Deséame como tú sabes hacerlo en las locas noches de luna llena. Pasear, pasear por mi universo plasmado de sorpresas, de estrellas soñolientas que cuelgan de mi corto y cada día menos abundante cabello. Pasear por las fuentes luminosas que recorren mis pómulos dejando tras de si un torbellino de toboganes agridulces. Pasear, pasear y pasar por el pecado prohibido, de pasada si quieres, pero con tesón. Pasear e introducirte en lo más hondo de la nube de algodón con azúcar. Pasear.
Te prometo que este próximo fin de semana no guiñaré el ojo a las jóvenes vestales que van del templo a la iglesia, mejor cuando se cansen y vuelvan de la iglesia al azahar.
Carismática tú, sensual tú, mona lisa tú, dulcinea tú, apasionada tú, exuberante tú. Tú y tu parte endemoniada que me aprisiona, me embelesa, me enerva...... tú me haces tener sueños que luego no recuerdo y cuyo único testigo es el rastro de humedad que queda en mis balanceantes, tímidos, caprichosos zigotos.
No, no me digas que no. Un día de estos, cuando la penumbra invade las almas, en el preciso momento que estés ensimismada observando tu puesta de largo en la puesta de sol, me acercare sigilosamente, pausadamente, si es necesario de puntillas para poderme introducir en tu regazo, arrebujándome en tu piel para dejar pasar una brizna de aire que sólo me permita aletargarme. Pernoctaré sin pagar posada pero sin molestarte, sin abrumarte con mis preguntas tontas, solo mirarte. Si lo desea te mesaré el cabello, pondré en juego el más fantástico baile de mis dedos sobre tu espalda, te contaré antiguas historias de damas y caballeros e incluso te hundiré la navaja blanca de la nostalgia, de los recuerdos. Te haré participe de mis sueños pero por favor no me desprenda de tu regazo, cálido, maternal y enardecido regazo.
Artículo reeditado: Originalmente publicado el 18 de Septiembre de 2009.
No hay comentarios:
Publicar un comentario