Polacas y picotas

La mesa estaba puesta y ellas no vinieron, se perdieron.
Era de mariscos el almuerzo y mi amigo el cocinero y yo quisimos saltarnos los requisitos de las buena educación y empezamos sin ellas.

Las polacas se perdieron y se lo perdieron.

Toda la noche cocinando para esto; todo el día de compras y sus cuerpos no aterrizaron.

Después de la melancolía, de los llantos y el conveniente rasgado de vestiduras, optamos por comenzar sin ellas.

El vino fue el adecuado y los cuerpos no fueron de materia grasa, ya se sabe, el marisco es algo especial y su olor nos recordaba constantemente a las polacas. Siempre se ha dicho, Odín lo manifestaba, que el sexo de las mujeres y especialmente el de las polacas a marisco saben y a marisco se manifiestan en el paladar del buen degustador de vulvas palaciegas.

Cuando saboreamos las colas de gambones con ostras, las lágrimas dejaron de aflorar y con las cigalas y almejas, regadas de un buen vino blanco, las risas germinaron por nuestros cuerpos dispuestos a continuar: almejas, bocas, cuerpos, cigalas, langostinos y paro de contar para que ustedes nos dejen de odiar.

Fue un almuerzo completo, las polacas no vinieron, ni falta que hicieron, estábamos los que son necesarios, dos amigos que ya paran de narrar porque la sobremesa aun está por comenzar y las que "vengan", Dios dirá.

Se me olvidaba, las picotas sustituyeron a las infieles polacas, su dulzor, textura y frescor nos hicieron olvidar, perdón recordar. que cuando nos reunimos, sobra todo lo demás.