La historia
Los políticos de la Transición tenían procedencias muy diversas: unos venían del franquismo, otros del exilio y otros estaban en la oposición ilegal del interior. No tenían ni espíritu de gremio ni un interés particular como colectivo. Muchos de ellos no se veían a sí mismos como políticos profesionales y, de hecho, muchos no lo fueron nunca. Estos políticos tomaron dos decisiones trascendentales que dieron forma a la clase política que les sucedió. La primera fue adoptar un sistema electoral proporcional corregido, con listas electorales cerradas y bloqueadas. El objetivo era consolidar el sistema de partidos políticos fortaleciendo el poder interno de sus dirigentes, algo que entonces, en el marco de una democracia incipiente y dubitativa, parecía razonable. La segunda decisión, cuyo éxito se condicionaba al de la primera, fue descentralizar fuertemente el Estado, adoptando la versión café para todos del Estado de las autonomías. Los peligros de una descentralización excesiva, que eran evidentes, se debían conjurar a partir del papel vertebrador que tendrían los grandes partidos políticos nacionales, cohesionados por el fuerte poder de sus cúpulas. El plan, por aquel entonces, parecía sensato.
Los políticos de la Transición tenían procedencias muy diversas: unos venían del franquismo, otros del exilio y otros estaban en la oposición ilegal del interior. No tenían ni espíritu de gremio ni un interés particular como colectivo. Muchos de ellos no se veían a sí mismos como políticos profesionales y, de hecho, muchos no lo fueron nunca. Estos políticos tomaron dos decisiones trascendentales que dieron forma a la clase política que les sucedió. La primera fue adoptar un sistema electoral proporcional corregido, con listas electorales cerradas y bloqueadas. El objetivo era consolidar el sistema de partidos políticos fortaleciendo el poder interno de sus dirigentes, algo que entonces, en el marco de una democracia incipiente y dubitativa, parecía razonable. La segunda decisión, cuyo éxito se condicionaba al de la primera, fue descentralizar fuertemente el Estado, adoptando la versión café para todos del Estado de las autonomías. Los peligros de una descentralización excesiva, que eran evidentes, se debían conjurar a partir del papel vertebrador que tendrían los grandes partidos políticos nacionales, cohesionados por el fuerte poder de sus cúpulas. El plan, por aquel entonces, parecía sensato.
Pero, tal y como le ocurrió al Dr. Frankenstein, lo que creó al monstruo no fue el plan, que no era malo, sino su implementación. Por una serie de infortunios, a la criatura de Frankenstein se le acabó implantando el cerebro equivocado. Por una serie de imponderables, a la joven democracia española se le acabó implantando una clase política profesional que rápidamente devino disfuncional y monstruosa. Matt Taibbi, en su célebre artículo de 2009 en Rolling Stone sobre Goldman Sachs “La gran máquina americana de hacer burbujas” comparaba al banco de inversión con un gran calamar vampiro abrazado a la cara de la humanidad que va creando una burbuja tras otra para succionar de ellas todo el dinero posible. Más adelante propondré un símil parecido para la actual clase política española, pero antes conviene analizar cuáles han sido los cuatro imponderables que han acabado generando a nuestro monstruo.
En primer lugar, el sistema electoral proporcional, con listas cerradas y bloqueadas, ha creado una clase política profesional muy distinta de la que protagonizó la Transición. Desde hace ya tiempo, los cachorros de las juventudes de los diversos partidos políticos acceden a las listas electorales y a otras prebendas por el exclusivo mérito de fidelidad a las cúpulas. Este sistema ha terminado por convertir a los partidos en estancias cerradas llenas de gente en las que, a pesar de lo cargado de la atmósfera, nadie se atreve a abrir las ventanas. No pasa el aire, no fluyen las ideas, y casi nadie en la habitación tiene un conocimiento personal directo de la sociedad civil o de la economía real. La política y sus aledaños se han convertido en un modus vivendi que alterna cargos oficiales con enchufes en empresas, fundaciones y organismos públicos y, también, con canonjías en empresas privadas reguladas que dependen del BOE para prosperar.
