o “dinners” (comida principal del día para los británicos), nos las prepara el dueño de la casa cada día. A las 8:00 p.m. todo está sobre la mesa, pero no rastro de tortilla de patatas, ensaladilla o manitas de cerdo con, por supuesto, su respectivo chorizo picante. Y bueno, de pan ni rastro.

Por supuesto a estas horas del día no son recomendables ciertos platos, pero no echaría de menos un buen potaje de garbanzos, habichuelas o patatas guisadas a las 8 de la tarde.

Cuando vuelvo a mi habitación cada noche para descansar siempre me fijo en el trofeo que me recuerda al chorizo y una sonrisa se dibuja en mi cara. Algún día no descarto coger el trofeo y echarlo a la olla para que le de saborcito a las “fish and chips”.

Artículo reeditado: Originalmente publicado el 21 de Marzo de 2013.

4 de noviembre de 2015

Una cuestión de perspectiva


He aquí un Bake que desde tierras británicas continúa sintiéndose parte de un único espíritu.

Cuando en la tarde de hoy me monté en el autobús, una vez finalizadas mis clases de inglés, tomé el periódico que ofrecen gratuitamente en el mismo. En la portada se podía leer el último escándalo que salpicaba a la cúpula política del país: El exministro británico Chris Huhne dimitirá de su escaño después de admitir que mintió.

Al leer esto me sentí como en casa, como si todo fluyera aquí igual de bien que en España. Nada más lejos de la realidad.

Resulta que la cruel mentirá que perpetró este exministro tenía que ver con una multa de tráfico que le endosó a su esposa hace diez años. Los puntos se los quitaron a su esposa y no a él. Pecado mortal. La estafa ha provocado que la opinión pública termine por provocar la dimisión del susodicho. Cuanta añoranza sentí al leer esto hacía mi patria, hacía ese astado que es el santo y seña de cierto canal de mi país. Morriña total.

A pesar de la bazofia de clase política que tenemos en España, he de decir que echo de menos a familia y amigos, entre los que se encuentran todos lo que forman parte de este espacio virtual.

Os seguiré contando mis emociones y aventuras desde aquí.

¡Un fuerte abrazo para todos!

Artículo reeditado: Originalmente publicado el 06 de febrero de 2010.

13 de julio de 2015

El político y el limpiabotas

Leí hace unos días el librito España, república de trabajadores que el ruso y muy estalinista Ilia Ehrenburg escribió tras hacer un corto viaje por nuestro país en 1931: un libro amargo pero interesante, de útil lectura incluso ahora -o especialmente ahora-, que no traza el mejor retrato posible de la España de entonces, y critica el modo desastroso con que, según opinión de ese ilustre viajero -que al poco tiempo se convirtió en alta personalidad del régimen soviético-, los españoles encarábamos aquella todavía joven democracia: nuestro recién conquistado gobierno popular. Y cuando uno lee el libro, al fin publicado con su texto íntegro, se le caen bastantes palos del sombrajo. No porque la Rusia estalinista de entonces, por contraste, fuese precisamente el paraíso del proletariado; pero sí porque la descripción y opiniones de Ehrenburg, demoledoras, superficiales, disparatadas a veces, explican sin embargo muchas cosas de las que ocurrieron después. Eso convierte el libro en recomendable lectura para saber cómo se nos veía entonces desde fuera; y también, dicho sea de paso, para que templen su entusiasmo los simples que hoy describen la Segunda República como una Arcadia feliz rota sólo por obra y gracia de un par de obispos y cuatro generales malvados. Aquello nos lo cargamos entre todos, desde luego. Y el libro de Ehrenburg, aunque parcial y relativo, torpe a menudo, relaciona bien algunos porqués.

Pero, en realidad, de lo que yo quiero hablarles hoy es de limpiabotas. De una anécdota reciente que retuve quizá porque en ese momento, hace sólo unos días, me encontraba leyendo lo de Ehrenburg, y el libro se refiere también a los limpiabotas de aquellos años, criticando la obsesión de los españoles de entonces por llevar los zapatos limpios y relucientes. Unos cuantos muertos de hambre, viene a decir, pasaban la tarde entera con una peseta haciendo tertulia en una mesa de café, pero en cuanto disponían de alguna calderilla, todos llamaban altivamente al limpiabotas. La lectura de esas líneas me hizo pensar en lo que los tiempos han cambiado, y en la práctica desaparición en España del útil oficio de limpia. Hay quien se alegra de ello, pues lo considera denigrante y servil, pero no comparto esa opinión. Llevar los zapatos limpios, de casa o de fuera, sobre todo si son un par de buenos zapatos, es una magnífica tarjeta de presentación; pero es que, además, ese trabajo, como otro cualquiera, da de comer a gente que se gana dignamente su jornal. Remarco lo de dignamente, pues nunca vi nada deshonroso en el oficio de limpiabotas u otros similares. Al contrario, recurro a ellos cuando los necesito, conozco a varios hasta casi la amistad, y algunos -como uno de la Campana de Sevilla, ex legionario, ya fallecido, al que hace años dediqué un artículo- pueden dar lecciones de dignidad a la mayor parte de sus clientes, como las daba Alfonso, el cerillero del café Gijón, o las da Luís, el melancólico y profesional limpiabotas del Palace de Madrid, que lleva su oficio con estoica imperturbabilidad y sólo se lamenta, cuando hay confianza, de que cada vez hay más clientes con zapatillas deportivas, y eso no hay cristo que lo embetune. 

Sobre Luís, el limpia, es la anécdota. Porque estaba yo el otro día por allí, presentando libros y de charla con Miguel, el más impecable maître de restaurante del mundo, cuando advertí que un político de los que viven con suite o frecuentan el Palace -y no precisamente de su bolsillo-, de ésos que basan su negocio en proclamar lo poco españoles que son y lo menos que van a serlo cuando puedan, estaba allí sentado, leyendo el periódico mientras Luís le limpiaba los zapatos. Y lo miré, claro, pensando: tiene flecos la cosa. Cualquiera puede limpiarse los zapatos, si lo necesita. Puede y debe hacerlo. Todo el que pase por aquí, que es el hotel más elegante de Madrid, o se detenga en plena calle, ante los boleros mejicanos que atienden en la Gran Vía, por ejemplo. Pero no un político, rediós, en este lugar, a cien pasos del Parlamento. No ese fulano, que lleva más de veinte años enrocado aquí por la cara, pisando moqueta, y ahí sigue, haciéndose limpiar los zapatos en público, con absoluta indiferencia, dándole igual lo que piense quien lo vea. Con total e indecorosa desvergüenza. Así que no pude contenerme y le dije al limpia, cuando el otro ya se levantaba: «Luís, esos zapatos los hemos limpiado y pagado a medias entre usted y yo». Y Luís, que es sabio y gallego hasta en los cepillos, me miró en silencio, guardó el betún en la caja, sacó un pañuelo arrugado, se sonó la nariz y no dijo nada. 

