Pudor

Hay un tema que paralelamente causa morbo y pudor al mismo tiempo (siempre desde el punto de vista de cada uno). Se trata de la sensación de estar en una playa nudista, que en el fondo debería tratarse de lo más natural.
Me dejé “Enreá” por unos amigos para ir a un camping organizado al Algarbe portugués, al distrito de Faro, cerca del cabo San Vicente. Fantástico el lugar, ¡magnífico!.
Fui acompañado de tres personas más, entre ellos mi amigo Rubén, el de Bacuta.
Cervezas, cubatas y bocadillos era nuestro plan alimenticio.
Llega el primer día y dice uno de nuestros compañeros: “mañana por la mañana vamos a ir a una cala de nudistas”. Todos nos miramos, neófitos en la materia; nos quedamos en una duda retórica entre el si y el no.
Cuando llegamos al lugar y vimos el espacio empicao, nos asustamos un poco por la sensación de vértigo. Calculo que no habría apenas diferencia entre la hipotenusa y el cateto mayor; ¡Qué miedo!. El mamón de Rubén decidió no bajar bajo ningún concepto.
Los escalones empedraos y su verticalidad me tuvieron los cojones encorbatados. El morbo me hizo superar los miedos mentales.
Cuando llegamos a la pequeña cala, los tres que bajamos, decidimos quitarnos los bañadores; teníamos los culos más blancos que pescadillas metidas en harina.
Vemos pasear (mariposear) por la orilla sólo a personas del género masculino, con alguna excepción. Nos miramos y dijimos: “¡Estos son unos exhibicionistas!; si parece un museo de badajos.
Decidimos dar un paseo por la pequeña cala, flanqueada por pequeñas cavernas. En una de ellas vimos a dos mujeres en su mundo de agonía, en su frenesí (ni siquiera nos vieron, pienso), encerradas en su filosofía de pasión.
Nos sentamos en la arena y me da por pensar:”Si mi compadre Rubén estuviese aquí, se iban a enterar todos estos fantasmas lo que vale un peine”.
Me “armo”… de valor y le comento a mis compañeros: “voy a buscar a mi colega”.
Aunque subir las escaleras es más fácil, me costó la misma vida. Por fin llego a la cima y hablo con el mamón de Rubén. Le vendo la burra de que hay muchas mujeres, pero no traga. El miedo le puede.
- ¡Cacho de toro!, baja por Dios, que verás el paraíso.
- ¡Yo no bajo!
- Mira colega, confía en mí, te pongo una venda en los ojos y te amarras fuertemente a mi brazo, como una vieja agarrada a un columpio.
Conseguí que bajara. Cuando llegó, vio a la única mujer que había en la cala. Rubia alemana con una cola y un lazo rojo. Se fijó rápidamente en su gran ostra madreperla; era enorme, creo que un híbrido entre el moco de un pavo de Navidad, la oreja de un burro y un roscón de reyes con su premio.
Tuvimos que para al de Bacuta.
La relajación después del miedo pasado y el mejillón de la rubia le hizo despertar los instintos naturales.
- ¿Me quito el bañador?, preguntó el Bacuta.
- “So cacho pendón, ¿para qué te vas a quitar el bañador, si tienes dos huevos como dos melones de invierno?. Pero no te das cuenta que te está saliendo el cabezón por el pernil derecho del bañador coquinero; si parece una anaconda que te va a comer el tobillo”
Cuando percibieron el mandao de Rubén, la cala se quedó vacía; hasta las lapas se despegaron de sus respectivas rocas, Sólo quedó en una esquina la locura cavernaria.
Lo cierto es que nadie salió satisfecho, y como no me tropiece casualmente con una zona nudista, creo que no iré más a ninguna, de forma voluntaria.