"Pecado Original" (Reedición)

Cada mes que no me quedo embarazada me pasa lo mismo, comienza el ciclo y mi cuerpo tendrá que soportar, una vez más, otro bombardeo de hormonas y sustancias químicas. Mis pechos se hinchan, mi olfato se agudiza. ¡No me digas nada, coño! ya que mi irritabilidad y malhumor se acentúan. ¡No me mires!, granitos por doquier. Tener antojos constantes de papas fritas o de chocolates, hasta síntomas más severos, como fuerte fatiga, estreñimiento, inflamación de estómago e incluso depresión.
Este ciclo cuya palabra proviene del latín mensis (mes), la cual proviene a su vez del griego mene (luna), y que vosotros los hombres (que antes fuisteis dioses), denomináis lo que a mí y a todas las mujeres nos pasa, simplemente, “mes lunar” ¡una leche!, poético nombre y quizás intelectual, pero para nosotras las sufridoras se llama, dolorosamente, eliminación vaginal de la sangre.
Cinco días con dolor de ovarios: antalgin 550 – espidifen 600..., más dolor de ovarios (y tengo que trabajar), antojos sin estar embarazada, cambio de humor, fatiga, depresión (y tengo que trabajar). Mi pareja: ¡estás inaguantable, cariño!, o el carajote del jefe: vienes sin maquillar (¡Iros a las Malvinas!).
Llega el momento: dolor de ovarios, parto, dosis graduales y explosión del color más llamativo que existe (podría haber sido gris marengo, rosa pálido...) NO, de grana, de cereza. Rojo de sangre, porque es sangre, la más virulenta.

Como habréis supuesto estoy hablando de un crucero donde las habitaciones estaban pintadas de rojo fucsia..., una azafata tuvo la osadía de comentar ¿Parece del mismo color que la menstruación?