Arturo Pérez-Reverte 
Patente de corso - XLSemanal - 13/4/2015

29 de junio de 2015

Lo que no te cuentan del paro

Más de cien mil desempleados menos y más de doscientos mil afiliados nuevos para la Seguridad Social. Así suenan las cifras del empleo de mayo. Ahí acaban las trompetas y las buenas noticias. La realidad se encarga de traer las malas. Puede que el gobierno tenga esos titulares triunfales que le sirvan como terapia tras los pésimos resultados del 24M. Pero la gente seguirá sin tener la recuperación económica que estaba esperando y se les había prometido.

Menos del diez por ciento de los nuevos contratos de trabajo tiene carácter indefinido. El incremento de afiliados en la Seguridad Social responde en buena parte a empleos que no superan los tres meses de duración. Los sectores que más trabajo crean son los dominados por la precariedad y la temporalidad, como la hostelería. La tasa de cobertura del desempleo ha caído otro punto y nos acercamos peligrosamente a la fría evidencia de que la mitad de nuestros parados se queden sin cobertura alguna.

Podemos esperar cuanto queramos y confiar con toda la fe del mundo en que esta tendencia de crear casi exclusivamente empleo barato y fácilmente prescindible pasará algún día sin saber cómo y conforme mejore la economía volveremos a crear empleo de calidad. No sucederá. Porque no se trata de una tendencia sino de una constancia. Así es la cruda realidad de eso que llaman el "nuevo mercado laboral".

Con las actuales políticas económicas sólo puede generarse este tipo de empleo porque ese es precisamente el objetivo principal de semejantes políticas. No se trata de un accidente. Era el plan y funciona.

En la "nueva economía" los trabajadores son algo que se usa y se tira, un factor de producción degradable. La precariedad, la temporalidad y la mala calidad del empleo no suponen una excepción. Representan la normalidad porque así se logra degradar al trabajador hasta convertirle en alguien prescindible cuando ya se le ha extraído todo el valor posible.

Paro estructural y empleo precario continuarán conformando la normalidad mientras no cambien las políticas económicas. Para crear empleo estable y de calidad necesitamos crecer más y eso sólo resultará posible con un incremento fuerte y sostenido de la demanda. Algo que únicamente una expansión firme y decidida de la inversión pública puede conseguir en una economía como la española. Todo lo demás es reparto de la miseria y seguir endeudándose por el total de nuestro PIB a cambio de nada.

Les dirán que no tenemos dinero para eso. Sepa que no le cuentan la verdad. En España hay dinero de sobra para implementar políticas de crecimiento económico y bienestar. No es que no salgamos de pobres. Es que la riqueza está muy mal repartida.

Antón Losada
Periodista

22 de junio de 2015

No sabemos votar

No sabemos votar. No estamos preparados. He llegado a esta conclusión tras ver cómo han reaccionado, ante los resultados del 24-M, personas que saben muy bien lo que nos conviene a todos, no en vano son representantes de la vieja política, banqueros o empresarios. Ellos sí son de fiar, y no todos esos ciudadanos, que han sido muchos, a quienes no se les ha ocurrido otra cosa que votar a Ahora Madrid, Barcelona en Comú, Compromís o Podemos. Y por culpa de tanto voto inconveniente, ahora estas formaciones están en disposición de gobernar en ciudades y autonomías o de influir en su gobierno. ¿Es que hemos perdido el juicio?

En vez de votar en masa a PP y a CiU, que habría sido lo lógico ya que son organizaciones con enorme experiencia (en recortes, corrupción, etcétera), resulta que muchos electores han preferido hacerlo a fuerzas políticas que van a destrozarnos la vida. Es evidente. Bueno, en realidad no hay ninguna prueba de ese destrozo, pero esas personas que saben muy bien lo que nos conviene no necesitan pruebas para saber lo que pasará ymenospreciar a los nuevos partidos, lo que, de paso y sin decirlo, es también un menosprecio a quienes les han votado. Menosprecio merecido. ¿Cómo se puede votar, por ejemplo, a Ada Colau? ¿Quién es Colau comparada con esas personas que saben lo que nos conviene? No es nadie. El presidente del Banc Sabadell la ha definido como un personaje «folclórico» y «anecdótico». Dar la cara para que no echen a la gente de su vivienda solo te convierte en anecdótico. En cambio, para dejar de ser una simple anécdota y hacer historia, nada mejor que avalar una fianza de tres millones a Rodrigo Rato, como hizo Banc Sabadell. Eso sí da prestigio.
Incumplir programas

También da un gran prestigio incumplir programas electorales. Es una obviedad, pero no ha estado de más que lo recordara otra persona que sabe muy bien lo que nos conviene: Juan Rosell, presidente de la CEOE. Tras el 24-M, Rosell ha pedido a los partidos que «se olviden de los programas y miren la realidad». Ahí va, según el INE, una realidad: cada vez hay más pobres en España. Creo que el líder de la CEOE sufrió un lapsus, y lo que de verdad quiso pedir a los partidos es que olvidasen los programas y no mirasen la realidad. Es que me cuadra con lo que dijo hace un año, cuando afirmó que en España no habían bajado los salarios.

Pero aún se puede caer más bajo que los salarios. Tras el 24-M, la presidenta de Navarra ha indicado que España puede derivar «en una Alemania prenazi». Y una concejala del PP ve la posibilidad de que «se quemen iglesias y se violen monjas». Dos pruebas más de que no sabemos lo que nos conviene, y por eso no estamos preparados para votar. Aunque es curioso que alguien del PP hable de quemar con tipos como Rus, Rato o Bárcenas, PP también podría significar Pirómanos de la Política.