En segundo lugar, la descentralización del Estado, que comenzó a principios de los 80, fue mucho más allá de lo que era imaginable cuando se aprobó la Constitución. Como señala Enric Juliana en su reciente libro Modesta España, el Estado de las autonomías inicialmente previsto, que presumía una descentralización controlada de “arriba a abajo”, se vio rápidamente desbordado por un movimiento de “abajo a arriba” liderado por élites locales que, al grito de “¡no vamos a ser menos!”, acabó imponiendo la versión de café para todos del Estado autonómico. ¿Quiénes eran y qué querían estas élites locales? A pesar de ser muy lampedusiano, Juliana se limita a señalar a “un democratismo pequeñoburgués que surge desde abajo”. Eso es, sin duda, verdad. Pero, adicionalmente, es fácil imaginar que los beneficiarios de los sistemas clientelares y caciquiles implantados en la España de provincias desde 1833, miraban al nuevo régimen democrático con preocupación e incertidumbre, lo que les pudo llevar, en muchos casos, a apuntarse a “cambiarlo todo para que todo siga igual” y a ponerse en cabeza de la manifestación descentralizadora. Como resultante de estas fuerzas, se produjo un crecimiento vertiginoso de las Administraciones Públicas: 17 administraciones y gobiernos autonómicos, 17 parlamentos y miles -literalmente miles- de nuevas empresas y organismos públicos territoriales cuyo objetivo último en muchos casos, era generar nóminas y dietas. En ausencia de procedimientos establecidos para seleccionar plantillas, los políticos colocaron en las nuevas administraciones y organismos a deudos, familiares, nepotes y camaradas, lo que llevó a una estructura clientelar y politizada de las administraciones territoriales que era inimaginable cuando se diseñó la Constitución. A partir de una Administración hipertrofiada, la nueva clase política se había asegurado un sistema de captura de rentas -es decir un sistema que no crea riqueza nueva, sino que se apodera de la ya creada por otros- por cuyas alcantarillas circulaba la financiación de los partidos.
En tercer lugar, llegó la gran sorpresa. El poder dentro de los partidos políticos se descentralizó a un ritmo todavía más rápido que las Administraciones Públicas. La idea de que la España autonómica podía ser vertebrada por los dos grandes partidos mayoritarios saltó hecha añicos cuando los llamados barones territoriales adquirieron bases de poder de “abajo a arriba” y se convirtieron, en la mejor tradición del conde de Warwick, en los hacedores de reyes de sus respectivos partidos. En este imprevisto contexto, se aceleró la descentralización del control y la supervisión de las Cajas de Ahorro. Las comunidades autónomas se apresuraron a aprobar sus propias leyes de Cajas y, una vez asegurado su control, poblaron los consejos de administración y cargos directivos con políticos, sindicalistas, amigos y compinches. Por si esto fuera poco, las Cajas tuteladas por los gobiernos autonómicos hicieron proliferar empresas, organismos y fundaciones filiales, en muchas ocasiones sin objetivos claros aparte del de generar más dietas y más nóminas.
Y en cuarto lugar, aunque la lista podría prolongarse, la clase política española se ha dedicado a colonizar ámbitos que no son propios de la política como, por ejemplo y sin ánimo de ser exhaustivo, el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial, el Banco de España, la CNMV, los reguladores sectoriales de energía y telecomunicaciones, la Comisión de la Competencia… El sistema democrático y el Estado de derecho necesitan que estos organismos, que son los encargados de aplicar la Ley, sean independientes. La politización a la que han sido sometidos ha terminado con su independencia, provocando una profunda deslegitimación de estas instituciones y un severo deterioro de nuestro sistema político. Pero es que hay más. Al tiempo que invadía ámbitos ajenos, la política española abandonaba el ámbito que le es propio: el Parlamento. El Congreso de los Diputados no es solo el lugar donde se elaboran las leyes; es también la institución que debe exigir la rendición de cuentas. Esta función del Parlamento, esencial en cualquier democracia, ha desaparecido por completo de la vida política española desde hace muchos años. La quiebra de Bankia, escenificada en la pantomima grotesca de las comparecencias parlamentarias del pasado mes de julio, es sólo el último de una larga serie de casos que el Congreso de los Diputados ha decidido tratar como si fuesen catástrofes naturales, como un terremoto, por ejemplo, en el que aunque haya víctimas no hay responsables. No debería sorprender, desde esta perspectiva, que los diputados no frecuenten la Carrera de San Jerónimo: hay allí muy poco que hacer.
