La Bayas de Goji

Hace unos días, nuestra amiga QUEEN me contó una historia que voy a intentar hilar si la memoria no me falla, sobre todo por las cervezas que juntos compartimos.
Ella tiene una amiga de nombre Matilde que era cajera de Carrefour. Su vida transcurría entre colas en la caja, “el descuento que usted me presenta ya ha caducado” o “las bolsas ya no son gratis”; es decir rutinaria, como la de casi todos nosotros.
A Matilde, Mati para los amigos, le encantaba viajar y harta hasta el moño de que el encargado le tirara los tejos, un día cogió su maleta y se marchó. Viajó a diversos lugares y sin saber cómo terminó en el Tibet, con lo puesto y sin maleta. Al parecer Iberia, caso poco frecuente, había perdido las de todo el pasaje.
Ante esta situación no tuvo más remedio que comenzar a trabajar en la recogida de Bayas de Goji, las cuales se parecen en la forma a la guindilla cayena pero que realmente son pequeñas cerezas desecadas y que son utilizadas por la medicina tibetana desde tiempos remotos.
Matilde tiene, según nuestra amiga, una bonita figura y un trasero muy hermosón. La postura para coger las bayas por aquí se denomina en pompa, en dialecto tibetano yaestoyagachá. Lo cierto es que Mati con su vaivén contoneante provocaba las miradas de todos los lugareños.
Desde las estribaciones del Himalaya un antiguo yupi de la bolsa neoyorquina estaba expiando sus pecados de especulador en una cueva que le habían cedido los monjes antes de aceptarlo en la orden monástica. Nuestro aprendiz no había olvidado la tecnología actual y poseía unos modernos prismáticos digitales japoneses que combinaban un sensor de 10 millones de píxeles con un zoom de 50 aumentos. Los empleaba para ver las montañas, la nieve, las florecillas, los monjes rezando y el firmamento infinito.
Una mañana posó el catalejo sobre el trasero de Mati y la postura provocadora de la bella chica hizo que su ritmo cardiaco aumentara provocando, para desahogarse, a partir de ese momento continuos paseos de la cueva al catalejo y del ídem a la cueva.
Pasaron varias lunas y un día no lo soportó más; bajó descalzo, vestido exclusivamente con su túnica y sin ser advertido a Matilde se acercó y en un arranque de frenesí, poco propio de la mentalidad tibetana, la abrazó ardorosamente, la beso, la magreó, la lamió. Mati, que llevaba tiempo sin probar la carne, tardó poco en rendirse, rodaron por el suelo e hicieron el amor de forma desbordante y reiterada. Cuatros días y cuatro noches estuvieron desfogándose teniendo como único alimento las Bayas de Goji.
Terminados los múltiples actos y como era de esperar a Mati la despidieron y al aprendiz de monje también; sin embargo, lejos de desanimarse comenzaron a estudiar los efectos de las bayas para saber cómo habían podido retozar cuatro días seguidos y hacer el amor más veces que el león de Teleco.
Descubrieron que las rojas bayas ayudan a reforzar el sistema inmune, regular el apetito y el sueño, cuidar el hígado y los riñones, retrasar la pérdida de cabello y la aparición de canas y en general mejorar la salud y el bienestar. También demostraron que las bayas tienen un altísimo nivel de antioxidantes y también de vitamina C, aminoácidos, oligoelementos, betacaroteno y polisacáridos.
Pero lo más importante, producen un efecto erótico, aumentan la libido y estimulan el apetito sexual del tal forma podían competir en precio y sabor con la viagra, teniendo una ventaja adicional, era efectiva en los dos sexos.
Hoy, Matilde es madre de cinco preciosas criaturas (también las bayas mejoran la fertilidad), y junto a su pareja tienen un floreciente negocio de exportación de las Bayas de Goji que ellos la han bautizado con el nombre de “baya feliz”.

Me contaba la amiga Queen que hace unos días hablando por teléfono con su amiga Mati, ésta se tronchaba de risa cuando le comentó que las bayas del Tibet ya se están comercializando hasta en el mismo Carrefour.