JORDI ÉVOLE
Periodista

1 de junio de 2015

Quiero ser funcionaria corrupta

Me enteré la semana pasada. En Alabama (EEUU), una mamá y su hijo de 5 años llegaron a un restaurante de comida rápida y, antes de entrar, vieron a un indigente en la puerta. El niño quiso saber quién era ese señor, y la mamá le explicó que era alguien que vivía en la calle porque no había tenido suerte en la vida. Entonces, el chaval preguntó a su madre si podía invitarlo a comer, y ella le dijo que sí. El sintecho aceptó la invitación, y pidió un bocata. El peque le dijo que pidiera todo el beicon que quisiera. Y hubo un aplauso general del resto de clientes del local. Me apunto al aplauso. Y como lo prometido es deuda, al final el crío pagó la cuenta. Con dinero bueno, como él. Sin paripés. Nada de pagar con una tarjeta black y luego apuntarse a un curso de voluntariado en un comedor social, como ha hecho Rodrigo Rato. Este niño se merece el Princesa de Asturias de las Humanidades. El año pasado le dieron este premio a Quino, el creador de Mafalda. El dibujante declaró en Oviedo: «Espero que los niños de hoy no sean los corruptos de mañana».

Ilusión, más que esperanza

A mí también me va la esperanza… Bueno, hoy más que la esperanza, me va la ilusión. Ustedes lo entenderán. Por ejemplo, la ilusión que respiraba esta redacción escolar, en plan carta a los Reyes Magos, escrita por una niña de 13 años. Alicia, que es como se llama, estudia la ESO en Madrid. En la carta pedía a los Reyes que su familia siguiera siendo una piña para afrontar los golpes que da la vida y superarlos. Y añadía: «A algunos a lo mejor les parece poco, ya que, según los de arriba, ya no hay crisis. Yo también estaría de acuerdo con eso si cerrase los ojos e hiciese caso a los que, por lo visto, no se han tomado la molestia de pasarse por mi barrio para ver que aquí sigue todo igual. Igual de mal. Cuando salgo a la calle, sigo viendo gente buscando comida y ropa en los contenedores...». Finalmente, Alicia pedía por favor a los Reyes que esta vez no pasaran por su casa, porque allí todo va bien, pero que no olvidasen ir a casa «de los que mandan, para darles un poco de humanidad y sentido común». Y le hicieron caso. Rajoy lo confirmó hace unos días: «El PP es el refugio de la cordura y el sentido común». Sin duda. Allí se han refugiado Bárcenas,Granados, Matas y mogollón de gente que tiene en común un sentido de la honradez que quita el sentido.

Pese a la esperanza (perdón, la ilusión) que tiene el padre de Mafalda en los niños de hoy, no todos son como Alicia o el peque de Alabama. La insensibilidad social y la corrupción también tienen futuro. En Cantón (China) hicieron una encuesta con esta pregunta: «¿Qué quieres ser de mayor?». Y una niña de 6 años contestó: «Yo quiero ser funcionaria corrupta, porque los funcionarios corruptos tienen muchas cosas». Vaya. Seguro que es la excepción. Porque hoy estoy con la esperanza, digo con la ilusión.

JORDI ÉVOLE
Periodista

4 de mayo de 2015

La sonrisa de un sinvergüenza

Hay una foto que es mi preferida a la hora de comprender lo que, en materia de corrupción política, ha venido pasando en España en las últimas décadas. En ella aparece un ex director general de Trabajo de la Junta de Andalucía -Javier Guerrero, se llama-, esposado, o así lo parece, camino de la cárcel entre dos guardias civiles. La foto recuerda vagamente a aquella antigua de El Lute atrapado tras su fuga, con el brazo vendado y entre tricornios, con la notable diferencia de que aquel infeliz robagallinas, elevado por la prensa de entonces a la categoría de hombre más buscado de España, tenía una expresión seria, triste, derrotada. Era el final de una escapada, y lo que el pobre Eleuterio tenía por delante, pintado en el rostro y sobre todo en los ojos de perro callejero apaleado, eran varios y oscuros años de prisión. La ruina de quien acaba de caerse con todo el equipo.

Sin embargo, la foto del tal Guerrero refleja algo por completo distinto. De entrada, los picoletos que lo conducen van tocados uno con gorra teresiana y otro con boina, y eso da un toque frívolo porque impone menos; hasta el punto de que uno acaba añorando, en esta clase de asuntos, los tricornios de charol y los bigotes clásicos para que, al menos en los periódicos y el telediario, los que hacen el paseíllo -que a veces es la única pena seria que acaban comiéndose- parezcan que van detenidos de verdad, y no a sacarse el carnet de identidad o a hacer un trámite cualquiera en el juzgado antes de regresar, sonrientes, a la puta calle.

Porque ahí está el otro detalle clave: la sonrisa. Que en la foto del tal Guerrero camino del talego, que comento, no es una sonrisa de disculpa, ni apesadumbrada, ni de circunstancias, de ésas que uno esboza cuando está hecho polvo y pretende mantener el tipo. Ni de lejos. La suya, acorde con el currículum del sujeto, es una sonrisa bajuna, casi regocijada; canalla en el sentido literal del término, según lo recoge el diccionario de la Real Academia: Gente baja, ruin. Persona despreciable y de malos procederes. Una sonrisa descarada de compadre que dirige a los periodistas como si éstos fueran colegas suyos de toda la vida, con cuyo trato está familiarizado hasta la desvergüenza. 

Porque ahí mismo está el punto. El detalle. En el gesto del golfo que, a través de las cámaras, sonríe a sus otros compadres, a los cómplices activos o pasivos, a los compañeros de partido y a los de los otros partidos, hermanados en la misma mierda. A los que sin distinción de siglas -eso son chorradas técnicas- sabe que lo comprenden y animan moralmente, igual que compartieron con él chollo e impunidad durante los diez, veinte o treinta años en que ejerció su golfería, culminada mediante el mismo sistema que hizo posible las tarjetas negras que algunos barajaron como naipes, la salida a bolsa de Bankia y la cínica campanita de Rato, las cacerías de empresarios y políticos compinchados, los ERE de la Junta, las preferentes que esquilmaron a miles de infelices, la ignorancia del honorable Artur Mas de que su papá tenía cuenta en Liechtenstein, las bolsas de basura andorrana de la señora Pujol, los trincones sindicatos de Toxo y Méndez -esos Pili y Mili del langostino-, el Jaguar que la ministra Ana Mato ignoraba que estuviera aparcado en su garaje, el sé fuerte, Pepe, colega -o como lo llamara-, que el presidente Rajoy dirigió a su entonces compadre Bárcenas. Etcétera. 

