Reconciliación

Ayer desperté y la casa estaba vacía. En las primeras horas del día ya me había caído con todo el equipo. No me quedó más remedio que salir a buscar a mi reina en las ciudades sin nombre y una ración de miedo recorrió mi cuerpo. Al filo de la mañana mi corazón encendido daba luz al alba, replanteándome hasta que punto eso pudiera llegar a ser realmente bueno. La única certeza que tenía es que por mi cabeza no dejaban de pasar ambulancias urgentes y que mi corazón era como un avión en llamas del que quería desengancharme antes de que cayera sin mayor dilación. 

Cuando te encontré, me di cuenta de que la vida te mira con los labios pintados, poniéndote una sonrisa a cara de perro para disimular. Puede que mis recuerdos me engañaran, y que tuviera en mi memoria la estructura de los labios incorrectos. Por eso te vigilé. Te esmerabas con las botas puestas y las medias de rejilla, para que todo encajara, lo que me llevó a buscar un lugar seguro. En ese instante me despedí de mi corona de espinas, y al fin, me abriste tu casita de música. Cuando me viste sacando mis trastos supiste que ya era imposible, que sería definitivo para volver contigo otra vez. En aquel instante era tan tarde que nadie me podía encontrar en ninguna parte, me moría por dormir un rato en un colchón gigante y estaba con la mirada perdida entre las dos esquinas de tu pelo largo.

En homenaje a Quique González

Nuestro amigo Bernardo Roa, nos remite este artículo, en esta ocasión en clave intimista. GRACIAS.

Artículo reeditado: Originalmente publicado el 16 de Diciembre de 2011.