22 de octubre de 2016

Historias griegas I

La madre de la bella muchacha Lucía padecía de un flujo de sangre muy pertinaz y después de visitar sin éxito a todos los sanadores de Siracusa, su hija, que era cristiana clandestina, le recomendó que implorara el remedio a santa Ageda, patrona de Catania, abogada contra los males de mujer. Así lo hizo la madre. Ante sus súplicas, santa Ageda entró en acción y a la señora se le cortó la pérdida que la tenía con una anemia al borde de la muerte, y para agradecer ese milagro, la madre de Lucía comenzó a repartir sus bienes entre los pobres, no sólo viandas, mantas y vestidos, sino también joyas y tierras. A su hija esta caridad le parecía muy bien, e incluso la alentaba, pero el novio con el que Lucía se iba a casar vio que se estaba quedando sin dote y trató de cortar esta nueva sangría de aquella pareja de manirrotas.

Cuando el galán llegó a la conclusión de que no había forma de pararlas, quiso vengarse y, lleno de despecho, pidió audiencia al tirano de Siracusa para delatar a su novia, Lucía, diciendo que era cristiana. La belleza de la muchacha causaba envidia y también deseos impuros en algunas gentes de la ciudad, lo mismo bajo la luz del sol cuando iba con el cántaro a la fuente de Aretusa como en la penumbra de las catacumbas de san Juan, que eran las antiguas minas de piedra de los griegos, donde se refugiaba para celebrar el culto prohibido a un nazareno junto con neófitos de su misma fe. El mayor castigo sería vulnerar su hermosura.

- ¿Se sabe si era virgen?- le pregunté al anciano.

- Por supuesto. Era una virgen de primera. En el santoral esa virtud es la que más se cotiza. Es como una medalla olímpico a la hora de tener puesto en el podio el altar – contestó.

- ¿No fue sometida a ningún martirio?

- El tirano la condenó a morir a hierro, pero antes quiso entregarla a los bajos instintos de los hombres del prostíbulo de la ciudad – dijo el camarero.

- ¿Y santa Ageda de Catania no acudió en su ayuda, ya que había curado el flujo de su madre?

- Naturalmente. Hizo para ella un milagro espectacular.

En la plaza del Duomo, frente al templo de Minerva, se había montado el tinglado del juicio. La joven Lucía estaba de pie, vestida de blanco, con la cabellera rubia recogida en trenzas sobre su larga nuca, que esta vez no iba a ser segada por el hacha, sino mancillada por el deseo carnal. Cuando el tirano emitió la sentencia de llevarla al prostíbulo, el primero que se prestó a arrastrar a la virgen Lucía fue su novio, mientras otros varones del público esperaban su turno relamiéndose como simios muy lúbricos. El novio la agarró del brazo y tiró de ella, pero no consiguió moverla ni un solo paso. Otros hombres libidinosos se prestaron a secundarle. Primero fueron cuatro, luego más los que trataban de empujarla hacia el lupanar sin conseguirlo y el grupo de voluntarios fue aumentando hasta llegar a cien. Lucía permaneció inmóvil. Ninguna fuerza de este mundo parecía capaz de mover sus pies descalzos y ni siquiera la palanca de Arquímedes lo hubiera conseguido, hasta ese punto era sólida la santidad de la bella muchacha.

El milagro se realizó frente al templo de Minerva. Viendo ahora que el templo pagano está dedicado a santa Lucía como patrona de Siracusa, cualquiera puede imaginar quién ganó este desafío. ¿Por qué ni cien hombres pudieron moverla? Ante los ojos de todo el mundo se realizó el prodigio. La joven Lucía se había convertido en una estatua de mármol cuyas raíces llegaban a alcanzar el fundamento de la ciudad. Fue un gran milagro de santa Ageda, pero yo prefiero considerarlo como una prueba más del principio de Arquímedes.

El impulso hacia la superficie desde el fondo de los siglos también lo había experimentado aquella catedral. El principio de Arquímedes no sólo se realiza con los líquidos. Los elementos básicos de la vida siempre terminan por salir a flote, sobre todo los crímenes perfectos y algunos amores fuertes que se hayan ocultado, las piedras sagradas, las raíces de los árboles junto con todas las pasiones. Esta catedral primero había sido un templo dedicado a la diosa Atenea por el rey Gelón, en el siglo VI antes de Cristo, y, siguiendo el método arqueológico de la tarta de chocolate, sobre su basamento se levantó otro templo en honor a Minerva, cuando esta deidad se puso de moda; luego su fábrica fue aprovechada sucesivamente para el culto cristiano, para mezquita musulmana y finalmente pasó por los distintos órdenes de la arquitectura hasta quedar en catedral barroca. La fachada lateral que da al norte aún conserva en pie las primitivas columnas dóricas del templo pagano con sus metopas y triglifos. Sobre la piedra antigua había flotado la virginidad de aquella bella muchacha de Siracusa, que hoy es su patrona.

Artículo reeditado: Originalmente publicado el 06 de Enero de 2010.

4 comentarios:

  1. Bonito relato, lo conocía con otro final, Este me gusta más. Sigue con este tipo de cuentos, leyendas o historias verdaderas?

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  2. Muy interesante. Es inventada la historia???

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  3. no lo es una gran historia pero me gusta

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