Y es que sí. En efecto. La foto del director general de Trabajo -del que tampoco los presidentes Chaves ni Griñán sabían nada- lo resume todo de maravilla. Éramos chusma, dice su sonrisa desvergonzada. Éramos pijolinos con dinero que querían vivir aún mejor, o grises funcionarios sin futuro, o mediocres profesionales, o tiñalpas analfabetos sin otro oficio ni beneficio que arrimarse a los que mandaban. Y enloquecimos de codicia cuando nos pusieron delante, por la cara, la caja del dinero abierta y la posibilidad, nunca antes soñada, de meter la mano dentro. Y entramos a saco, naturalmente: coches, ropa, viajes, juergas. Era el sistema, era el estilo, eran las reglas. Era la ocasión de nuestra vida, y quizá nunca fuéramos a vernos en otra semejante. Bailando sevillanas en la caseta de la feria. Por eso sonríen, demasiados, como lo hace ese tal Guerrero. Fíjense bien en la foto, porque está en Internet y merece la pena. Va el tío entre dos guardias civiles, pero se está acordando de las putas, de la cocaína que mandaba a comprar a su chófer, y piensa «que me quiten lo bailado». Y encima, al salir de la cárcel, que con algo de suerte será dentro de poco rato, igual en su pueblo lo reeligen como alcalde y le ríen los chistes en el bar. No sería la primera vez. 

Arturo Pérez-Reverte
Patente de corso - XLSemanal - 09/3/2015

27 de abril de 2015

En tiempos de guerra


Soy profesor y estoy desempleado. No me han dejado seguir trabajando en la educación pública después de casi dos años ejerciendo. Me resulta paradójico que, desde mi punto de vista, allí donde he trabajado durante este tiempo mis alumnos y compañeros han quedado satisfechos con el trabajo realizado por mi parte, y lo que es más importante, yo he disfrutado haciéndolo.

Si las cosas no hubiesen sido así, entendería lógica la no contratación para el presente curso. Si no tuviera vocación o si no hubiese hecho correctamente mi trabajo lo entendería. La cuestión es que no termino de entenderlo y cuando busco respuestas solo me viene una palabra a la mente: CRISIS.

Por ello lanzo la siguiente pregunta: ¿Por qué tengo que pagar yo, como muchos otros en este país, por una crisis que no he generado?

Curiosamente, hace unas fechas en “Salvados”, un programa de televisión que recomiendo al 100%, un padre afectado por los recortes con una hija que padece una enfermedad degenerativa, le planteó esta misma pregunta al entrevistado estrella de la semana. Se trataba del asesor del Gobierno Alemán Jürgen Donges, el cual respondió a la pregunta haciendo un paralelismo con la guerra. Vino a decir que cuando dos países entran en guerra se debe a que hay unas altas esferas sociales o un poder político que lo decide, y al pueblo se le viene encima el sufrimiento que ello supone sin comerlo ni beberlo.

No quiero vivir en un país en “Guerra”, que dentro de poco será invadido por las huestes económicas y especulativas alemanas y que nos seguirán imponiendo sus condiciones. Por ello, apelo al espíritu bélico de la segunda guerra mundial, donde estos mismos alemanes invadían Europa.

Así pues, termino el artículo transcribiendo la parte más gloriosa del discurso de Winston Churchill conocido como "We shall fight on the beaches" (“Lucharemos en las playas”), pronunciado en la Cámara de los Comunes del Parlamento del Reino Unido el 4 de junio de 1940. Era una época de conflictos, en la cual Alemania había logrado derrotar a Francia y las fuerzas pro-nazis dominaban toda Europa. En aquel momento, los británicos veían que podían ser invadidos y derrotados por los alemanes.

Llegaremos hasta el final
Lucharemos en Francia
Lucharemos en mares y océanos
Lucharemos con una creciente confianza, y una fuerza cada vez mayor en el aire
Defenderemos nuestra isla, cueste lo que cueste
Lucharemos en las playas
Lucharemos en los campos de aterrizaje
Lucharemos en los campos y en las calles
Lucharemos en las colinas
¡Nunca nos rendiremos!

Artículo reeditado: Originalmente publicado el 06 de Noviembre de 2012.

12 de marzo de 2015

Vida y obra de un ladrón



Desde que nací me programaron para robar. Puede que se trate de una cuestión innata espoleada por la ordenación peculiar de mis genes, cuya responsabilidad tendrían que asumirla mis ascendientes lejanos. O tal vez sea así porque me fijara en las pautas de conducta de mis padres y familiares cercanos, en cuyo caso los culpables de mi idiosincrasia serían ellos mismos. Sea como sea, la cuestión es eludir responsabilidades. Ahí soy un auténtico maestro.

Después de cursar mis estudios en colegios religiosos y universidades privadas, mi primer puesto de trabajo me cayó del cielo. Se trataba de un cargo creado de la nada por conocidos de mi círculo de influencia. De este modo empecé a trabajar para el sector público como probador de espejos de todos aquellos edificios que dependían de mi administración. Mi naturaleza porcina me cualificaba perfectamente para el puesto, puesto que de este modo comprobaría que los espejos serían de buena calidad si no se rompían al reflejar mi ser. Por desgracia, resultó que no era válido para el puesto, ya que las facturas de la administración en concepto de “espejos rotos” se acumulaban en grandes montañas de papel.

Trabajé durante poco tiempo, pero ello me permitió vivir del cuento durante varios años, gracias a los emolumentos obtenidos. Fue entonces cuando me compré todo lo que se me antojaba: coches, casas, joyas, lo último en tecnología, vallas de oro para mí pocilga…

Pasado un tiempo fue cuando mi verdadera naturaleza salió a flote. Cada vez necesitaba consumir más y más, lo cual se convirtió en una auténtica necesidad. Mi nuevo trabajo como técnico de todos los enchufes en una administración paralela a la anterior no me daba para abarcar con todas mis necesidades, por lo que a los 33 años, una vez superada la edad de Cristo, empecé a robar con alevosía. En mi instrucción me enseñaron que hay ciertos mandamientos que se pueden incumplir siempre y cuando luego se purguen los pecados.

No tenía miedo al infierno, pero si a la cárcel, puesto que allí no podría disfrutar de todos mis bienes de consumo. Sin embargo, si no robaba no podía sufragar mis necesidades consumistas. ¡Menuda paradoja terrenal!

