Lo peor de mi entera dedicación por la Literatura, fue que
mi rendimiento en las demás asignaturas bajó drásticamente, tanto que citaron a
mis padres para informarles de la preocupación generalizada por parte del resto
de mis profesores, ya que si aquella situación se seguía repitiendo en el tiempo,
me podría llevar a repetir curso.
Lógicamente me llevé una dura reprimenda por parte de mis
padres, los cuales no me desanimaron a dejar de escribir, ya que pensaban que
era algo muy positivo y además en el colegio les habían comentado que tenía un
don natural para ello, pero si me alentaron para que lo hiciera en mi tiempo
libre.
Me organicé mi tiempo para subir mi rendimiento en el resto
de las materias, aunque le seguía dedicando un gran número de horas a leer y
escribir.
El curso estaba pasando más rápido de lo que estaba
acostumbrado y a cada día que pasaba la necesidad de contarte mis sentimientos
hacía ti aumentaba más y más.
Se acercaba Junio y el comienzo de las vacaciones de Verano,
cuando decidí escribirte una carta, ya que no era capaz de decírtelo en
persona, además las palabras surgían con más fluidez desde mi bolígrafo que
desde mi boca.
Había pasado una semana y la estaba acabando en clase, ya la
tenía casi terminada, lista para entregártela, cuando un chico me la quitó de
entre mis dedos y se puso a correr por entre los pupitres, con la intención de
leerla en clase. En ese momento, toda la rabia acumulada tras años de burlas y
mofas se concentró en él, y yo que nunca había hecho ni dicho nada por
defenderme, me abalancé sobre él con irrefrenable ira. Con el impulso lo empujé
y cayó al suelo, yo me tiré tras él y nos pegamos durante unos minutos, justamente
hasta que apareciste para terminar la pelea.
Una lágrima caía suavemente por mi mejilla, me había destrozado
la rodilla, pero no caía por eso, no por el dolor físico, eso qué más daba, surgía
de un dolor más profundo, aquel que me causó ver mi carta ilegible, rota, hecha
mil pedazos.
Entonces me cogiste de la mano, sí, de la mano, no me lo
podía creer, no lo podría explicar, pero en ese preciso momento toda la rabia y
la pena que sentía se transformó en felicidad.
Me llevaste junto al botiquín para curarme la rodilla. Me
dijiste que no me preocupara, que sabías que yo no tenía la culpa, que era un
buen chico.
Ahora sí que lo tenía claro, más que antes si cabe, volvería
a escribir la carta esta noche para poder dártela a la salida del colegio.
Tenía que escribirla de madrugada, ya que no me quería arriesgar de nuevo a
tenerla en clase sin llevarla metida en el sobre.
Me llevo poco tiempo o puede que simplemente menos de lo que
esperaba, ya que tenía grabado en mi mente cada párrafo, cada palabra.
No pude dormir mucho aquella noche, de hecho, puede que no
cayera ni por un instante en las redes de Morfeo.
A la mañana siguiente yo no tenía clase contigo y las horas
pasaban lentamente. Puede que mirara el reloj una y cien veces hasta que sonó
la campana, aquel ruido que indicaba que nos podíamos marchar a casa.
En ese preciso momento, el corazón se me aceleró como nunca
lo había hecho antes. Mis constantes siguieron iguales hasta la puerta del colegio
y aumentaron más si cabe cuando te vi salir.
Había llegado el momento, te tenía a poco más de 10 metros,
me dirigía lentamente hacia ti, cuando creo que mi corazón se congeló y dejó de
latir.
Un chico estaba
también andando hacia ti y tu al verlo corriste a sus brazos para luego
fundirte con él en un largo beso.
Yo me quede desolado, abatido, observando afligido como te
alejabas lentamente con él, con tu mano
agarrada en la suya, aquella dulce y delicada mano que el día anterior se había
juntado con la mía.
Me fui corriendo a mi casa y me encerré en mi cuarto, allí
lloré durante horas y por segundo día consecutivo la carta que te escribí quedo
hecha pedazos.
Me gustaría contar que el sofoco me duró poco más que un
suspiro, pero se quedó conmigo un tiempo, en el cual escribí mucho, seguramente
los versos más bonitos que había escrito hasta entonces. Me resultaba curioso
como la tristeza podía atraer a la belleza, aquella que irradian las palabras
cuando las unes de la manera correcta. Fue en aquel instante cuando entendí
como era posible que grandes poetas escribieran sus mejores versos envueltos en
el desamor y la pena.
Pasó el tiempo y la tristeza se diluyó con el minutero, y
aunque no lo comprendía al principio, me di cuenta que te debía muchísimo,
porque me descubriste un mundo de papel y tinta, uno en el que todo es posible.
Por ello a día de hoy, a cualquiera que me preguntara, le respondería lo mismo:
—Soy fan de ti—