26 de octubre de 2016

Historias Griegas II

En la misma plaza del Duomo (historia anterior), también se celebró otro juicio singular, que en este caso fue una prueba de santidad pagana. Siglos antes de que el emperador Teodosio, convertido al cristianismo, suprimiera definitivamente los juegos olímpicos, en el año 391 de nuestra era, a instancia de un obispo cerril que los consideraba una manifestación pagana, hubo un atleta de pies no muy ligeros, llamado Asiarques, que había participado en una conspiración contra el tirano Dionisio y éste le condenó a la muerte. La sentencia capital coincidió con la llamada de los heraldos convocando a los juegos olímpicos. Asiarques pidió que se aplazara su ejecución hasta que él regresara a Siracusa coronado con unas ramas de acebuche. Prometió que dejaría en prenda a un amigo para que fuera ejecutado en su lugar si él no volvía.

- No existe en toda la magna Grecia un amigo así – dijo el tirano.
- Yo tengo uno. Se llama Pinthias.

El tirano se negaba a creer que hubiera alguien que se prestara a ir a prisión sustituyendo a un amigo con el riesgo de morir decapitado, por eso, lleno de curiosidad, aceptó la apuesta, aunque sabía que si Asiarques regresaba de Olimpia vencedor el pueblo lo aclamaría y le sería muy difícil deshacerse de ese enemigo. Sin dudarlo un instante, Pinthias, que era un filósofo pitagórico, aceptó unir su destino al de su amigo. Se presentó a los jueces de Dionisio para sustituir en el cadalso al atleta por quien había apostado. Entre las gentes de Siracusa se estableció la controversia: unos consideraban una locura comprometer la vida por un amigo, otros admiraban semejante hazaña moral, muy superior a ganar una carrera en Olimpia. Pinthias fue hecho prisionero en la caverna llamada la Oreja de Dionisio y el reo Asiarques partió con la condena a muerte colgada de la mente en una trirreme (nave de guera), cargada de atletas rumbo al Peloponeso. Los juegos duraban siete días, a los que había que añadir los que se invertían en las dos travesías por mar.

La caverna llamada la Oreja de Dionisio tenía una sonoridad misteriosa. La espiral de sus paredes conducía cualquier rumor por mínimo que fuera hacia la altura del ojo cenital que daba al exterior y allí el tirano podía enterarse de toda clase de maldiciones, conspiraciones o quejas que susurraran los cautivos. El tirano oyó esta oración que Pinthias murmuraba para su propio corazón: “Oh, dioses subterráneos, escuchad esta súplica, en vuestra gran clemencia enviad a mi amigo un auxilio que le lleve a la victoria en Olimpia”.

Los dioses no atendieron su petición, de forma que Asiarques resultó derrotado en todas las pruebas y al cumplirse el tiempo de regreso a Siracusa vencido, el pueblo volvió a dividir sus opiniones. Unos creían que Asiarques se quedaría fugado en Olimpia para perderse en el bosque sagrado de Altis, otros pensaban que volvería a Siracusa en la trirreme para arrostrar la muerte. En la ciudad había algunos filósofos que seguían la teoría platónica y en los debates del ágora (plaza publica), proclamaban que el caso de este atleta derrotado y condenado a muerte era el ejemplo de una dialéctica entre el honor, la moral, la estética y el valor de la vida.

El día del cumplimiento de la sentencia coincidió con la llegada a Siracusa de los participantes en los juegos olímpicos. La nave iba a atracar a media tarde en el puerto donde se había concentrado parte del público para aclamar a los que llegaban vencedores. El resto de los habitantes de la ciudad estaban frente al templo de Minerva rodeando el patíbulo. Los verdugos ya habían sacado al rehén Pinthias de la caverna, quien ahora se hallaba muy sereno sobre el catafalco (armazón de madera para actos funebres), esperando su suerte a la hora convenida, mientras la gente enfervorizada cruzaba apuestas letales. La distancia que separa el muelle del puerto y el templo de Minerva a través de diversas calles empinadas podía considerarse una prueba olímpica, ya que tenía las medidas exactas de una carrera de obstáculos.

Asierques fue el primero en desembarcar de la nave. Dio un gran salto sobre la borda y con zancadas rítmicas que desarrollaban en este atleta perdedor una velocidad insospechada recorrió en escasos minutos las quinientas yardas que le llevaría a la muerte. En el instante preciso en que el plazo expiraba llegó Asierques a la plaza, que era la meta suprema de su existencia, y Pinthias contempló a su amigo sonriendo desde lo alto del patíbulo cuando ya estaba a punto de entrar en su corazón el puñal del verdugo. La extraordinaria demostración de amistad conmovió a todos los habitantes de Siracusa, pero ¿quién de los dos amigos había sido más audaz en la entrega? Unos decían que fue Pinthias al ofrecer su vida a cambio de nada; otros, que fue Asierques al cumplir su palabra de regresar hacia su destino vencedor o derrotado. De pronto todo el público comenzó a rugir invocando la victoria como si la plaza fuera la palestra. Los habitantes de Siracusa aclamaban al atleta perdedor considerando que la carrera que acababa de realizar hacia la muerte era la que distinguía a los verdaderos héroes. El tirano Dionisio bajó del estrado que se había preparado para presenciar la ejecución, llamó a Asierques al patíbulo y allí lo coronó con una rama de olivo. Ensalzó su nombre con los versos que Píndaro reservaba a los campeones olímpicos y a continuación Asierques fue ejecutado. Luego le reservó un entierro con honor entre olorosas hierbas y coronas de flores, envuelto en suave y delicado lino, según se podía leer en su estela funeraria.

Allí, en la plaza del Duomo, se habían ganado tres medallas de oro, que siempre contarán en el palmarés de la historia: Arquímedes corriendo desnudo detrás de la física y la geometría, la bella Lucía resistiendo el peso de todos los vicios hasta convertir su carne mortal en mármol rosa, el atleta Asierques aceptando la muerte como un destino unido a la amistad. Frente a la fachada barroca de la catedral de Siracusa me dedicaba a jugar aún con el principio de Arquímedes. Empujaba hacia el fondo del vaso el hielo del ron pensando que algún día también mi corazón podría salir a la superficie de las emociones enterradas y que mi mejor corona de olivo sería poder navegarlas con la dulzura de las aguas azules que el mar Jónico me prometía cada mañana.

Artículo reeditado: Originalmente publicado el 09 de Enero de 2010.

3 comentarios:

  1. Me gusto más la primera. Sin embargo son interesantes este tipo de relato de la Magna Grecia, hoy Roma.

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  2. Que carajo mgna grecia es ROMA y más concretamente Sicilia. Ha vi se leemos mas.

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  3. Interesante relato sobre la amistad y sobre el amor. Buena perspectiva desde la actualidad.

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