La primera vez que metí la mano en fondos públicos de manera ilegal me moría de miedo, puesto que tenía la certeza de que me cogerían. Pero cual fue mi sorpresa cuando me percaté de que esto era algo normal en mí entorno. Así pues, fui cogiendo soltura y robar se convirtió en el pan nuestro de cada día.

Ya ha pasado mucho tiempo desde aquellos años en los que me inicié en el arte del saqueo. Sin duda que lo pasé mal en aquel proceso judicial en el que existió la remota  posibilidad de terminar en la cárcel, pero gracias a todos los que me rodeaban, y a Dios, salí indemne.

Hoy vivo feliz en mi paraíso fiscal y cuando muera me esperará el cielo más impoluto, ya que a lo largo de mí vida no falté ni un domingo a la iglesia.

Artículo reeditado: Originalmente publicado el 11 de Octubre de 2012.

2 de marzo de 2015

Los nuevos titanes de la arena política

No debe estar llevando demasiado bien estos días el viril gobierno griego eso de tenérsela que envainar como ya hicieran otros en su día.
Y mira que los griegos se han puesto duros hasta en la pose, más que a la foto de un gobierno, casi recuerdan al póster de alguno de esos ochenteros grupos de rock duro. No suelo tener nada en contra de los gobiernos de izquierdas, salvo cuando, claro, les da por excluir descaradamente a las mujeres. Los Syriza no han tenido que guardar las formas, ni siquiera han dejado hueco para la vocalista, sustituida en este caso por el nuevo sex symbol de las finanzas, Yanis Varoufakis.
Y es que, parece que en ciertos asuntos como la política y la economía, siguen sin caber las medias tintas. Tampoco en esta, nuestra querida España, donde asistimos a un panorama no mucho más alentador.
Como se pasa del blanco al negro, como pasamos en tan sólo semanas del abrigo al bañador, así, la arena nacional, donde solían batirse el cobre los viejos y laureados dioses de la política, pasa estos días a estar tomada por una nueva generación de intocables titanes. Se trata de -como quiera que se les llame- plazas, círculos o espacios, tan agresivos y violentos que resulta difícil que nosotras encajemos en ellos, si no es en un papel de bella y raptada víctima o de frágil florero.
La cuenta atrás ha comenzado, efectivamente, suena un nuevo tic tac (otro más) y la carrera está a punto de empezar sin nosotras. En la meta, a nuestros jóvenes y apuestos chicos de la nouvelle politique les espera el poder con mayúsculas en forma de ansiado trofeo, quizás, entonces sí, éste les sea entregado por alguna chica sexy que hasta los haya votado.
Lo de la violencia machista, la brecha salarial, el techo de cristal, la corresponsabilidad... Eso ya lo iremos viendo cada 25 de noviembre, cada 22 de febrero y cada 8 de marzo. Porque esas cosas, es decir, el hecho de que la mitad de la población haya pagado con más de 50 asesinatos un sólo año de machismo (2014), que el trabajo esa misma mitad de la población se valore un 24% a la baja (en euros contantes y sonantes) y que tampoco se pueda mirar al horizonte con una cierta proyección profesional, sin pensar que las cargas familiares y las tareas del espacio privado a nosotras nos pesan el doble... Esto no parece haber alcanzado el rango de problema, ni económico, ni social.
Toca ir a lo urgente, salvar la patria. Oigámosles cacarear los datos de la discriminación por orden, en cada una de las fechas y, mientras, desde las gradas, aplaudamos a nuestros valientes y testoterónicos guerreros de la política nacional.

Ana Pérez Luna
www.eldiario.es

16 de febrero de 2015

Si Podemos ganara...

Si Podemos ganara las elecciones, sostiene el doctor por la Universidad de Navarra, Miguel Carvajal, dejarían España con un 25% de paro. La corrupción estaría tan instalada en su estructura que hasta su tesorero pagaría sobres en B a los Monedero, Errejón y Pablo Iglesias, por no hablar de las obras de reforma de su sede. Sostiene Carvajal que si Podemos ganara las elecciones sus ministros acabarían trabajando para las multinacionales a las que habrían beneficiado mediante concursos fraudulentos. Se meterían a banqueros que timarían a jubilados, analfabetos y ciegos. Y crearían tarjetas de crédito con dinero negro para comprar putas y lencería.

Si Podemos ganara las elecciones se gastarían millones en levantar edificios inútiles, redes de tren, carreteras y aeropuertos con presupuestos inflados. A los presidentes autonómicos les tocaría la lotería. Muchas veces. Vivirían en Palacetes, navegarían con narcotraficantes, abrirían cuentas en Suiza y tendrían testaferros que guardarían el dinero en latas de Cola-Cao enterradas en el jardín. Sostiene Carvajal que si Podemos ganara las elecciones habría más de 2.000 políticos imputados, su presidente hablaría en televisor de plasma, se reuniría con dictadores acusados de crímenes contra la humanidad, y vendería armamento a países acusados de violar los derechos humanos.

Si Podemos ganara las elecciones no tendríamos ni una universidad entre las cien mejores del mundo, más de la mitad de los jóvenes no tendría trabajo y saldría del país. Su gestión económica sería tan nefasta que la deuda seguiría creciendo hasta superar la totalidad del PIB, para seguir financiando instituciones inútiles como las diputaciones, los consejos consultivos o el Senado. Los impuestos ahogarían tanto a los empresarios que seríamos líderes en economía sumergida, y la evasión fiscal rondaría el billón de euros.

Si Podemos ganara las elecciones los jueces serían elegidos por los partidos políticos, que tendrían tribunales especiales, jubilaciones especiales, dietas de alojamiento aunque tuvieran casa, nunca pagarían un avión, ni un móvil, ni un taxi, pero podrían compatibilizar varios sueldos públicos con actividades privadas, y nadie controlaría su absentismo. Si Podemos ganara las elecciones 2,5 millones de niños no comerían adecuadamente en hogares con ingresos bajo el umbral de la pobreza. Miles de personas serían desahuciadas de sus casas y se quitarían la vida antes que vivir en las calles del país europeo con más viviendas vacías. Hay que ver qué cosas terribles ocurrirían si ganaran los de Podemos.

RICARDO F. COLMENERO

2 de febrero de 2015

Control mental

El Gran Hermano te está vigilando.

