
Ella estaba sentada, sola, en la sala de descanso, tomaba un café a sorbos cortos, absorta en sus pensamientos, su mente no paraba y las ideas surgían atropelladamente:
“Hoy no estoy muy animada, será este maldito clima tan húmedo y gris. Paso muy poco tiempo con los niños, cada vez son más mayores y ahora, cuando quiero acercarme a ellos, ya no les apetece tanto, estas cosas no se pueden recuperar”.
“El coche me sigue dando problemas, tendré que llevarlo al taller, aunque este mes viene fatal, ya veremos como llegamos a fin de mes”.
“Además está Manuel, le noto más distante, cada vez hacemos menos el amor, parece que ha perdido interés por mi, igual que cuando tonteaba con aquella compañera de su trabajo, tengo que hablar con él”.
“Quien está hoy, ¡¡¡Ah!!!, es un cretino, piensa que todas vamos a caer rendidas a sus pies”.
“El coche me sigue dando problemas, tendré que llevarlo al taller, aunque este mes viene fatal, ya veremos como llegamos a fin de mes”.
“Además está Manuel, le noto más distante, cada vez hacemos menos el amor, parece que ha perdido interés por mi, igual que cuando tonteaba con aquella compañera de su trabajo, tengo que hablar con él”.
“Quien está hoy, ¡¡¡Ah!!!, es un cretino, piensa que todas vamos a caer rendidas a sus pies”.
En esto se iluminó el indicador de la 174, se levantó y recorrió el pasillo con pasos rápidos, antes de entrar, respiró hondo, se arregló el pelo y adornó su cara con una amplia sonrisa.
Entró en la habitación diciendo:
- ¿ Cómo está el campeón ?. Muy bien, te has comido todo el desayuno, te vas a poner muy fuerte.
En la habitación, en la cama, estaba Alberto, un niño de 6 años. Si no fuera por su absoluta calvicie, producto de los efectos secundarios de su tratamiento, y por su extraordinaria palidez, se diría que es un niño normal, sano.
En la habitación, en la cama, estaba Alberto, un niño de 6 años. Si no fuera por su absoluta calvicie, producto de los efectos secundarios de su tratamiento, y por su extraordinaria palidez, se diría que es un niño normal, sano.
A los pies de la cama, en vigilia, la madre del niño, el cansancio y la tristeza se asomaban a sus ojos, se dirigió a ella diciendo:
- El Doctor dice que el tratamiento va muy bien, si sigue así, pronto estará con sus amiguitos del cole jugando a la pelota.
Y sonrió con ternura, con complicidad, casi más que una sonrisa, fue un abrazo a aquella desconsolada madre.
Y sonrió con ternura, con complicidad, casi más que una sonrisa, fue un abrazo a aquella desconsolada madre.
Mientras tomaba la temperatura a Alberto, le ponía el tratamiento y jugaba con él diciéndole: “Veo, veo, una cosita que empieza con A”.
La madre del niño, al verle dudar, le ayudó: ¿No lo ves cariño?, el angelito que hay pintado en la pared, es un Ángel de la Guarda.
Alberto, solo miró el dulce rostro de la mujer que le cuidaba y con la que jugaba, abrió mucho los ojos, creyó ver que desprendía luz, detrás de ella, entró por la ventana un rayo de sol y se vio un precioso arco iris. Alberto no tenía ninguna duda, aquella mujer de blanco, era su Ángel de la Guarda.
Alberto, solo miró el dulce rostro de la mujer que le cuidaba y con la que jugaba, abrió mucho los ojos, creyó ver que desprendía luz, detrás de ella, entró por la ventana un rayo de sol y se vio un precioso arco iris. Alberto no tenía ninguna duda, aquella mujer de blanco, era su Ángel de la Guarda.
Artículo dedicado a los buenos profesionales de la Sanidad y muy especialmente a nuestr@s seguidor@s del Hospital Universitario de la Paz de Madrid, gracias por vuestro trabajo y humanidad.