César Molinas, 09 de Septiembre de 2012
2ª Entrega, de 5, del artículo de César Molinas. GRACIAS.
2ª Entrega, de 5, del artículo de César Molinas. GRACIAS.
Cesar, gracias por que te queden tres,
ResponderEliminar¿A qué distancia estaría el horizonte si lo vemos desde un acantilado?
ResponderEliminarA unos 4,7 km.
Es pura geometría de la curvatura de la Tierra. Si nuestro ojo está a una altura “h” del suelo, la distancia al horizonte (“D”) es la raíz cuadrada de dos veces el producto de “h” por “R”, el radio de la Tierra.
Tomando “R” como 6.371 km, esto quiere decir que para conocer “D” (en km) solo tenemos que multiplicar 3,57 por la raíz cuadrada de “h” (en metros). Así que, si, por ejemplo, tus ojos quedan a 1,75 m del suelo, esa distancia viene a ser de 4,7 km.
Ozú, qué cosa más larga!!!!!!! y aburrida...
ResponderEliminarEs verdad, solamente leer el artículo ya aburre.
EliminarHace falta otro tipo de artículos.
El 45,48% de Feijóo, sobre una participación del 63,6% supone un 28,9% real... O sólo computan a la mayoría silenciosa cuando quieren?
ResponderEliminarEl PP pierde 200.000 votos en Galicia y la abstención le regala la mayoría absoluta. Pero claro, es más fácil culpar a la Ley Electoral.
ResponderEliminarSupongo que tras perder casi 200.000 votos y sacar 3 diputados más Rajoy volverá a darle las gracias a la mayoria silenciosa que no opinó.
EliminarCada uno de estos golfos arrima el ascua a su sardina.
EliminarDe pasar por tanta depresión, desánimo, desamor, de vivir de desilusión tras desilusión, uno termina acostumbrándose y esto es lo normal...
ResponderEliminarIslandia triplica ya su crecimiento económico tras encarcelar a políticos y banqueros. Aquí les excarcelamos y les damos dinero. BIEN.
ResponderEliminarNo conocía ese dato.
EliminarQueda claro quienes sobran, aunque lo veo tarde. Ellos lo atajaron a tiempo.
España tiene dos tipos de problemas: los "de verdad", y los que inventan algunos políticos para ocultar que no saben atajar los primeros.
ResponderEliminarYo añadiría otro más, los ciudadanos, que conocemos el tema y seguimos consintiéndolo.
EliminarPolíticos la mayoría sin formación que sólo saben inundar la administración de amigos y familia pero todo ello pagado por los ciudadanos
ResponderEliminarEstamos locos, el PP ganando en Galicia por goleada y los nacionalismos en confrontación con el Estado. Estamos locos y esto terminará mal, muy mal
ResponderEliminaresto huele a cuerno quemado.
EliminarTodos sabemos que lo que se comenta es real, pero resulta muy aburrido.
ResponderEliminarDespués de leer toda esta retahila, una simple pregunta, ¿en qué momento irrumpe el guarro de mi Maná-Maná?.
ResponderEliminarCuando se adelantan unas elecciones suele ser por táctica política.
ResponderEliminarLo de Galicia estaba cantado. La abstención ha sido brutal, no han votado ni la mitad.
El resultado en el País Vasco ha sido el esperado. La unión de la derecha nacionalista clásica con ETA hará que en poco tiempo hablemos de más independentismo.
El potaje en España está garantizado
papa tengo miedo
ResponderEliminarMe ha gustado regu.
ResponderEliminarLas multiplicaciones de administraciones no pararán.
ResponderEliminarEsto sí que es una evolución, no la de Darwin.
ResponderEliminarO es la multiplicación del milagro de Jesucristo?.
Creo que ya se acabó la teoría de la crisis en España, ahora toca la práctica, entrar en materia de buscar soluciones.
ResponderEliminarCésar Molinas tiene toda la razón. La evolución teórica de España ha desembocado en que tengamos un presidente Frankenstein que no tiene cerebro.
ResponderEliminarCuando el río suena, agua lleva.
ResponderEliminarSe avecinan tiempos distintos y convulsos.
ResponderEliminarLos nacionalismos rompen los moldes. La situación futura no sabremos cómo será.