Allá donde vaya me controlan. Cualquier movimiento está supervisado. Cualquier pensamiento supone la muerte. El crimen mental es el peor de todos los posibles.

Sólo puedo pensar lo que ellos me dictan que piense, de lo contrario la vaporización es inminente. Tan sólo el hecho de escribir estas líneas me puede conducir a la tumba sin remisión.

Pero no me importa, debo contar al mundo lo que ocurre a mí alrededor. Los instintos más humanos han sido erradicados de raíz. El amor conduce al odio. La paz desemboca en la guerra. La abundancia supone escasez. La verdad es completamente falsa.

Estas tendencias han sido implantadas por humanos como yo que escalaron spotencialmente exigiendo igualdad, para finalmente instaurar la mayor desigualdad de clases jamás conocida. Conservan este escenario al poseer un arma crucial de su lado: el dolor. Poseen la capacidad de generar dolor a sus súbditos, delimitando claramente la frontera abismal que existe entre ellos y nosotros.

Gracias a ello mantienen su posición hipnotizando a aquellos que podrían sustituirles algún día. Les dicen exactamente lo que quieren escuchar y les educan en su doctrina.

Su poder es tal, que llegan a controlan el tiempo, reconstruyendo el pasado a su antojo para que nadie se percate de dónde venimos. De este modo el futuro será exactamente como ellos desean, para de este modo tener la certeza absoluta de saber hacia dónde vamos.

Tengo la esperanza de que este manuscrito llegue a aquellos que se mantienen absortos por el sistema. Ojalá esos proles que permanecen adormilados despierten poco a poco. No me debo engañar. Sería un error pensar que la situación se puede invertir rápido. Debemos transmitir este mensaje generación tras generación, siendo cada vez  más lo adeptos que se sumen a la causa.

Para ello, espero que la  policía del pensamiento no intercepte este mensaje. Aunque pensándolo bien, es bastante probable que ya lo haya hecho.


Artículo reeditado: Originalmente publicado el 26 de Septiembre de 2012.

26 de enero de 2015

Lo petas, Esperanza


Como no podía ser de otra manera, la Justicia ha puesto las cosas en su sitio. Lo dije en esta misma columna y lo mantengo. Yo te entiendo, Esperanza. Lo petas. Eres la mejor. No somos como los demás. Si nosotros decimos que una conversación ha acabado, ha acabado. Si decidimos que nos vamos, nos vamos; y nadie podrá acreditar que hayamos desobedecido a la autoridad porque nosotros somos la autoridad y no podemos desobedecernos a nosotros mismos. Como mucho, podrán acreditar que ibas apurada y no podías perder el tiempo aguantando que unos agentes de movilidad sin nada mejor que hacer te dieran la charla.

Seguramente usted es de esos que piensa que vive en uno de esos exóticos países europeos donde a cualquiera se le caería el pelo si se le ocurriese salir zumbando de la escena donde unos agentes le están multando, tirarles la moto, jugar a las carreras por las calles y acabar refugiándose en el garaje de casa.

Pero Esperanza y yo hace tiempo que sabemos que esto sigue siendo España. Vivimos en un país donde basta con tener un poco de poder para quitarse de encima a la autoridad. Aquí ni la ley ni la justicia son iguales para todos. Resulta que son más iguales para unos que para otros.

Aún mejor. Vivimos en un país donde la misma policía que te persigue hasta tu casa y se enfrasca en una discusión contigo y tus escoltas puede declarar ante el juez, sin inmutarse y sin que se le caiga la cara de vergüenza, que no le ha quedado claro si te has enterado de que te estaban persiguiendo. No me digan que no es el cielo en la tierra.

Pero no se confundan. Esto no es Jauja y aún hay clases. La próxima vez que le pare la Guardia Civil en un control de tráfico no haga como Esperanza Aguirre. No se le ocurra alegar que no se percató de que le daban el alto o le seguían, porque lo más seguro es que le caiga un castigo, aunque sea simbólico.

La próxima vez que le pare un agente, usted no se vaya cuando le dé la gana o cuando considere que ha tenido suficiente y no tiene por qué aguantar que le den el coñazo. Porque ni se lo van a archivar, ni van a pasar por su casa para comprobar si la señora necesita algo más.

Antón Losada – eldiario.es

19 de enero de 2015

El último romano

Cada mañana desde hace diez o doce años, poco antes de las nueve, un hombre solitario se detiene ante la barandilla al pie del obelisco egipcio, frente al palacio de Montecitorio, en Roma, a cincuenta pasos de la entrada principal del edificio que alberga el Parlamento italiano. Es un individuo de pelo gris que ya escasea un poco, al que he visto envejecer, pues con frecuencia paso por ahí a esa hora cuando me encuentro en esta ciudad, camino del bar donde desayuno en la plaza del Panteón. Da lo mismo que sea invierno o verano, que haga sol o que llueva: apenas hay día en que no aparezca. Siempre va razonablemente vestido, con aspecto de empleado, o de funcionario. Más bien informal. Y lleva siempre una pequeña mochila, o una cartera colgada del hombro. En eso ha ido cambiando, porque ahora lo veo más con la cartera. El procedimiento es rutinario, idéntico cada día. Se detiene ante la barandilla, frente a la fachada del palacio -supongo que camino del trabajo-, saca un papel doblado que despliega con parsimonia, y con una voz sonora y educada utiliza el papel como guión o referencia de citas para el discurso que viene a continuación, diez o doce minutos de oratoria impecable, bien hilada. Un breve discurso diario, allí solo, bajo el obelisco, ante la fachada muda del Parlamento.

A veces me detengo a cierta distancia, por no molestarlo, y escucho atento. El discurso no suele ser gran cosa, y a menudo repite conceptos. No insulta, no es agresivo. Por lo general se trata de una especie de reprensión moral en la que menciona artículos de la Constitución o critica, casi siempre de modo general, situaciones concretas de la política italiana. Cosas del tipo «Todo gobernante debe asegurar el derecho al trabajo de los ciudadanos», o «La corrupción política no es sino el reflejo de la corrupción moral de una sociedad enferma y a menudo cómplice». De vez en cuando desliza asuntos personales, injusticias de las que es o ha sido objeto, aunque sin alejarse nunca del interés común, del enfoque amplio. Siempre es educado, coherente y sensato. No parece el suyo discurso de un loco, ni expresión patológica desaforada de una obsesión. Parece sólo un ciudadano que lleva diez o doce años dolido por lo que ocurre ante sus ojos, y que cada mañana acude ante el lugar que considera eje principal de esos males, a denunciarlo en voz alta, con palabras mesuradas y sensatas.

