La Parejita (Reedición de Colaboraciones)

Estaba toda ella sentada frente a mí. Pongamos que era un pub o una cafetería o, en resumen, cualquier local con mesitas lo suficientemente amplias como para hacer el crucigrama sin que se te caiga el té encima de la prensa. Y, justamente enfrente, ella entera enormemente arrepanchingada en uno de los asientos mientras yo veía cómo rebosaban sus ancas de allí. Puede que se llamase el bar Barella.

Tuvimos algún que otro cruce de miraditas, un levantar al unísono las tazas (la suya de café) y sonrisillas hasta que le debió de llegar su hora de tomarse la melecina. Se canteó a la derecha hacia la oreja del sillón de la que pendía su bolso y extrajo de él un achatado y grueso botecillo de farmacia.

El polema gordo fue que ni a juerza de brazos ―tríceps colgantes, cada uno mayor que entrambos mis muslos― ni siquiera a maña de muñecas consiguió abrir el sésamo de ese frascuelo de píldoras, cápsulas, comprimidos, pastillas o lo que fuere. Por lo cual comenzó a utilizar para semejante menester la propia dentadura: Vueltas y vueltas y al final, con una quijada que hubiera podido matar hasta a Caín, desgarró la enroscadísima tapa plástica de aquel cristalino envase, jincándole hasta el fondo la bocaza.

Y las grageas, pastillas, píldoras o etcétera ―que ya no está una para repetir― salieron de rebimba desparramándose cafeta adelante entre todos los muchos pies de la clientela de las mesitas adyacentes, llegando hasta los de la parroquia peatona de la barra.

Viendo aquel maremágnum de rebotillos, yo imaginaba todo ese pastillamen como lacasitos emanem, pese a que fuesen simplemente bicolores. Pero cuando levanté la vista hacia ella, por sus comisuras sangrantes aún me sonreía, jimplando.

Hoy día tenemos una niña y un niño: la parejita.

Guadiloba

Colaboración remitida por el seguidor, Guadiloba. GRACIAS