Oasis (Reedición)

Por un desierto caminaba, triste, aciago y solitario. El sol no me quemaba, el frio no me alteraba. Los días pasaban en soledad, sin soledad. En la nada encontraba paz, porque no sentía nada. Esta era la realidad.
Uno de esos tantos días econtré de casualidad, un oasis y a él me acerqué. En sus aguas me bañé, chapoteé, me refresqué. Disfruté de la dulce brisa, de los sueños etéreos al atardecer entre las sombras proyectadas por las palmeras, del trinar de los ruiseñores, de las fragancias de las flores, del dulzor de los frutos, de la suavidad de la piel, la miel en los labios y el volver a sentir. ¿Esta es la realidad?

Un despertar brusco, cruel, apocalíptico del ensueño me levantó, caer al abismo me llevó. Todo era un espejismo y volví a retomar el camino. Los pasos se me hacían más pesados, el calor me axfisiaba, el sol me quemaba, la oscuridad me cegaba, el frio me marchitaba. Esta es la realidad.

Al volver a los tristes días de la nada solo añoraba y lloraba por el remanso de paz y los días de felicidad que el oasis me ofreció. La pozoña, la agustia, la incertidumbre, la añoranza, los pesares, me agobian.

¿Es lícito el sentir?
¿Es lícito el sufrir?
¿Vale la pena un día de felicidad por mil de dolor?

No lo sé. En mi avaricia sólo deseo poder volver a nadar en las cálidas aguas del oasis bajo un cielo sereno y estrellado con la sonrisa plácida de la luna. Sentir y seguir sintiendo.