Lo que cada día convierte la escena en conmovedora es que ese hombre está solo. El lugar, frente a Montecitorio, es escenario habitual de protestas ciudadanas, y a menudo hay carteles reivindicativos; o algo más tarde, a la hora de entrada de los diputados, se reúnen cámaras de televisión y ruidosos grupos de manifestantes que abuchean o vocean consignas. Sin embargo, a la hora en que nuestro hombre se presenta no hay nadie. Sólo un par de carabinieri que pasean aburridos por la plaza desierta y algún turista que se asoma, curioso, por la ventana de un hotel próximo. Y es allí, en aquella soledad, ante la puerta vacía del Parlamento, donde se alza esa voz serena y desafiante, pronunciando palabras que suenan clásicas y hermosas: reprensiones morales, llamados a la conciencia, sentencias que todo ciudadano honrado, todo político decente, deberían tener por su evangelio. Y después, cada vez, acabado el discurso, nuestro hombre dobla despacio el papel, lo guarda en la cartera y se va dignamente, en silencio. Mesurado como un ciudadano de la antigua Roma.

Cada vez, viéndolo marcharse con tan admirable continente, no puedo evitar pensar en los otros: sus ilustres antecesores. Pensar en los Gracos, en Cicerón pronunciando ante el Senado su inmortal «Quousque tandem abutere, Catilina, patienta nostra». En Bruto, Casio y los que ensangrentaron la túnica de César. En los hombres flacos de sueño inquieto de los que hablaba Shakespeare, cuyos ojos abiertos los hacen incómodos para los tiranos y los canallas. En los hombres justos de aquella Roma republicana, embellecida por la Historia, pero cuyos ejemplos formales tanto influyeron en el mundo, en los derechos y libertades de los hombres que supieron regirse a sí mismos. En la conciencia moral, superior hasta en las actitudes -y quizá superior, precisamente, a causa de ellas-, que tanto sigue necesitando esta Europa miserable y analfabeta, este compadreo de golfos oportunistas que nos desgobierna y del que también somos responsables, pues de entre nosotros mismos, de nuestra desidia e incultura, han nacido. En el consuelo casi analgésico de escuchar cada mañana, todavía, la voz serena de un último romano.

Arturo Pérez-Reverte - XLSemanal - 17/11/2014

8 de diciembre de 2014

¿A quién le falta una marea?

Sube la marea, la economía sumergida campa a sus anchas.
Baja la marea, estamos más secos que un tollo.
Sube la marea, este barco tiene más agujeros que un traje de faralaes.
Baja la marea, los ahogados por los recortes quedan a la intemperie.
Sube la marea, nuestros políticos juegan a hundir la flota.
Baja la marea, pisar suelo firme siempre es mejor que transitar montañas.
Sube la marea, estamos tocados y hundidos.
Baja la marea, el líquido elemento es demandado en Cabezas Rubias.
Sube la marea, la fauna mareal emerge cual pelotas en torno a un político.
Baja la marea, qué pena, los yates se quedan encallados. 
Sube la marea, los móviles de empresa se quedan sin cobertura.
Baja la marea, ¡me olvidé amarrarme el bañador!
Sube la marea, este camino parecía poco profundo y estoy hasta el cuello.
Baja la marea, la gravedad de la situación nos arrastra.
Sube la marea, ¡Niño, recoge los bártulos que se encharcan!
Baja la marea, las playas del Espigón se llenan de coquineros indocumentados.
Sube la marea, ¿quién incumple la ley de costas?
Baja la marea, la luna llena le da la vida.
Sube la marea, estos cuartos menguantes y crecientes son sinónimo de muerte
Baja la marea, ¿qué hace aquí este submarino amarillo?
Sube la marea, ¡pintémosla de color verde por un futuro mejor!
Baja la marea, tenemos aproximadamente seis horas para echar un partido de tenis.
Sube la marea, la Ría de Huelva se torna espléndida.
Baja la marea, el que empieza a marearse soy yo.

Artículo reeditado: Originalmente publicado el 19 de Julio de 2012.

26 de noviembre de 2014

Realidad

Me considero un fan acérrimo de la película de Ciencia-Ficción “Matrix”. El filme dirigido por los hermanos Wachowski describe un mundo futurista en el que la raza humana roza su extinción en un mundo devastado. Las máquinas se han apoderado del planeta y los humanos somos meras pilas, sirviendo de baterías a las máquinas que nosotros mismos creamos. Para ocultarnos nuestro cometido, las susodichas máquinas construyen un mundo ficticio que recrea la sociedad de finales del siglo XX. A este mundo irreal lo llamaron Matrix.

La resistencia humana en el mundo real, liderada por Morfeo, se unifica para combatir a las máquinas buscando un resquicio en Matrix. Buscan a un humano llamado a ser el elegido que libere a nuestra especie de la opresión de las máquinas, el cual resulta ser Neo. Cuando éste es rescatado, Morfeo debe explicarle en qué consiste el mundo en el que creía vivir. Durante esta fase aclaratoria Morfeo le explica a Neo lo que significa el término “real”: impulsos eléctricos que tu cerebro interpreta a través de los sentidos.

Ahora bien, en ningún momento las máquinas se atrevieron a recrear en Matrix a la sociedad española, ya que se hubiesen quedado sin ceros y unos con los que programar su software. Aquí, la realidad capturada por cualquiera de nuestros cinco sentidos no puede ser procesada como impulsos eléctricos y no llega al cerebro unificada. Las máquinas que controlan nuestro propio Matrix están mucho más avanzadas que las ideadas por los hermanos Wachowski.

De este modo, si resulta que Europa le inyecta a España 100.000 millones de euros, y ello se convierte en un hecho fehaciente, se puede hablar desde un bando de “apoyo financiero”, cuando con todas las de la ley es un “rescate a España”. Estos mismos dirán que este dinero no afectará a la sociedad española, pero sin embargo habrá que devolverlo, y con intereses. Los bancos serán los que gestionen esta liquidez endosada, aunque finalmente los que nos veamos obligados a pagar por una previsible gestión nefasta seamos todos los españoles.

