El Bollo (Reedición de Colaboraciones)

Eran cuatro, sentadas a una mesa de la cafetería como si fuesen a jugar al dominó. Hubiesen sido tres y nos apañamos... si pede ser; pero eran cuatro. Al fondo de la barra, la camarera tan bien que las miraba con ojos golositos. Ergo eran cinco... o así.

Tomaban su consumición en tazas y platitos de dulcería. La Patriarca y la menor llevaban gafas, pero lo llamativo eran los comunes pelos lacios, la insulsez de la conversa, los jajajáes y las miradas incendio; las cuales debían de ser tan urentes que, a pesar del invierno, de a poquito a poco se iban ellas despojando de sus capas de cebolla y sus jerseles. Las otras dos, narices de Cleopatra, se miraban como si fuesen a comérselas, ¡toma ambigüedades!

En fin, que fueron tantas las calores que comenzaron a pedir alcohol y musiquita: Y bailan sevillanas rocieras con mofletes rojos de fino[1] y unas idénticas pañoletas que mejor les habría salido comprarlas al por mayor. Una, en tanto que coreografía, hablando por el móvil; minutos y copas más tarde, lo deja en el suelo y allí se pone a escucharlo como si esperase al 7º de Caballería.

Mientras yo escribía esto debieron [de] desaparecer pues al volver la vista atrás sólo vi a la camarera que iba recogiendo —además de las hierbas que ellas arrojaron— un móvil del suelo y el bollo que no se habían comido.

[1] Hay Alcohólicos Anónimos de El Rocío: son los que hacen la promesa “te lo huro por mimmuertoh” de no volver a hacer El Camino.

Gracias a P. Guadiloba, por su nueva colaboración