Gracias y Adiós (Reedición)

Ayer tarde, en la escalinata de mármol del templo encontré en el suelo un sobre cerrado con las siguientes palabras GRACIAS Y ADIOS, ningún nombre, ninguna dirección y ante la imposibilidad de no poder entregarlo a su dueño, decidí abrirlo y ver su contenido, en su interior una nota manuscrita que hizo brotar en mi, compasión en el sentido literal de lo que significa la palabra compasión (sufrir con) el escrito decía lo siguiente:

“Gracias por hacer que me sienta importante, gracias por sentirme hermosa contigo, gracias por soñar, ilusionarme y tener esperanza, gracias por poder confiar en alguien, gracias por agarrarme la mano cuando nacieron los niños, por llevar algo tuyo dentro de mi, gracias por tu prudencia, tus silencios que paraban mis impulsos, gracias por sentir que estabas orgulloso de mi, por sentirme querida por primera vez en mi vida, gracias por reconciliarme con la vida, adiós por convertirme en un ser insignificante, adiós por haber conseguido que desprecie mi cuerpo, mi persona, por no ser capaz de volver a mirarme al espejo, adiós por romper mis sueños en añicos, por la decepción que aplasta mi vida, por desear que pase la vida cuanto mas deprisa mejor, adiós por haberme engañado, adiós por desocuparte de los niños, ya sabes, papa no esta… por no querer saber nada de ellos porque te frustran, adiós por castigarme con tus ausencias, por no hablar y porque después de aguantar tus silencios y sentir que nada podía ser peor, me demostraste que lo peor eran tus actos, adiós porque me has ignorado, por convertirme en la minipimer, por demostrarme día a día que yo solo soy la tonta útil, adiós porque hace años que deseo morir, adiós por pasar a la historia de mi vida como mi mayor error, porque solo soy capaz de justificar tu existencia por mis hijos, que ni de lejos te mereces, adiós porque cuando leas esto, estoy segura de que te importara una mierda”.

A la sombra del templo vi a un ciego, sentado allí, solitario.

Me acerqué a el. Lo saludé y conversamos.

Poco después le dije:

-Perdona mi pregunta: ¿desde cuándo eres ciego? -Desde que nací -fue su respuesta.

-¿Y qué sendero de sabiduría sigues? -le dije entonces.

-Soy astrónomo -me contestó el ciego. -Luego, se llevó la mano al pecho, y dijo:Sí; observo todos estos soles, y estas lunas, y estas estrellas.

Inmediatamente sentí un impulso enorme por entrar en el templo, hace mucho tiempo que estoy enfadado con todos los dioses, ya ni me acuerdo de cuando tuve la ultima conversación con alguno de ellos, aunque en honor a la verdad con el único que hablaba era con.”EL DIOS NO CONOCIDO”.

Busque por todo el panteón de los dioses hasta encontrar el pedestal sin imagen del DIOS NO CONOCIDO, precisamente por ser desconocido era imposible de representarlo, los antiguos griegos en su gran sabiduría lo habían previsto todo.

Con la carta entre mis manos dije: Dios de las almas perdidas, tú que estás perdido entre los dioses, escúchame: Restaura el corazón de esta mujer sana sus heridas renueva sus fuerzas para levantarse y que aprenda de nuevo a quererse, allí en el pedestal deje el sobre con el escrito en su interior exactamente igual como lo había encontrado y dije las mismas palabras del sobre GRACIAS Y ADIOS.