Desde los pedestales de poder que suponen la prensa, se pueden leer titulares en periódicos que van desde un “España despeja el Rescate”, hasta un diametralmente opuesto “Rescate a la Banca Española”. Es normal que alucinemos cuando nos quieren hacer creer que esta situación de “no rescate” es maravillosa y que se ha estado persiguiendo desde hace mucho tiempo, cuando si miramos la hemeroteca nos podemos encontrar continuas declaraciones que aseguraban que España jamás sería intervenida.

Probablemente toda esta amalgama de incongruencias se deba a que nuestros dirigentes se creen máquinas de poder, con capacidad para crear los “Matrix” que deseen a su antojo. Así, nos mantienen atolondrados, mientras al mismo tiempo les suministramos la energía que necesitan para seguir funcionando, es decir, votos.

Pues bien, al igual que en la magistral película reseñada, el camino a la salvación pasa por la sublevación y la resistencia. Una lucha en la que debemos hacerles ver a los que pretenden ocultarnos la realidad que estamos despiertos y que vamos a combatir. No podremos contar con la gran mayoría de los españoles conectados a Matrix, que seguirán siendo meras pilas inconscientes. Por todo ello, estimo que estamos avocados a movilizaciones hostiles que tengan como único objetivo la destrucción de estas máquinas ideadas para el engaño. Así pues, seamos los “Neos” de nuestro tiempo.

Artículo reeditado: Originalmente publicado el 05 de Julio de 2012.

16 de octubre de 2014

Carta de un médico español experto en ébola desde Sierra Leona

Freetown (Sierra Leona) 7 de octubre de 2014.

Soy un médico español en Sierra Leona trabajando con una ONG en el tema del ébola que, como ya saben, está azotando a una parte de África desde hace más de 6 meses, y que ahora, desgraciadamente, ha llegado a España. Se trata del primer caso de contagio directo de ébola fuera de un país africano en la historia de la enfermedad.
Estamos poniendo en marcha en Bo, que es la segunda ciudad del país, un centro de aislamiento y tratamiento de pacientes de ébola, casos sospechosos y confirmados, que son acogidos en el centro en cuanto aparecen los primeros síntomas, generalmente fiebre, que es cuando la enfermedad empieza a ser potencialmente contagiosa. A los pacientes se les hace el correspondiente test y los cuidamos hasta que tenemos el resultado del laboratorio. Si es negativo, el paciente se va a casa, pero un equipo sanitario les visita a diario y hace un seguimiento del paciente y sus más allegados durante 3 semanas. En caso de que el resultado del laboratorio sea positivo, se inicia el cuidado intensivo y tratamiento del paciente.
Así funciona esto en un país donde hay, hasta el momento, más de 2.400 casos positivos y casi 700 muertes, según informes del Ministerio de Salud. Aunque probablemente sean más, porque las comunicaciones no funcionan muy bien y es posible que haya muchos casos que se pierden. Ya es sabido, gracias a la gran difusión mediática de este problema, que cada persona infectada puede infectar de 2 a 6 personas.
Señora ministra de Sanidad, con todos mis respetos, algo ha fallado. Y sinceramente, creo que las informaciones que se están dando en los medios de comunicación en España sobre el triste y lamentable caso de la colega infectada, sin dejar de ser ciertas, no son del todo exactas. Aquí, en el terreno, donde se vive el día a día de esta enfermedad, tenemos otra manera de ver las cosas, y seguramente otras respuestas muy diferentes a las que el Gobierno y algunos colegas están dando.

No es mi intención angustiar a nadie ni crear situaciones alarmistas, pero se está maquillando la verdad. O no se están diciendo las cosas claras. No quiero creer que sea a propósito, prefiero pensar que es por desconocimiento del tema, y por no saber muy bien de lo que se habla.
Usted debe tener conocimiento a estas alturas de que los equipos de protección personal, técnicamente llamados PPE (Personal Protection Equipment, aunque los llamaré trajes, para abreviar) que se usaron como protección no eran los adecuados para esta enfermedad. Como ya debe saber, la OMS tiene diferentes grados de protección según la enfermedad a la que se hace frente, y el ébola requiere el nivel más alto de protección por su gravedad, su alto riesgo de contagio y, sobre todo, por el poco conocimiento que los profesionales tenemos de la misma. El traje adecuado aísla completamente del entorno, no hay ni una micra de piel sin protección, sin cubrir, y algunos de los elementos son dobles, como es el caso de los guantes.
Los compañeros que entran regularmente a una zona de riesgo, zona de aislamiento o que puedan estar en algún momento en contacto con pacientes sospechosos o confirmados, además de llevar el traje, reciben un entrenamiento de 2 semanas en un centro adecuado y por profesionales cualificados. En nuestro caso, aquí en Sierra Leona, es Médicos Sin Fronteras quien nos da el entrenamiento, probablemente los profesionales con más y mejor experiencia, los que mejor saben tratar y gestionar el ébola.
Las medidas de protección son muchas más que el traje de protección, y se llevan a efecto constantemente (espray con agua clorada, recipientes para lavado de manos con agua clorada en cada esquina, desinfección con este mismo tipo de agua para suelas de zapatos, etc.). Solo para darle una idea: la colocación correcta del traje (PPE) lleva unos 10 minutos, y la retirada del mismo es un proceso de unos 20 a 25 minutos donde se siguen estrictamente unos pasos ordenados y bajo la supervisión de dos personas: una, continuamente desinfectando con espray; y otra, recordando los pasos que hay que seguir. Incluso los más expertos en el tema, los que entran a diario en las zonas de riesgo varias veces -porque no se puede estar con un traje de este tipo más de una hora por peligro de deshidratación-, incluso los más habituados al largo y tedioso proceso de poner y quitar el equipo de protección personal, se olvidan a veces de algún paso o se equivocan en el orden de los procesos y protocolos, y eso puede llevar al contagio.
Para muestra un dato: más del 90% de los trabajadores de salud infectados (que son muchísimos), se infectaron por no seguir los protocolos adecuados o por no llevar el traje adecuado, todos por fallo humano. El otro 10% se contagiaron fuera del entorno de trabajo, por algún familiar, relaciones sexuales, etc.
En fin, no quiero aburrirles más, pero es todo muy complejo y no es de extrañar que lamentablemente haya habido un contagio. Ojalá que se quede solo en eso y se aprenda de los errores (si los hubo) y, por encima de todo, que todo vaya bien para la colega infectada.
Atentamente

Dr. Jose Maria Echevarría